El extraño deporte de la danza sobre hielo estuvo
durante décadas relegado a un papel secundario dentro del patinaje artístico y
de los juegos invernales, hasta que llegó –de uno de los lugares más
improbables, la Gran Bretaña- una pareja que lo revolucionó completamente y que
enamoró al mundo con una actuación inolvidable, en Sarajevo 1984: Jayne Torvill
y Christopher Dean.
Antes que ellos, la disciplina dependía mucho (en la
rutina obligatoria) de la capacidad técnica para repetir una y otra vez, de manera
exacta, la misma rutina y (en las libres) de la posibilidad de cambiar de ritmo,
al usar diferentes piezas musicales. Era algo sólo para conocedores.
Torvill y Dean –quienes empezaron a patinar desde
niños y que abandonaron sus puestos de empleada de una compañía de seguros y
policía, respectivamente, tras quedar en quinto lugar en los Juegos de Lake
Placid 1980, para dedicarse de lleno al patinaje- transformaron todo eso. La
clave fue usar una sola melodía, con diferentes ritmos, para sugerir una
historia, crear una narrativa con elementos teatrales y hasta circenses.
Convertían el deporte dancístico en un espectáculo de notable esteticismo. Para
ello se asesoraron de actores y coreógrafos (aunque la puesta final en escena
siempre terminaba dirigida por Dean).
Los ingleses iniciaron el cambio en 1982, y les
valió el campeonato mundial. Lo repitieron en 1983, con idéntico resultado.
Eran los favoritos en Sarajevo y no solamente no defraudaron, sino que
cautivaron a los jueces y a la audiencia. En la rutina corta lanzaron su
primera gran innovación con un pasodoble basado en la suite “Capricho Español” de
Rimsky-Korsakov. En la coreografía él era el matador y ella, el capote.
Para la rutina larga –y final-, Torvill y Dean
mantuvieron la coherencia temática y se decidieron por el ballet “Bolero”, de
Maurice Ravel, que tiene un evidente aire español. La coreografía fue milimétricamente
exacta (Torvill esperó 18 segundos antes de colocar sus cuchillas en el hielo, para
no pasarse del tiempo permitido). Los bailarines entendieron perfectamente el
sentido de la obra, que los conduce desde lo repetitivo hasta un final casi
orgásmico. Y los jueces entendieron a los competidores: tuvieron calificaciones
perfectas en lo estético y casi perfectas en lo técnico, logrando una
puntuación que no ha sido igualada. Para ellos fue la medalla de oro.
Torvill y Dean pasaron entonces al profesionalismo, y
se dedicaron a ganar campeonatos mundiales y a extensas giras con coreografías
cada vez más complejas, pero un cambio en las reglas de elegibilidad les
permitió volver a competir en los juegos Lillehammer 1994. En esa ocasión hicieron
exactamente lo contrario: regresaron a las raíces con el tema Let's Face The Music and Dance, cuya
narrativa era el baile mismo de pareja (es decir, nada de teatro). A pesar de
los clamores aprobatorios del público, obtuvieron solamente la medalla de
bronce.
Aunque, por su capacidad expresiva, parecía que
Torvill y Dean estaban enamorados, cada quien tuvo su pareja en la vida real
(bueno, Christopher Dean ha tenido tres esposas) y su exitosa sociedad fue
exclusivamente en el patinaje artístico. Se retiraron en 1998. Pero pasan las
generaciones y todo mundo recuerda su inmortal interpretación del Bolero de Ravel.
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