Habrá quien piense que en las elecciones italianas
del 4 de marzo no pasó nada excepcional, al cabo que los italianos se han
demostrado, desde hace años, incapaces de formar, con su voto, cualquier cosa
que se asemeje a una mayoría parlamentaria. Pero lo que sucedió es una señal
gravísima de la crisis que viven, en muchos lados del mundo, las democracias
representativas.
Los electores han premiado a los extremos, y también
a la antipolítica. Los partidos que hacen política tradicional se han
desfondado (imagine el lector cómo estarán las cosas, que el partido de
Berlusconi apareció como “moderado”) y han triunfado el antieuropeísmo, el
nacionalismo y la xenofobia.
En resumen, el bloque de centro-izquierda tuvo un
fracaso histórico (para colmo, la izquierda se presentó dividida, lo que hizo
más grave el asunto en términos parlamentarios); en el bloque de
centro-derecha, el ganador fue la Liga (antes Liga Norte), un grupo que primero
fue independentista –quería separar al rico norte italiano del sur empobrecido–
y que ahora se define como federalista y “etnonacionalista” (lo que deja ver un
claro tinte racista). Cambió su lema “Primero el Norte” por “Primero los
Italianos”, lo que por supuesto suena muy trumpista.
Para darnos una idea de qué tan racista es la Liga
Norte, basta decir que en su publicidad “en defensa de los italianos” utilizó
modelos checos y eslovacos. Al parecer, los italianos no son lo suficientemente
rubios.
Y el gran ganador general fue el Movimiento 5
Estrellas, una organización sui-géneris, fundada por el cómico Beppe Grillo y
el experto en mercadotecnia y redes Gianroberto Casaleggio. Este grupo
aprovechó el descontento generalizado de la población con la clase política del
país, corrupta y amante del lujo. En un país en el que los legisladores, los
partidos políticos y en general las instituciones tienen una enorme
impopularidad, el camino que escogió el Movimiento 5 Estrellas fue el de recoger
el descontento, viniera desde donde viniera. Y lo hizo a través del blog de Grillo en internet.
Ese partido dice no ser de izquierda, ni de derecha
(sino todo lo contrario, es decir: “transversal”), está en contra de cualquier
acuerdo interpartidario, porque es transar en lo oscurito, tampoco considera
vigentes las instituciones de la democracia formal (“cara, improductiva,
ineficiente”), por lo que prefiere la e-democracia: es decir la votación
referendataria de todos los temas relevantes, a través del internet. Aunque,
claro, quien controla las redes del partido es la dirigencia.
Para el partido de Beppe Grillo, la democracia
representativa no es compatible con la soberanía popular. Sólo la democracia
directa. El cómico dice que se retirará cuando haya un referéndum semanal por
internet.
Pero si uno le pregunta al italiano qué quiere, la
respuesta será menos impuestos, más gasto público, mayores pensiones, nada de
multas, nada de austeridad y, demasiado a menudo, que no haya tantos inmigrantes
quitándome el trabajo. Por ahí van las propuestas del partido que resultó más
votado.
Obviamente, también estaba por eliminar el
financiamiento público a los partidos, cosa que ya logró.
El M5S nació como vehículo político para un líder
carismático, que era Grillo, el cómico de TV, y como mecanismo de poder para
quien controlaba la red, Casaleggio. El problema de ese movimiento es que, como
agregación popular sin programa político, tiene a ciudadanos pulverizados (no
organizados) en torno a un líder que los maneja en las redes. En otras
palabras: populismo puro.
Casaleggio murió, Grillo ha dejado la estafeta
formal de líder al joven de 31 años Luigi Di Maio, que ha movido el partido
ulteriormente hacia la derecha, pero sigue siendo la figura referente.
Por si hubiera dudas de la colocación política de
esta formación, hay que señalar que, en el Parlamento Europeo, hace grupo con
el UKIP británico (los autores del Brexit), AfD de Alemania (es decir, los
neonazis) y otros partidos nacionalistas de derecha.
Para completar el negro panorama electoral, Hermanos de Italia, formación de extrema
derecha, también llegó al parlamento, como hermano incómodo de la coalición con
la Lega y el partido de Berlusconi. Lo único bueno fue que los fascistas
abiertos se quedaron fuera.
A nivel regional, queda clara la subdivisión. El
norte, con la coalición de derecha -¡que incluso se llevó distritos en
Emilia-Romaña, que antes era la región roja por excelencia!; el sur, con el
Movimiento 5 Estrellas. A la coalición de centro-izquierda no le quedó más que
la Toscana, un cacho de Emilia-Romaña y el Trentino Alto-Adigio (en realidad,
gracias al Sudtiroler Volkspartei, el partido de los germanohablantes,
preocupados por el renacer fascista de los italoparlantes).
Otro dato de interés es que las otras únicas zonas
donde ganaron el PD y sus aliados fueron en los centros de las principales
ciudades modernas: Roma, Milán, Turín. Las clases medias urbanas integradas a
la globalidad votaron hacia la izquierda. Eso ya no sucede, como se verá más
abajo, con la clase obrera.
También se repitieron patrones comunes a la votación
del Brexit en el Reino Unido y a la de Estados Unidos: los habitantes rurales y
de poblaciones pequeñas votaron masivamente a la derecha, que pierde votos en
la medida en que las localidades son más grandes.
No sabemos qué sucederá, en términos de la
posibilidad de formar gobierno (de hecho, la única combinación posible es 5
Estrellas con la Lega). Es posible que se tenga que llamar a nuevas elecciones,
y es probable que el resultado todavía sea peor.
¿Por qué pasó todo esto? Italia es la nación europea
que menos ha crecido desde la aparición del Euro; el ingreso real es igual al
de 1999. Además, hubo un cambio en la distribución del ingreso, en el que
perdieron los asalariados. Es un país claramente envejecido, con un fuerte
problema fiscal debido a las pensiones, que suelen ser buenas. Su desempleo es
alto: 11.2% de la población económicamente activa. Y es una economía altamente
endeudada: la deuda pública equivale al 140% del PIB.
Pero también pasó porque las fuerzas tradicionales
de centro-izquierda y centro-derecha no fueron capaces de adelantar soluciones
a estos problemas, que no fueran las recetas tradicionales de control
(relativo) del gasto. No hubo innovación, no hubo capacidad de gestión
colectiva, entre otras cosas porque los partidos del siglo XXI, a diferencia de
los del siglo pasado, dejaron de ser polos de agregación comunitaria, dejaron
de ser portadores de cierta cultura social y se convirtieron en espacios de mercadotecnia
política y reparto de puestos y prebendas.
Si uno mira las encuestas, notará algo interesante:
los obreros mayores de 50 años y los pensionados votaron mayoritariamente por
la coalición de centro-izquierda. Los obreros menores de 50, lo hicieron por la
Lega y, sobre todo, el Movimiento 5 Estrellas. En una generación, la clase
obrera italiana pasó del socialismo al trumpismo.
Y esta es la tragedia de fondo. Ha habido una
ruptura cultural. Los valores socialcristianos o socialistas o neoliberales, con
los que podía uno estar de acuerdo o no, han sido sustituidos. Pero no por
otros valores, sino por el enojo, el encono y el deseo de la exclusión. Es una
derrota cultural del antifascismo.
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