martes, agosto 10, 2021

Sobrecalentamiento precoz

A cotinuación, dos textos, publicados en junio-julio, que ya rebasaron la coyuntura inmediata, pero que indican hacia donde va la economía mexicana. 


Sobrecalentamiento precoz


La junta de gobierno del Banco de México tomó hace unos días la decisión de aumentar la tasa de interés de referencia en 25 puntos base (es decir 0.25%). Lo hizo inmediatamente después de cerciorarse que el comportamiento de la inflación, tanto la actual como la subyacente, es muy superior a las metas fijadas por el propio banco central. De hecho, es aproximadamente el doble: 6%, frente al 3% que era el objetivo.

La idea detrás de encarecer el costo del dinero -que eso es la tasa de interés- tiene varios lados: por uno, promover un mayor ahorro y menor gasto: una menor demanda tiende a evitar que los precios sigan subiendo; por otro, propiciar la llegada de capital financiero del extranjero, atraído por el aumento en los rendimientos y, con ello, propiciar una baja del dólar, que a su vez se refleja en menor presión sobre los precios; por un tercero, al encarecer los créditos, también restringe la demanda de bienes y servicios.

Hay dos razones principales detrás del aumento de precios. Una es la recuperación del precio internacional del petróleo, que es una mercancía que se utiliza, directa o indirectamente, en prácticamente todas las cadenas de producción. La subida del precio de los energéticos, a su vez, está ligada a la mayor demanda mundial, que deriva de la recuperación económica global, luego de la brutal caída de la producción derivada de la pandemia.

La segunda razón principal es el intento de parte de varios operadores económicos de recuperar, aunque sea parcialmente, las pérdidas sufridas por la depresión económica causada por los confinamientos. Aquí hay que subrayar que, como en toda crisis, todos los que pueden hacerlo –y eso normalmente excluye a los asalariados- buscan mejorar su posición en términos de los precios relativos de los productos (que lo que ofrezco cueste más, en relación a lo que consumo). Esto se puede intentar de mejor manera cuando la economía vuelve a jalar: es decir, cuando hay gente dispuesta a comprar esos bienes o servicios.

Hay que hacer notar que, si bien la recuperación económica se está dando de manera global, no va a la misma velocidad en los diferentes países y tampoco va acompañada de los mismos impulsos inflacionarios.

En el caso mexicano -a diferencia, por ejemplo, del estadunidense-, la economía todavía no llega a sus niveles anteriores a la aparición de la pandemia. Sin embargo -de nuevo a diferencia de Estados Unidos y las naciones más desarrolladas, que sí tuvieron grandes programas de apoyo a la producción y el empleo- las presiones al alza de los precios son mayores. Esto obliga a tomar medidas como las que instrumentó Banxico.

Aquí, siguiendo los lineamientos del presidente López Obrador, no ha habido un aumento notable del gasto y la inversión públicos; tampoco hubo un incremento explosivo de la deuda; mucho menos hubo apoyos para quienes perdieron ingresos durante los peores meses de la pandemia. Hubo, en resumen, un comportamiento procíclico, que hizo más profunda la depresión económica.

Lo lógico, en esas circunstancias, es que el índice nacional de precios al consumidor vaya a la baja, con cambios solamente en la composición de precios relativos (sube la canasta básica, bajan otros productos). Así fue, pero apenas empezó a repuntar la demanda, y aún estando lejos del punto de partida, las presiones inflacionarias aparecieron. En otras palabras, hay menos demanda que hace 15 meses, pero los agentes económicos se comportan como si hubiera más.

Esto nos habla de que está desapareciendo el acuerdo tácito preexistente respecto a los precios relativos de los productos. Cada quien busca reacomodarse porque percibe que está ante una situación nueva. Y también percibe que está en la jungla de todos contra todos.

La conclusión es que estamos ante un sobrecalentamiento de la economía que no debió ser. O que se adelantó. Un sobrecalentamiento precoz. Los agentes económicos actúan como si la economía creciera demasiado rápido, aunque no sea así.

La respuesta normal de política monetaria -subir las tasas para enfriar la economía- resuelve sólo una parte del problema, la parte de la inflación que deriva del aumento de la demanda, y no lo hace de manera inmediata. No resuelve la de la búsqueda de reacomodos en los precios relativos, porque esa sólo puede darse mediante la política fiscal. La incertidumbre de la reforma en puerta no abona a la estabilidad.

Los efectos antiinflacionarios de la política monetaria, además, tardan en hacerse sentir, mientras que los que tienen que ver con la dinámica de la economía son más rápidos. Habrá un freno a la recuperación en marcha. Y ese freno puede ser mayor si, dentro de unos meses, considerando que la inflación no ha bajado lo suficiente, Banco de México vuelve a subir la tasa de referencia.

El sobrecalentamiento precoz es un indicador de problemas estructurales en la economía y de la posibilidad de que se generen nuevas distorsiones en la estructura de precios, sin que haya el crecimiento necesario para mitigarlas.

Por ello, será necesario tener mucha claridad en la reforma fiscal: que cada quien sepa qué le toca. Junto con ello, se requieren medidas de promoción económica, para evitar que la recuperación aborte antes de tiempo. Soltar, con atención al comportamiento diferenciado de los sectores de la economía, programas de estímulo e inversiones públicas.

Desgraciadamente, en tiempos de prioridades chuecas, donde todo lo que importa es meterle dinero a Pemex, es como pedirle peras al olmo. 


