En su apellido llevaba el destino: un relámpago.
En su actitud, la combinación de la sonrisa, la relajación y la dedicación
profesional, que le permitieron ser querido por millones. Sus resultados
olímpicos palidecen sólo ante los atletas legendarios de los antiguos juegos,
cuya memoria trasciende milenios. En los mundiales, su palmarés es todavía más
rico.
Al niño Usain Bolt siempre le gustaron los deportes. Le encantaba el cricket, pero su sueño era ser futbolista profesional. En la secundaria lo convencieron de que su futuro estaba en el atletismo, en las pruebas de velocidad. El joven alto y de amplia zancada mejoró su técnica y rompió los récords juveniles de su país, famoso por sus sprinters. A los 18 años ya era campeón mundial en esa categoría. Un año antes, había representado a Jamaica en Atenas 2004, pero una lesión le impidió avanzar en su heat.
Varias universidades de Estados Unidos ofrecieron a Bolt jugosas becas, para que compitiera por ellas, pero el joven prefirió seguir estudiando y entrenando en su país. Superando lesiones (una, en la final de los 100 metros del Campeonato Mundial de 2005) y en una constante tensión con su entrenador, que lo imaginaba más corriendo los 200 y 400 metros porque no arrancaba muy rápido de los bloques, obtuvo su primera medalla mundialista, la plata en los Mundiales de Stuttgart, en 2007. Le ganó uno de los dos grandes rivales que tendría a lo largo de su carrera: el estadunidense Tyson Gay. Jamaica también se llevó platas en los relevos.
Pronto vendría la venganza. En 2008, previo a los Juegos Olímpicos, Bolt rompió el récord mundial de los 100 metros planos, con 9.72 segundos. En Pekín vendría la gloria completa: obtuvo medalla de oro en los 100 metros, con 9.69 segundos. No sólo quebró su propio récord, sino que se dio el lujo de voltear a ver a sus rivales y golpearse el pecho. En los 200 metros fue todavía más dominante: 19.30, rompiendo la marca olímpica y mundial de Michael Johnson. Fue el primer atleta en llevarse esos dos oros clásicos con sendos récords mundiales. Más tarde subiría a lo más alto del podio como parte del relevo jamaiquino del 4 x 100, pero esa medalla se retiraría años después por doping de uno de sus integrantes, Nesta Carter.
Un ingrediente de esas carreras fue la personalidad de Bolt. Su alegría, su forma de saludar a las cámaras y de atender a fanáticos y ayudantes. El zapatófono, las muecas, los bailes. Todo aquello que en los primeros años le sirvió para calmar los nervios, ahora era parte de un espectáculo relajado. La alegría del atletismo.
El siguiente año fue todavía mejor para Bolt. En los Mundiales de Berlín, destrozó sus propios récords, con marcas impresionantes: 9.58 en los 100 metros y 19.19 en los 200. De paso, le calló la boca a Gay, quien dijo que podría ganarle en la carrera reina. Dos años después, en Daegu, fue descalificado en la final por una salida en falso y no tuvo problemas para ganar ampliamente los 200 metros. En ambas justas, Jamaica ganó oro en los relevos. Y Bolt pasó a ser una suerte de rockstar del atletismo.
Para Londres 2012, a su rival Tyson Gay se había unido otro estadunidense, que recién había cumplido una suspensión de cuatro años por dopaje, Justin Gatlin. En los 100 metros, Bolt rompió su propio récord olímpico para llevarse el oro (y Gatlin fue tercero); en los 200, encabezó a los jamaiquinos que coparon el podio. La cereza del pastel fue el oro con récord mundial en el relevo.
Luego vendrían otros dos Campeonatos Mundiales. En ambos, Bolt se hizo del triplete: 100, 200 y relevo. En tres de las cuatro carreras, Gatlin quedó en segundo lugar (y Tyson Gay quedó fuera, suspendido por doping) y esa rivalidad sirvió como aliciente para que Bolt siguiera compitiendo.
Sus últimos Juegos Olímpicos fueron en Río 2016. Allí derrotó a Gatlin en los 100 metros, y se llevó el oro, y también subió a lo más alto en los 200. Se convirtió, así, en el único atleta que ha ganado las dos pruebas máximas de velocidad por tres Juegos Olímpicos consecutivos. Completó la hazaña en la prueba de relevos: hubiera sido un triple-triple para él, de no ser por la descalificación de Carter de 2008. Y todo lo hizo sonriendo, siendo simpático y amigable. Esa, y no las poses amenazantes, era su manera de presumir.
Tras la despedida apoteósica de las olimpiadas, la última participación de Usain Bolt fue en los Mundiales de 2017. Allí obtuvo un bronce en el hectómetro, decidió no correr los 200 y, en la última competencia de su vida, el relevo de 4 x 100, sufrió un tirón a metros de llegar a la meta. Tuvo que ser ayudado por sus compañeros para cruzarla. Fue un momento triste para el atletismo.
Con sus zancadas de casi dos metros y medio, su talento natural, su fuerza y su calidad técnica, Bolt obtuvo 8 medallas olímpicas de oro y ganó 11 de oro, 2 de plata y 1 de bronce en Campeonatos Mundiales. Es la gloria más grande del deporte de Jamaica y uno de sus tesoros nacionales.
Usain Bolt no sólo es el más grande velocista de todos los tiempos. También es quien ha hecho sonreír a millones antes de la prueba, en la prueba y después de la prueba. Y ese es un gran don.
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