Una tarde llegó el presidente Carlos Salinas
de Gortari a comer a las instalaciones de El Nacional, con el pretexto
de ver la remodelación que había hecho Pepe Carreño a las oficinas y parte de
la redacción, pero en realidad a departir y hacer migas con el equipo que hacía
el periódico.
A la comida hemos de haber asistido una
veintena de personas. De ella recuerdo sólo unas cuantas cosas. En primer lugar,
que Salinas estuvo amable y articulado, y que realmente nos escuchaba como
interlocutores. Era el primer año de su sexenio.
Una cosa que me llamó la atención aquella vez,
fue que percibí en Salinas de Gortari una preocupación muy viva acerca de su
legitimidad. Incluso pidió, de una manera tangencial y sin usar explícitamente
la palabra, sugerencias para poder consolidarla. Creo que no le dimos ni una
que fuera útil.
A mí me tenía ubicado por las encuestas que
publiqué en Punto y La Jornada, que eran las únicas mexicanas que
daban ventaja a Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal. Lo sé porque me
preguntó a qué atribuía yo que la victoria de Cuauhtémoc en la capital
resultara mucho mayor que lo que indicaban las encuestas, incluida la mía (de
hecho, todos fallamos, sólo que los otros por más). Salinas tenía la hipótesis de
que los asesinatos de Francisco Xavier Ovando, cercano colaborador de Cárdenas,
y de su secretario, Román Gil, ocurridos cuatro días antes de las elecciones,
habían tenido qué ver con su propio desplome electoral.
Le respondí que no pensaba que esos crímenes
hubieran influido mucho, porque no es que la población hubiera estado tan informada.
Hizo un gesto de extrañeza, con el que me dio
la impresión de que en verdad creía que eso había sido un acto decisivo (y que,
por tanto, pensaba que el asesinato de los cardenistas era parte de un complot),
y me preguntó:
-¿Entonces?
-Hay tres elementos -le dije-: en primer
lugar, la tendencia respecto a las semanas anteriores era clara: usted iba a la
baja y Cárdenas, al alza; luego me parece que el acto final de campaña fue
contraproducente, usted sabe (me refería a los acarreados) y finalmente, en las
colonias marginales, los encuestados no respondieron con la verdad.
Salinas hizo una mueca un tanto incrédula:
-Me está diciendo que mintieron.
-Pues en mi encuesta usted perdía fuerte en
las colonias populares, pero ganaba en las muy marginadas. Mi hipótesis es que una
parte de esa gente dijo que iba a votar por usted y se quedó en su casa.
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