El gobierno de Felipe Calderón cargará para siempre el
estigma de ser recordado como el de la “guerra contra la delincuencia
organizada”. Existe una posibilidad cada vez mayor que el de Peña Nieto quede
en la mente, no como el “de las reformas estructurales”, sino como el “del
surgimiento de las autodefensas”. De ello depende lo que se haga en los
próximos meses.
Los grupos más notables de las llamadas Autodefensas han
surgido en los estados de Guerrero y Michoacán, pero sus raíces –y por lo
tanto, la manera de contrarrestarlos- son diferentes. En ambos casos
representan un difícil reto político para el Estado mexicano.
La mayor parte de los grupos que operan en Guerrero han
nacido de liderazgos locales naturales, que son los que suelen negociar
condiciones para sus comunidades en los periodos electorales (y que explican,
parcialmente, el comportamiento electoral “en bloque”, de varias localidades y
municipios guerrerenses).
Estos grupos llevan muchos años en una situación semilegal, lo
que ha derivado en el envío constante de recursos de diverso tipo hacia ellos
de parte de las autoridades locales, como se ha comprobado recientemente.
El caso es que ahora, en medio de una situación de tensión
política –a la que deben añadirse la miseria en muchas regiones guerrerenses,
la influencia de grupos extremistas y la cultura de la violencia-, una parte de
esas autodefensas se ha salido de madre, se ha vuelto impredecible y difícil de
controlar.
En otras palabras, el problema guerrerense es el resultado
de décadas de permitir que ciertos usos y costumbres políticos –alejados, por
cierto, del concepto dominante de democracia- hayan prevalecido como vía para
la negociación entre las comunidades y las autoridades locales. Eran usos y
costumbres que, a fin de cuentas, usufructuaban esas autoridades y sus
partidos. Ahora se les han convertido en un problema.
En Michoacán sucede otra cosa. No hay tradición de
autodefensas, salvo –marginalmente- las tradicionales guardias rurales de los
ejidos. En otras palabras, son abiertamente ilegales. Además, estos grupos
armados tienen otra proveniencia: hay quienes los financian. Y trabajan en un
terreno comparativamente minado: se han desarrollado sobre todo en los bastiones
del crimen organizado.
Estas son diferencias notables. Estamos ante gente armada
que es pagada. Muy probablemente, sus principales financiadores sean
empresarios y agricultores que han visto sus costos de operación elevarse
escandalosamente por las extorsiones de los grupos criminales –señaladamente
los llamados Templarios-. Pero no es
descartable que también reciban dinero de mafias enfrentadas a ese grupo.
Otra característica de las autodefensas michoacanas es que
varios de sus integrantes han sido o han querido ser policías, y no lo han
logrado, ya sea porque reprobaron los exámenes de confianza, ya porque no eran
admitidos en cuerpos que estaban intervenidos o infectados por el crimen
organizado.
Para completar el complejo panorama hay que resaltar que, al
menos desde 2009, la PGR considera a Michoacán como uno de los estados más
problemáticos del país, debido al carácter fanático de los grupos delictivos
–que han asociado sus tareas criminales con cierta mística religiosa y de
secta- y a la penetración de la ideología de esos grupos en una parte de la
población.
En los últimos meses, los conflictos en Michoacán se han
recrudecido. Mientras en el resto del país los homicidios van a la baja, en esa
entidad aumentaron 25 por ciento, según declaraciones de Roberto Campa. Al
menos parte del recrudecimiento se debe a que, tal y como sucedía el sexenio
anterior, hay una lucha por “las plazas” entre ejércitos irregulares.
Más recientemente, nos hemos enterado de la toma de
alcaldías y el control de municipios completos de parte de las Autodefensas,
que parecen estar siguiendo una clara estrategia militar de aislamiento,
hostigamiento y asalto de las zonas controladas por los Templarios.
Ante esa situación, la pasividad de las autoridades federales
y estatales ha sido, por decir lo menos, sorprendente. Y lo es más, porque hace
no mucho las autoridades recuperaron el control de la plaza que daba más
recursos a los Templarios: el puerto
de Lázaro Cárdenas, que ahora está en poder de la Marina Armada de México.
Hay dudas razonables de que las autoridades han permitido
que algunos de estos grupos irregulares hagan el trabajo sucio, por encima de
las instituciones, para evitar toda posible contaminación político-partidista
y, de paso, para salvar el potencial obstáculo de las comisiones de derechos
humanos. Tal vez no sea así, pero, en cualquier caso, las autodefensas
michoacanas, con todo y que son un ejército informal, han recibido un trato
diferenciado.
Ante la gravedad de la situación, el gobierno federal ha
decidido públicamente asumir el control de la seguridad en la zona de Tierra
Caliente, que obviamente se encuentra, en estos momentos, fuera del ámbito de
las autoridades. No pide el desarme de los miembros de las autodefensas y les
sugiere que podría contratar a algunos como policías. En otras palabras,
apuesta por irlos devolviendo de manera paulatina a la legalidad.
La respuesta no se ha hecho esperar. Primero capturan a los
líderes Templarios, y luego hablamos.
Para decirlo con otras palabras, también en Michoacán, los
grupos de autodefensa se salieron de madre. Y, dado el contexto, eso los vuelve
aún más peligrosos que en Guerrero.
La banda de los Templarios
se convirtió, en pocos años, en un grupo de gran poder económico, organizativo
y de fuego, que además de la extorsión –que es como la firma de la casa- abarcó
el contrabando, la producción y distribución de drogas, la minería clandestina
y otras actividades. Un auténtico pulpo, que fue creciendo en demasía, hasta
que se encontró copado en varios frentes.
¿Quién va a garantizar que estas nuevas fuerzas irregulares
no se conviertan en un pulpo similar? ¿Cómo se va a generar una cultura de
respeto a la legalidad con este tipo de puntos de partida? ¿No se volverá
Michoacán un ejemplo dañino que puede cundir en otras partes del país?
La clave está, como siempre, en el financiamiento. Cortar
los suministros es la vía, clarísima, para asentar la situación en Guerrero.
Hacerlo en Michoacán implicará, necesariamente, ir a las fuentes que han nutrido
a las Autodefensas. Allí tal vez el gobierno federal se encuentre con que los
afluentes son varios. Y puede llevarse sorpresas. Pero también tendrá que
actuar de manera más decidida para cortar con fineza un problema que está
echando raíces de manera preocupante. De otra forma, habrá saltado de la sartén
al fuego, y encontrará motivos para el estigma.
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