He comentado
que cuando me decidí dejar México, al menos por un tiempo, era porque
consideraba que, después del Mundial de Futbol, no íbamos a tener nuevas
esperanzas, hasta que llegara el tapado,
el candidato presidencial del PRI ungido por el Presidente de la República, a
renovarlas, así fuera solamente en el discurso. Pasó eso y más.
Supe
quién iba a ser el tapado al escuchar
el V Informe de Miguel De la Madrid. El Presidente decía cosas inauditas
respecto a la economía: Cuando dijo que “La inflación
subió a 105% como resultado de la presión de los costos; el deslizamiento cambiarlo con respecto al dólar
controlado con que se enfrentó la escasez
de divisas llegó a 148%; las tasas de interés subieron 23 puntos en el año,
como consecuencia de la menor disponibilidad de recursos; a su vez, el alza en
el costo del dinero encareció el servicio de la deuda pública interna y elevó
el déficit financiero, lo que contribuyó al aumento de las presiones
inflacionarias”, me quedó claro que se estaba alejando de la ortodoxia plena
con la que se había conducido durante todo su mandato, y que el escogido no iba
a ser el Secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog.
De la
Madrid fue más allá. Afirmó que la naturaleza de la inflación “ha ido cambiando
conforme se han modificado las características de la crisis y se ha avanzado
en la aplicación de la política económica. A finales de 1982, vivimos una inflación
derivada de un exceso de demanda… más tarde la inflación repuntó debido a la
presión de los costos, producto, a su vez, del tipo de cambio y las tasas de
interés. Hoy, no existe exceso de demanda ni choque de oferta. Sin embargo, la
inflación permanece alta, aunque estable, en gran medida por factores de
inercia”.
De hecho, a la mitad del cuidado discurso, el presidente De
la Madrid había cambiado de diagnóstico. Este se parecía mucho más a lo que
nosotros habíamos manejado desde hacía tiempo. La inflación inercial proviene
de un desarreglo-desacuerdo sobre la distribución del ingreso entre los
diferentes sectores productivos. La solución no es estrictamente económica: es
política. Sólo una reconstrucción del pacto social permitiría bajarla, y no de manera
gradual, sino casi súbita.
Era obvio, desde mi punto de vista, que eso significaba que
De la Madrid empezaba a ceder la estafeta a alguien que tenía una visión menos
cuadrada de la política económica. Al mismo tiempo, que la economía seguía
siendo la tarea prioritaria del país. En otras palabras, el tapado era Carlos Salinas de Gortari,
Secretario de Programación y Presupuesto.
Quedé tan convencido de mi análisis que empecé a apostar con
quien se dejara y a entrar a todas las quinielas posibles sobre quién era el tapado. Gané casi un millón de pesos de la época (poco
más de 600 dólares).
Lo que De la Madrid no tenía previsto –o sí, pero prefirió
atenerse a las consecuencias- es que la designación de Salinas, hecha al estilo
tradicional y unipersonal de entonces, iba a generar la formación de la disidente
Corriente Democrática del PRI, que terminaría por dejar ese partido y por
lanzar a la Presidencia de la República a Cuauhtémoc Cárdenas.
Siempre he tenido la impresión de que a los de la Corriente
Democrática les molestó más el fondo que la forma, que su lucha era más por
recuperar el nacionalismo revolucionario que por la democracia: en otras
palabras, que si el ungido por el dedo presidencial hubiera sido alguien como
el secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, el pleito hubiera sido en
sordina y tal vez no hubiera habido fractura.
Otras grillas
Por lo que se refiere a la izquierda, algunos compañeros del
ex MAP habíamos discutido acerca de la candidatura presidencial del Partido
Mexicano Socialista. Algunos, particularmente Pablo Pascual, se hacían a la
idea de que iba a ser Heberto Castillo, por ser la figura más prominente del
momento. A mí me parecía un contrasentido por diferentes razones. La primera,
es que Heberto había estado toda la vida en contra de nuestro grupo político, y
lo había demostrado con creces cuando la formación del PSUM. La segunda, es que
obviamente iba a querer radicalizar el partido en la campaña. Cuando fue la
votación entre los simpatizantes, algo así como elecciones primarias, me incliné por el escritor chiapaneco Eraclio
Zepeda, a sabiendas de que perdería. Es un voto que recuerdo con gusto.
Una tarde, recibo en mi casa una llamada de Pablo Gómez, con
quien llevaba de años atrás buenas relaciones. Me ofrecía “una candidatura
segura” a diputado, entre los cuatro primeros de la lista plurinominal. De
inmediato presentí que su propósito era utilizar esa candidatura –quién sabe si
en verdad de las primeras cuatro- como “cuota de grupo” de los exmapaches, con lo que desplazaría a
otros compañeros de más jerarquía. Sabía que Pablo me consideraba,
erróneamente, a la izquierda de mis compañeros y supuse que pensó que sería más
dócil que ellos. Le contesté agradeciéndole, pero aclarándole que yo no me
había afiliado al PMS. “Con Heberto, ni a bañarse”, le dije. Quedó sorprendido
de que no fuera miembro del Partido, me agradeció la sinceridad y colgó.
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