Alberto Braglia era un muchacho pobre, trabajaba de
ayudante de panadero, pero alcanzó una fama inaudita, en una vida de montaña
rusa. De los modestos orígenes, a desfiles triunfales y a ser recibido en las
cortes reales, luego polémica, más triunfos, tragedias individuales y
familiares, la miseria y una suerte de rescate tardío, con paradojas
increíbles.
El joven panadero decidió utilizar su tiempo libre
en una sociedad de gimnasia y esgrima, situada en las afueras de su ciudad
natal, Módena. Allí destacó de inmediato por su habilidad con los aparatos
gimnásticos. Conquistó campeonatos regionales, nacionales, europeos y fue a los
juegos intermedios de Atenas 1906 (no reconocidos por el COI), ahí se destacó
como el mejor gimnasta del mundo. A su regreso a Módena, se reabrió la vieja
puerta citadina para que encabezara un desfile triunfal.
Después vendría la primera prueba olímpica
propiamente dicha: Londres 1908. Allí Braglia ganó en todas las pruebas, lo que
en aquel entonces se llamaba “el heptatlón de la gimnasia”: piso (ejercicios
libres y obligatorios), caballo con arzones, salto de caballo, barras
paralelas, anillos y barra fija. Obtuvo el oro individual all-around (no se
entregaban medallas por aparato), y ayudó a que Italia se llevara la plata por
equipos.
En esa época, los jueces no ponían calificaciones
numéricas, sino que adjetivaban: “bueno”, “excelente”, “extraordinario”,
“gracioso”, “deficiente”. Con Braglia los adjetivos se les acabaron:
“irrepetible” “fuera de toda imaginación” y, en el caballo con arzones, “la
perfección”. Fue recibido por el rey de Inglaterra y, a su regreso, por el de
Italia.
Pero no sólo de laureles vive el hombre. Tras la
olimpiada, y en vista de la escasez de trabajo, Braglia se dedicó a dar
exhibiciones públicas de sus habilidades como gimnasta. En tiempos del
amateurismo estricto (que en realidad era el pretexto para que los Juegos
Olímpicos fueran sólo para los miembros de las clases pudientes), eso significó
la expulsión. En esos días, para hacer
más grande la tragedia, se le murió un hijo pequeño y tuvo un agotamiento
nervioso.
Paradójicamente, el tiempo que estuvo fuera de
acción por su triste situación, sirvió para que el comité italiano lo
rehabilitara como amateur. Así fue que compitió en los Juegos de Estocolmo
1912, e incluso fue abanderado de su delegación. En la competencia, de nuevo
los adjetivos laudatorios fueron insuficientes. Se llevó el oro individual e
Italia ganó por equipos. De nuevo las recepciones con la realeza y de nuevo el
regreso a un mundo incierto.
Llega la I Guerra Mundial y Braglia pasó a ser
soldado de infantería. De ahí, pasó a formar un espectáculo que mezclaba la
gimnasia con el teatro, en el que el campeón olímpico interpretaba un personaje
popular, parecido a Chaplin e imitaba movimientos mecánicos. Tiempos de futurismo.
El espectáculo tuvo éxito en varios países, pero Braglia perdió sus ahorros en
el crack bursátil de 1929.
Pasó a ser entrenador de gimnasia, del equipo
italiano que ganó el oro en Los Ángeles 1932. De ahí, a varios oficios
modestos. Durante la II Guerra Mundial perdió la casa en un bombardeo, cayó en
la miseria y tuvo que vender sus medallas de oro. En los años siguientes tuvo
arterioesclerosis y terminó en un
hospicio para indigentes. Fue ahí que un periodista lo reconoció, e hizo
campaña para sacar de ahí a esa gloria del deporte.
Llegamos a otra paradoja: tras sacarlo del hospicio
y darle un poco de dinero, el municipio decidió darle a Alberto Braglia el
puesto de vigilante del Gimnasio Alberto Braglia, muy cerca del Estadio que
desde 1936 se llamaba Alberto Braglia. El hombre cuidaba, barría y limpiaba el
gimnasio que llevaba su nombre. Así estuvo hasta que el Comité Olímpico
Italiano le dio un estipendio que le permitió vivir con cierta tranquilidad
hasta el día de su muerte.
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