Hace unos once años, a la preparatoria de mi hijo
Camilo llegaron unos promotores deportivos que dieron una plática para entusiasmar a
los jóvenes en la práctica del remo. Un puñado de ellos se animó y se pusieron
a entrenar, muy temprano en las mañanas, en el canal de Cuemanco.
Mi hijo
contaba que uno de los cuates remaba con tanta pasión que al terminar las
prácticas “se privaba”. No es que se desmayara, sino que acababa tan exhausto,
porque lo había dejado todo en el entrenamiento, que se estaba un rato con la
mirada perdida y sin poder reincorporarse.
La mayoría de los muchachos duraron poco. Camilo
defeccionó tras un año y medio de desmañanadas y alguna que otra caída (eso de
que se te vuelque el bote a las 6 de mañana en Cuemanco está del carajo). El
remero que se privaba, Alan Armenta, mantuvo la disciplina y no cejó. El año
pasado ganó el oro en los JCC, ahora es campeón panamericano en 2 pares de
remos cortos ligeros, junto con Gerardo Sánchez.
Pienso en la plática motivacional. Esa semilla rindió
frutos para México una década después.
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