Todo indica
que el gobierno no se ha dado cuenta del tremendo golpe que sufrió con la
tragedia del Paso Express, obra inaugurada con bombo y platillo que a los tres
meses se tragó un auto y la vida de sus dos ocupantes. Pareciera que no se
explican por qué un “accidente” que “sólo” costó dos muertos ha generado tanta
indignación y enojo en la sociedad. Por lo mismo, se han mostrado incapaces de
dar una respuesta satisfactoria al asunto.
Lo que no
entiende el gobierno es que el socavón es una alegoría de lo que vive el país:
la imagen de una tragedia evitable, de un hoyo enorme causado por la corrupción,
en el que caen víctimas inocentes, y sobre cuya responsabilidad nadie se hace
cargo. El socavón que se traga todo, hasta la esperanza.
¿Por qué
resulta irresistible? ¿Por qué perdura la imagen en la mente? Porque toda
alegoría es didáctica. Conjunta muchas ideas y las representa.
Los
caricaturistas se han dado vuelo con el asunto. Dibujan al país como socavón, o
a los distintos miembros de la clase política asomándose a él o saludándonos
desde adentro, cuando no levitando por encima del hoyo. En el fondo, hacen
pleonasmos: añaden elementos y hacen énfasis en algo que ya está comprendido.
Para más
inri, las reacciones de las autoridades han sido de libreto, a veces
esperpéntico.
Primero, un
deslinde que exoneraba a la empresa, porque el Paso Express “cuenta con las
especificaciones necesarias de su construcción”, y culpaba a las lluvias
atípicas (que las hay todos los años) y a la población aledaña a la zona del
socavón, por tirar basura en exceso. Sí, claro, la basura siempre está en el
fondo.
Después, la
queja sobre que las casas de los vecinos estaban “inadecuadamente instaladas
junto a la autopista” y que era un error dar salida a los vecinos por la
autopista, utilizándola como vía urbana.
Más tarde,
la admisión de que había habido advertencias por la hendidura y exigencias de
reparación de la tubería, en las que hubo hasta un bloqueo de la carretera, y
que fueron desoídas por el delegado de la SCT en Morelos, quien ya perdió su
empleo. No se preguntaron lo que la gente: ¿Y quién puso a ese inepto en el
puesto?
Al final, el
comentario del secretario de Comunicaciones y Transportes sobre la familia de
los fallecidos, indemnizada por el “mal rato” que había pasado. Saber que su
padre, esposo, hijo, hermano, novio habían muerto enterrados vivos, tras
comunicarse al exterior, luego de romper desesperadamente los cristales para
intentar salir, era un “mal rato” y para eso estaba la indemnización. Una frase
de villano de telenovela.
Estas
reacciones, que eluden responsabilidades, pero que son aderezadas con solemnes
declaraciones acerca del dictamen técnico que se realizará para saber las
causas del hundimiento y el castigo de los culpables (que no serán los de
arriba), lo único que logran es reforzar la alegoría.
Es obvio que
lo del socavón no es un accidente, aunque haya sido azarosa la determinación de
quiénes fueron las víctimas. El tramo de la autopista se vendría abajo tarde o
temprano, porque estaba mal construida, porque no se previó la previsible fractura
del drenaje, porque a las quejas de la población no se las escucha.
Es una
combinación de errores e incompetencias, que no puede explicarse sin sospechar
de un altísimo nivel de corrupción. Por lo mismo, –en la alegoría– el socavón
en el que caen las víctimas inocentes está hecho de eso: de corruptelas.
La obra, que
no es más que la expansión del llamado “periférico de Cuernavaca”, costó más
del doble del precio original. Una de las empresas ganadoras es, al menos
nominalmente, del hijo del dueño de una empresa inhabilitada por la Secretaría
de la Función Pública. No hubo transparencia en la asignación de la obra a
estas empresas. Hubo un número elevado de muertes (usemos la palabra “atípico”)
en la construcción. Se han señalado más fallas y, por supuesto, la empresa
Aldesa es una de más favorecidas en otras licitaciones federales. En resumen,
se ha convertido en alegoría de la corrupción en el sexenio (lo que la Estela
de Luz fue al de Felipe Calderón).
Debería
existir una investigación a fondo que determinara no sólo las
irresponsabilidades en cuanto a la supervisión, sino también en cuanto a la
obra misma. Hay quienes dudan, justificadamente, de que cuente con las famosas
“especificaciones necesarias”.
Pero no nos
hacemos ilusiones. No habrá tal investigación, sino un simulacro. Tampoco habrá
remociones de relevancia. Y todo ello seguirá reforzando la alegoría que no
quiere ver el gobierno.
La
percepción social de corrupción ha sido el punto más débil de la presidencia de
Enrique Peña Nieto. Su impacto es mayor que el referente a la violencia o a la
situación económica. Y los escándalos más mediáticos de corrupción han estado
vinculados a empresas constructoras, que son vistas como cómplices principales.
Es el punto central de la imagen del socavón, pero se niegan a verlo.
A cambio,
pronto veremos nuevas inauguraciones de infraestructura, con discursos presidenciales
que hablan de la confianza en México y promocionales que festejan la
posibilidad de viajar más rápido de tal a cual lugar. ¿Habrá quien de veras
crea que eso sirve para apuntalar la imagen del gobierno?
En fin, hay
tres políticas detrás de la tragedia del socavón: la que, por razones dignas
del mayor sospechosismo, contrata
caro algo hecho de manera barata; la que cierra un ojo a la hora de supervisar
las regulaciones y la que pone las formas pomposas por delante.
Eso es lo
que indigna. No saben cuánto.
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