El documental American
Factory acaba de ganar el Óscar en esa categoría. Tal vez no sea un filme
particularmente entretenido, pero desmenuza con bastante claridad los cambios
que están ocurriendo en el mundo laboral, ligados a la crisis del viejo modelo
industrial, a la globalización y a la creciente vulnerabilidad de los
trabajadores. También, quizá, nos ayude a comprender un poco mejor el ascenso
del populismo en Estados Unidos y, de paso, algunos sueños guajiros que se dan
en estas tierras.
El filme inicia con el cierre de la planta de
General Motors en Dayton, Ohio, ligado a la crisis de 2008, y cuenta cómo en el
mismo lugar se instaló una fábrica de vidrios para automóviles, con el capital
de un multimillonario chino. Es el shock de diferentes estilos de trabajo, de
distintas culturas y, encima de todo ello, de los efectos políticos y sociales
de la globalización en aquellas zonas que alguna vez fueron prósperas y ya no
lo son.
Según las declaraciones de los trabajadores
estadunidenses en el documental, en los tiempos de General Motors se vivía una
bonanza, los salarios eran muy altos y los obreros se consideraban a sí mismos
como parte de la clase media estadunidense. Tras el cierre de la planta, hubo
años de desempleo, hasta que llegaron los chinos a crear nuevas esperanzas.
La historia de American
Factory es la historia de obstáculos que parecían irremontables. Fuyao, la
empresa china, envía técnicos para entrenar a los obreros de EU –que saben
armar autos, pero no son expertos en vidrios- en sus nuevas tareas. Los chinos
pasan dos años separados de sus familias y se les enseña a lidiar con obreros
pasados de peso, “torpes y flojos”, que no están dispuestos a trabajar horas
extras, que no tienen amor a la empresa y que todo el tiempo amenazan con
sindicalizarse. A todas estas, el salario de los obreros gringos es la mitad de
lo que ganaban en los buenos viejos tiempos. Pero significa estar mucho mejor
que en el desempleo: significa volver a soñar, aunque sea, en ser “clase
media”.
Un grupo de jefes de escuadrilla viaja a China a la
fábrica central, y las escenas son, para quien está de este lado del mundo –y
de seguro para ellos-, bastante alucinantes. Por una parte, vemos la
dedicación, calidad y eficiencia del trabajo de los chinos, que llevan jornadas
de doce horas. Por otra, su organización casi militar. Por otra más, el papel
del sindicato allá: el líder es cuñado del dueño, el sindicato comparte sede
con el Partido, y evidentemente es blanco: la tarea es mantener los puestos de
trabajo haciendo que la compañía tenga grandes ganancias. Pero lo más
interesante es que la empresa tiene un papel dominante en la vida social y el
dueño hace las veces de caudillo. Hay una fiesta en la que se canta el himno de
la empresa, se hacen bailables con contenido nacionalista, otros relativos al
trabajo de la empresa y hasta hay una boda colectiva en la que el dueño es
padrino múltiple.
Es una vida regimentada, que también tiene la
característica de crear un fuerte sentido de pertenencia. A la comunidad de la
empresa y a China. Ese sentido de pertenencia genera lazos difíciles de romper,
entre otras cosas porque les resultaría carísimo a los trabajadores dejarla. De
ahí las horas extras sin pago, los dos años alejados de la familia, etcétera.
En algún momento un técnico chino explica: “para los
estadunidenses se trata sólo de un trabajo, y luego hacen otra vida”. Para
ellos es distinto. Y lo dice el dueño-caudillo, antes de entrar en una especie
de depresión: “el verdadero propósito de la vida es el trabajo que hace uno”.
Se trata de una tensión que nunca termina de
resolverse. Hay en la fábrica de Dayton un intento de sindicalización masiva, movilizada
en parte por la falta de una cultura de prevención de accidentes de trabajo de
parte de los chinos, una contraofensiva monetaria e ideológica de parte de la
empresa, hay dramas personales, hay amistades que se forjan por encima de las
diferencias culturales, pero pueden deshacerse porque los intereses del capital
son más fuertes. Al final, después de varios años de pérdidas, la sucursal
gringa de Fuyeo llega a los números negros.
Al momento de hacer las cuentas, uno de los técnicos
chinos llega a una conclusión: la diferencia fundamental entre ellos y los
americanos es que los chinos vienen de una generación que se conformaba con
darle de comer a sus hijos y la de ahora, gracias a sus esfuerzos, puede viajar
y tener otras cosas, y está pensando en la siguiente, que tendrá una vida
todavía mejor, mientras que los de Ohio no vienen de esas carencias y no ven al
futuro, sólo al presente.
Y del otro lado, un obrero estadunidense dice que,
pase lo que pase, nunca volverán los buenos viejos tiempos en los que
trabajabas 40 horas semanales y ganabas casi 30 dólares la hora. Lo que un día
fue no será.
Lo que vemos, pues, es el capitalismo salvaje que
hace su entrada con la veste de la globalización, transformando para mal la
vida de lo que alguna vez fue la aristocracia obrera. Peores condiciones
laborales, mayor estrés, y los procesos de automatización que penden como
espada de Damocles encima de todos. En esas circunstancias es fácil escuchar el
canto de la sirena que te promete que todo volverá a ser como antes. Fue lo que
hizo Trump, que ganó Ohio y otras zonas del “cinturón del óxido”. El problema
es que la automatización va tan fuerte que no hay manera que lo que un día fue
pueda volver a ser.
En México hay quienes ven con nostalgia una mítica
“edad de oro” en zonas petroleras que hoy están en plena crisis. Le han dicho que
no a la globalización (las empresas extranjeras del ramo, que hubieran podido
dar un buen símil con la china del documental), pero sueñan en que regresen,
por alguna magia, las oscuras golondrinas. Les han prometido que todo volverá a
ser como antes. Aunque no haya manera.
Hay dos detalles en los que, considero, el
documental es omiso. Uno es el origen de todo, que fue la crisis de 2008,
basada en la preeminencia del capital financiero especulativo. Y otra, que en
el rescate a las empresas de la industria del automóvil, el dinero público
terminó traduciéndose en ganancias para los accionistas, pero igual en
desempleo para los trabajadores.
Finalmente, hay un filme de ficción de 1986,
titulado Gung-Ho, en el que pasa algo
similar a lo que trata American Factory,
con la salvedad de que en aquella ficción, la empresa es japonesa, los obreros
gringos sí se ponen las pilas, entran a la mística oriental de trabajo, cumplen
las metas de producción y evitan que la fábrica emigre. La fecha de Gung-Ho es significativa: es de cuando
se instauraba el nuevo orden económico reaganiano. De ahí el optimismo. El
contraste con el pesimismo realista de American
Factory es también una manera de dejar claro que aquel orden se hizo
pedazos (aunque todavía haya quien lo dude).
2 comentarios:
Muy interesante su comentario como ver el documental, como lo puedo bajar. Además es una muestra del capitalismo actual y de la clase obrera.
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