Salió
por la puerta trasera, pero aún allí encontró a sus detractores que lo
esperaban. “¡Bufón!”, le gritaban una y otra vez, de manera despectiva, en un
coro que era parte de la fiesta popular provocada por su salida del gobierno. Era
el fin de la Era Berlusconi, tal y como la conocimos. Ojalá sea el final
definitivo.
“Soy el hombre más
perseguido de la historia”.
Entender
la llegada al poder de Silvio Berlusconi –y, más aún, su permanencia a pesar de la
ineptitud y el escándalo- es entrar a una historia fascinante, que salta de la
farsa a la comedia y a la tragedia y que tiene mucho que enseñar a los
estudiosos de la política.
Durante
años, desde el fin de la II Guerra Mundial, en Italia se sucedieron gobiernos
hegemonizados por la Democracia Cristiana, partido que –dado el sistema
electoral casi estrictamente proporcional- tenía que coaligarse con otras
organizaciones políticas moderadas para hacer gobierno. Había un veto de hecho
al Partido Comunista y a los grupos neofascistas.
A
principios de los años noventa, cuando el muy corrupto Partido Socialista
Italiano se había convertido, con votaciones rara vez superiores al 15 por
ciento, en la bisagra fundamental para formar gobiernos, y la gente estaba cada
vez más cansada de la partitocracia,
estalló una serie de escándalos de corrupción, conocida como tangentopoli (“mordidópolis”), que
involucró a las principales formaciones de la coalición de gobierno y que llevó
a la investigación judicial nacional conocida como “Manos Limpias”, que terminó,
entre políticos encarcelados y empresarios suicidas, con la desaparición de
varios de los partidos italianos históricos y con la llegada de un gobierno
“tecnócrata” de transición, al mando de Carlo Azeglio Ciampi.
Se
creyó –al igual que sucede ahora en otros países- que el culpable verdadero de
la crisis era el sistema electoral proporcional, así que la principal tarea del
gobierno de Ciampi fue una reforma que lo convirtió en sistema mixto, bajo la
idea de que diputados de distrito estarían más cerca de las necesidades de sus
electores.
“Estoy ungido por el
Señor”
La
situación estaba más que dada para una victoria del Partido Democrático de
Izquierda, heredero del viejo PCI, y entonces apareció en el campo el
empresario Silvio Berlusconi, dueño de las tres cadenas más importantes de la
televisión privada. El 26 de enero de 1994 presentó en su TV un discurso que
iniciaba “Amo a Italia” y concluía en la necesidad de crear una coalición a
favor de “la libertad, la familia, la empresa y la tradición italiana y
cristiana”.
En
esa emisión anuncia el nacimiento de Forza
Italia, un partido ad hoc, que obtuvo
21 por ciento de los votos, impulsada por sus anuncios en televisión y el temor
a “los comunistas”.
“Soy simplemente un
empresario que hace milagros”
Esto
le bastó a Berlusconi para ganar. Se alió con la secesionista Lega Nord en el norte del país, y con la
neofascista Alleanza Nazionale en el
sur. Un tipo astuto: sus coaligados no estaban aliados entre sí.
El
primer gobierno Berlusconi duró apenas poco más de un año, a partir de la
ruptura con los norteños, que llegaron hasta a acusarlo de ser parte de la Cosa
Nostra. El cavaliere dijo que jamás
se volvería a sentar en la misma mesa con Umberto Bossi, el dirigente de la
Lega. Muy pronto volvieron a ser
aliados.
Aquel
gobierno fue sustituido por uno apartidista, “tecnócrata”, presidido por
Lamberto Dini, a quien siguieron –sin pena ni gloria- dos gobiernos de
izquierda, el de Romano Prodi (quien le ganó un debate televisivo al cavaliere cuando recordó que la ley lo había
obligado a vender su periódico… y Silvio lo vendió a su hermano) y el de Massimo
D’Alema.
