En la gimnasia artística femenina hubo en los
años setenta una revolución, un cambio de paradigma. Las mujeres hechas y
derechas dieron paso a las adolescentes pequeñitas. Movimientos elegantes y
relativamente lentos cedieron el lugar a movimientos gráciles, veloces y
atléticos. Pero, sobre todo, a acrobacias temerarias. Eran más rápidas, volaban
más alto, tenían más fuerza. Citius, altius, fortius. Una nueva generación de mujeres se abría paso
en el mundo.
Quien mejor representó ese cambio fue Olga
Korbut, gimnasta soviética nacida en Bielorrusia, quien fue la reina de los
juegos de la XX Olimpiada: la Golondrina de Munich.
Korbut afirma que nació para la gimnasia, que
cuando en su clase de primaria preguntaron si alguien quería entrenar, ella
brincó como resorte. Muy pronto destacó, ayudada por la combinación de una
musculatura fuerte con poco peso y estatura. La chica hacía mucho entrenamiento
de fuerza, “para que mis músculos protejan a los huesos”. Nunca tuvo una lesión
grave, a pesar de que los entrenamientos implicaban varias caídas.
Llegó a la olimpiada muniquense a los 17 años.
Medía 1.49 y pesaba 38 kilos de músculo y fibra. Maravilló a todos con sus
actuaciones olvidadas del peligro, su sonrisa natural y sus ejecuciones precisas.
Contribuyó a que la Unión Soviética se llevara el oro por equipos, pero falló
lamentablemente en la competencia all-around, por una serie de fallas en las
barras asimétricas.
Pero el día siguiente sería el de su consagración.
Se llevó el oro en los ejercicios a manos libres, con una rutina menos balletística
y mucho más arriesgada que las de sus predecesoras, pero que tenía igualmente
elementos estéticos suaves. También lo obtuvo en la barra de equilibrio, donde
realizó tres saltos inéditos. El salto mortal hacia atrás lleva su nombre. Sin
embargo, la rutina más inolvidable fue la que realizó en las barras asimétricas,
a una velocidad impresionante y con saltos y giros de grado extremo de
dificultad. El más notable fue el Flip Korbut, en el que la gimnasta se
para sobre la barra más alta, se lanza en un mortal inverso, como clavadista, retoma
la barra, pasa a la inferior y luego de espaldas, se impulsa y toma de nuevo la
de arriba.
Los jueces la calificaron con 9.80, lo que
daría el oro a la alemana Karin Janz. El público de Munich abucheó el resultado
porque lo consideró injustamente bajo. Tras varios minutos de silbatina, los
jueces no cedieron y Korbut se tuvo que conformar con la plata. Hay quien opina
que se le castigó el atrevimiento excesivo. Hoy muchos consideran que esa
rutina, que no ganó el oro, es la mejor que ha habido en la historia de los Juegos
Olímpicos. Mejor que la de Nadia Comaneci. Mejor que las de las gimnastas de más
de medio siglo después.
El Flip Korbut en las barras
asimétricas está prohibido por la Federación de Gimnasia, por considerarlo
demasiado peligroso. “Yo simplemente era creativa”, declaró años después la
gimnasta.
A partir de esa actuación en Munich, surgió
una pasión mundial por la gimnasia femenina, que ahora era más atlética. Miles
de niñas querían seguir los pasos y las cabriolas de Olga. Esa pasión alcanzaría
la cúspide cuatro años después, en Montreal 76. Korbut llegó lesionada y terminó
por ser opacada por una jovencita de 14 años que declaró haber sido inspirada
por la soviética. Aún eclipsada por Nadia Comaneci, Olga Korbut consiguió en
Montreal otras dos medallas: el oro por equipos y la plata en las barras asimétricas.
Al año siguiente se retiró.
Su legado ha sido duradero, porque Olga Korbut tal vez no haya sido la máxima medallista de su tiempo, pero sí fue el máximo estandarte de una revolución triunfante.
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Y aquí, aquella actuación en las asimétricas:
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