Las razones de Herrera

   


En entrevista con el diario español El País, el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, señala algunas de las razones por las que el gobierno mexicano, a diferencia de otras naciones, decidió no llevar a cabo un programa de apoyo a los trabajadores y las empresas durante la etapa más álgida de la crisis causada por la epidemia de COVID.

El argumento de Herrera es que, mientras que las naciones desarrolladas podían endeudarse masivamente porque pagaban tasas de interés reales en ceros o negativas, y los países más pobres veían cómo se les suspendía la deuda, México estaba en una complicada situación intermedia, con tasas de interés positivas. La decisión de no gastar más se habría debido a la previsión de no tener que pagar posteriormente el servicio de la deuda creciente.

Es cierto que, por las condiciones financieras, México no podía tener un programa de estímulos tan grande como el de Alemania o Canadá. Pero también es cierto que, países en situaciones similares, como Colombia o Costa Rica, llevaron a cabo planes mucho más ambiciosos que el mexicano. Hasta Brasil hizo más por la gente que quedó sin ingresos.

El asunto pasa porque no basta con ver la deuda en términos absolutos, sino en relación con el producto, con el PIB. Si el resultado de no endeudarse es que la economía cae mucho más, a final de cuentas la relación entre deuda y PIB empeorará. La economía mexicana cayó tanto, que hoy la deuda representa 5 puntos más del PIB que antes de la pandemia. Deber cantidades similares cuando se tiene menos dinero es más pesado.

Y pasa también con las decisiones presupuestales. Hubo algunos sectores que financiaron los escasos apoyos que hubo para la economía informal y la formal. Notablemente, ese el caso del “ahorro” obtenido con la desaparición de fideicomisos, muchos de ellos vitales para el futuro de mediano plazo del país. En cambio, se siguieron derramando grandes cantidades para el improbable rescate de Pemex y no hubo descanso en las obras insignia del gobierno de López Obrador: la más señalada y cara, la refinería de Dos Bocas. Bueno, ni siquiera hubo el aumento de presupuesto que necesitaba el sector Salud.

En otras palabras, detrás de la falta de estímulos no estuvo solamente la prudencia respecto al endeudamiento. Fue una clara definición de prioridades. Pemex y las obras insignia no se paran, aunque se pare el resto de la economía, con todas las consecuencias sociales y humanas que eso tenga.

Recordemos, además, que hay una cuestión de “principios” respecto a la deuda, de parte del presidente López Obrador (se trata en realidad de prejuicios): no quiere que se le catalogue de manirroto. Y no le gusta que intervengan “agencias imperialistas”. Recordemos cómo le molestó, hace un año, que el BID y la IP mexicana abrieran una línea de crédito por 12 mil millones de dólares, de un contrato realizado dos años antes. “Por el modito”, dijo. El “modito” era la presencia de un organismo internacional.

En la misma entrevista con El País, Herrera señala que parte de los problemas que existen entre el sector privado productivo y AMLO son “de traducción”. Haría falta una sección de “lo que quiso decir el Presidente”.

El problema es que el Presidente normalmente dice lo que quiere decir, y que el público al que se dirige en las mañaneras es distinto a sus interlocutores empresariales. Y, en el caso de la falta de apoyos durante la pandemia, López Obrador fue muy claro: no se trata de rescatar a los empresarios, que siempre se llevan la parte del león. Esa fobia, aunada al convencimiento de que no existía la capacidad para desplegar un estímulo exclusivo para los trabajadores, contribuyó a la decisión de apoyos mínimos, y a cuentagotas.

Y si uno revisa las declaraciones del todavía secretario de Hacienda a lo largo de este año medio, encontrará un optimismo constante respecto al comportamiento de la economía en medio de la crisis. Este optimismo muchas veces está ligado a la información incorrecta que ha recibido de parte de los encargados de combatir la pandemia.

A diferencia de otras naciones, que consideraron que el proceso de salida a la normalidad sería largo y sinuoso, e hicieron las previsiones correspondientes en materia económica, aquí se pensó alegremente que para el otoño del 2020 las cosas retornarían a lo de antes. Por eso se apostó a empezar a reabrir la economía desde el verano, en el pico de la primera ola. Ha pasado un año y la normalidad no llega.

El secretario de Hacienda defiende a posteriori esta apertura, que se entiende tanto en la relación de la llegada libre de personas del extranjero, como en el paso hacia menores niveles de restricción sanitaria. Y ahora pone sus cartas en la vacuna. Entiende que un ritmo rápido de vacunación es la mejor manera para que la economía se vaya recuperando más rápidamente. Es muy cierto, pero en el tema de las vacunas también se ha demostrado más optimista que realista.

Donde, desgraciadamente, Herrera es realista, es en su percepción que, al menos por ahora, el Banco de México -a cuya gubernatura está destinado- debe seguir teniendo como meta exclusiva el control de la inflación. Mientras no existan mecanismos de defensa de los ingresos reales de los trabajadores, la inflación conspirará contra ellos.

Y una de las razones por las que la inflación ha despuntado es que, como no hubo apoyos durante la pandemia, los agentes económicos que pueden hacerlo tratan de resarcirse de las pérdidas, intentando mover a su favor los precios relativos de los bienes y servicios que ofrecen. Combatir la inflación llevará a encarecer el crédito y enfriar la economía que apenas empieza a marchar. El círculo se cierra.


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