Mi valentía está
fuera de discusión, mi sustancia humana, mi historia, los otros se la sueñan”
Para
las elecciones de 2001, Berlusconi prepara una jugada maestra. En un programa
de TV se compromete públicamente, en un “Contrato con los italianos” a cumplir
5 puntos: exenciones y rebajas de impuestos, mejora de la seguridad, aumento de
las pensiones, disminución a la mitad de la tasa de desempleo y aumento de al
menos 40 por ciento en grandes inversiones de infraestructura. Firma que si no cumple
los propósitos, no se volverá a presentar a elecciones.
Una
mirada serena sobre estas promesas lleva a la conclusión de que, si se
cumplieran, el resultado en términos fiscales sería desastroso. Más gasto,
menos ingresos. Pero funcionó en lo electoral y Berlusconi regresó al poder.
A la hora de la verdad, no cumplió ni una. Las bajas en los impuestos nacionales fueron compensadas por aumentos en los impuestos locales y en los aranceles. El crimen aumentó 6.7 por ciento. El desempleo bajó notablemente, de 9.9 a 7.1 por ciento, pero no quedó a la mitad. 1.8 millones de pensionados tuvieron el aumento prometido; otros 6 millones se quedaron esperando. Las inversiones en infraestructura crecieron 21.7 por ciento. En enero de 2009 una sentencia de la corte estableció que el contrato firmado en TV no tenía valor legal alguno. Para entonces Silvio ya había buscado varias veces la reelección.
Berlusconi
justificó que, dadas las condiciones externas, su gobierno realizó un “milagro
continuo”, que no le reconocían debido a una “campaña negra” de los medios de
oposición, a quienes acusó de “comunistas”. En esa época, la deuda pública de Italia,
históricamente grande, llega hasta la hipertrofia.
Así respondía Berlusconi a las críticas: “Italia es el país con las regiones más ricas de Europa, un país con el más alto número de automóviles respecto a la población, el más alto número de celulares. Somos grandes playboys, por lo que todos nuestros muchachos mandan al menos diez mensajes al día a sus diez novias y somos el país con más casas en propiedad de las familias. Cuando The Economist imagina una Italia sostenida por muletas, dice una cosa profundamente contraria a la que vivimos los italianos, que es una situación de bienestar y de gozo por haber nacido en el país más bello y uno de los más ricos del mundo”, declaró, en presencia de Tony Blair.
“Soy incapaz de decir
que no. Por fortuna soy un hombre y no una mujer”.
De
los últimos diez años, Berlusconi gobernó en ocho y medio.
En
previsión de un crecimiento de la izquierda, la coalición berlusconiana reformó
de nuevo la ley electoral, para favorecer de manera extrema a quien obtenga la
mayoría relativa. En los comicios del 2006, el tiro le salió por la culata: con
una ventaja mínima en el voto popular, la izquierda se llevó una amplia mayoría
legislativa. Berlusconi no aceptó los resultados y se le tuvo que forzar la
dimisión.
El
siguiente gobierno de izquierda fue un fracaso. Por una parte, la adopción del
Euro había generado una mayor división social, en contra de asalariados y
pensionados, que no fue atacada. Por otra, los aumentos fiscales para paliar el
déficit no fueron acompañados por una disminución del gasto corriente, haciendo
más evidente la distinción entre “ellos, los políticos y nosotros, los
ciudadanos”. La coalición de nueve
partidos que había llegado al poder terminó por fracturarse. Tiempo para Silvio
III.
“¿Saben por qué les
gusto tanto a las señoras? Deriva del anagrama de mi nombre: l’unico boss virile.”
Berlusconi
disolvió su partido Forza Italia (que, por cierto, tuvo muchos eventos con show
y multitud de bellas edecanes, gran coro que canta el himno del partido, agitado
y paternalista discurso del líder… pero ningún congreso nacional digno de ese
nombre) y lo fusionó con otras organizaciones de centro-derecha, para fundar el
Pueblo de la Libertad, partido que lo nombró presidente por aclamación
(oficialmente, con el 100 por ciento de los votos). Esta agrupación, aliada con
la Lega Nord, ganó las elecciones de 2008.
“Ya no acepto el
disenso”
Berlusconi
había empezado siendo un buen comunicador político. Supo agrupar en torno suyo
todo el miedo al comunismo cebado durante años por la iglesia católica y los
partidos de centro-derecha. “Dicen que han cambiado, pero mírenlos, lean su
prensa: ¡son los mismos!”. Siempre hablaba con palabras sencillas. Perfectamente
medido: un poco didáctico y un poco exaltado, sin las abstracciones y las
palabrejas comunes a la clase política tradicional.
“Obama tiene todo
para llevarse bien con él: es joven, es guapo, y también bronceado”.
Pero
en la medida en que involucionaron sus gobiernos, el comunicador fue dejando su
lugar al bufón, hasta verse totalmente dominado por él. Salieron a flote el
carácter cada vez más autoritario del premier, su obsesión por librarse de los
intrincados problemas legales a través de la aprobación de leyes ad hominem, sus escándalos personales (destaca
el caso Ruby, la menor de edad marroquí que asistía a sus bacanales) y las
respuestas que querían ser chuscas, pero que en realidad eran patéticas. Quería responder a su decadencia con el bunga-bunga (dime qué presumes y te diré
de lo que careces). Era ya, para decirlo como el caricaturista Altan, “Silvio
Banana”, un personaje impresentable a nivel internacional, y el prestigio mundial
de Italia había caído a niveles ínfimos.
Me parece que en
Italia no hay una crisis fuerte. La vida en Italia es la de un país próspero,
el consumo no ha disminuido, con trabajo se logra apartar un lugar en el avión,
los restaurantes están llenos”.
Cuando
sobrevinieron los problemas financieros, se mantuvo como si nada estuviera
ocurriendo, a pesar de que la economía italiana estaba totalmente estancada, la
crisis de la deuda pública fuera cada vez más apremiante y el regodeo de la
política pospusiera una y otra vez las reformas necesarias.
“Los comunistas se
transformaron en laboristas en Gran Bretaña, en socialdemócratas en Alemania…”
También
rompió con su antiguo aliado Gianfranco Fini, al grado que el neofascista
parecía un demócrata al lado de Berlusconi. Era Nerón tocando la lira ante el
incendio de Roma.
“¿Eres pobre? Culpa
tuya”
Resulta
por lo menos aleccionador constatar que lo que no logró la oposición, lo que no
logró la prensa, lo que no lograron los jueces, lo haya logrado el mercado. Que
Berlusconi haya caído por la gracia de ese tótem del cual él siempre se declaró
ferviente admirador. Pero es claro que, si seguía en el poder –pensando en
leyes para salvarse a sí mismo de la persecución de la justicia, nunca para su
país- la idea misma de unidad monetaria europea se iría al traste. La de Italia
es una economía demasiado grande como para ser rescatada de manera tradicional
(y eso que, con Silvio, pasó del 5º al 8º lugar mundial).
“El
hombre que jodió un país entero”, decía The
Economist en una portada. Sí, pero también un país entero (o algo así como
la mitad más uno de un país) que se dejó joder, seducido por las poses de
playboy, por el nacionalismo de opereta, por el temor al fantoche del “comunismo”.
Un país que se vistió de modernidad cuando en realidad abrazaba el inmovilismo y
las antiguas formas corruptas de ligar poder político y negocios. Un país que
decía mirar al futuro cuando corría hacia su pasado más negro.
Ahora
llega otro tecnócrata, para aplicar las recetas amargas por las que ningún
político quiere pagar. ¿Qué seguirá después? Ojalá y la racionalidad cubra el
vacío de poder que dejó el final de la Primera República, y que los electores
italianos se pongan, de una vez por todas, cera en las orejas, para estar
sordos ante los cantos de sirenas. No podemos asegurar que así será.
“Gadafi es una
persona inteligentísima. De otra manera no hubiera podido estar en el poder más
de 40 años”.
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