Para
las elecciones de 1985 habíamos preparado en el PSUM un sistema de conteo
rápido que queríamos a prueba de los errores de 1982. Esta ocasión estuvo a
cargo mío. Conté con el apoyo invaluable de Sabino Hernández, un ex militante
del PPM que no se fue a la aventura de su caudillo Gascón Mercado y que había
hecho suyos los postulados democráticos del partido. También con el apoyo
explícito del secretario general, que entonces era Pablo Gómez.
Sabino
se puso en contacto con todos los comités estatales y les dio instrucciones
específicas de priorizar el conteo, de tener un representante en las casillas-muestra
y de reportar a tiempo, para que el partido pudiera tener una idea realista de
cómo habían estado las elecciones. Hubo estados, como Campeche, en la que esa
fue prácticamente la única actividad de un partido chiquitito.
Me encargué
de hacer una muestra manejable, pero representativa: 300 casillas, escogidas
bajo el método aleatorio-sistemático. Ordené el padrón por orden alfabético de
estados y de distritos. El ciudadano número 1 era el primero de la casilla 1
del distrito I de Aguascalientes. Dividí el padrón entre 300 y escogí
aleatoriamente un número inferior a ese resultado. Digamos que el resultado fue
180 mil y que el número aleatorio era el 17,059, entonces había que cubrir las
casillas donde votaban los ciudadanos 17,059; 197,059; 377,059… También realicé
el mismo ejercicio para una submuestra del Distrito Federal, con 100 casillas.
La
tarde de la elección, después de votar, fui a la sede del partido y me encontré
a Pablo Gómez muy entretenido viendo la película Barbarella, con Jane Fonda. Siempre lo respetaré, nada más por eso.
Al rato llegó Rolando Cordera, todos nos esperamos a la escena de Durán-Durán y
la máquina de orgasmos y luego yo fui a donde estaba el segundo centro de
cómputo, que había armado el compañero Orlando Espíritu: seis computadoras con
el programa 1-2-3, que era una suerte de Excel primitivo. Ya estaban ahí las
telefonistas y los capturistas. Orlando (o alguien más) había traído, además, a
un gringo con una computadora grandota, que se ocuparía, él solito, de la captura
de la muestra chilanga.
Al caer
la noche empezaron a hacerlo los resultados. Como habíamos previsto, teníamos
un descenso en la votación respecto a la elección anterior, sobre todo en el
DF, donde diversos partidos pulverizaban el voto de la izquierda. A diferencia
de lo sucedido hacía tres años, la información fluía muy bien.
A eso
de las dos de la mañana, teníamos algo así como el 95 por ciento de la muestra
capitalina y más del 65 por ciento de la nacional. Pablo Gómez había citado a
la prensa para dar los resultados y nosotros le decíamos que todavía faltaba un
tercio de la muestra federal. Nos pidió que hiciéramos una proyección de ésta.
En ese
momento teníamos al PRI en 53%, al PAN cerca del 16%, a nosotros en tercer
lugar con 4.8% y a todos los partidos con registro por encima del umbral del
1.5%, aunque el PPS estaba tambaleando. Orlando y yo decidimos hacer una
proyección que nos castigara, para que el resultado fuera lo más cercano a lo
que suponíamos serían los datos oficiales. La proyección estaba basada en los
resultados de los otros distritos de cada estado, en los que disminuíamos por
la mitad el porcentaje que el partido estaba teniendo y se lo adjudicábamos al
PRI. Total, que el tricolor quedaba en 58%, el PAN bajaba a 14%, nosotros a
4.2% y el PPS perdía su registro.
Nos
fuimos con esos datos y con los del Distrito Federal, que servirían para
demostrar la exactitud de nuestros cálculos. Pablo no quiso hundir al PPS y
dijo, por sus pistolas, que el que estaba en el filo era el PARM. La prensa
quería visitar el centro de cómputo y el secretario general se negó, supongo
que a sabiendas de que siete computadoras y cinco teléfonos les parecerían muy
poco.
Al otro
día empezaron a salir los resultados oficiales. Por un lado confirmaban que la
muestra de conteo rápido era excepcionalmente buena. Por el otro, que el
gobierno, que controlaba la información electoral a través de la Secretaría de
Gobernación, hacía con los datos electorales lo que se le pegaba la gana.
Los
datos oficiales para el DF –donde siempre ha sido mucho más difícil incurrir en
prácticas fraudulentas- eran casi exactamente iguales a los de nuestra muestra
capitalina. El partido con más diferencias fue el PST, donde fallamos por dos
décimas de punto porcentual. Un micro-margen de error. En cambio, los
resultados nacionales eran bastante absurdos: el PRI se inflaba hasta el 64%,
al PPS le daban un buen empujuncito, al PMT (que en nuestros cálculos se
ubicaba en el cuarto lugar) lo habían castigado inmisericordemente, quitándole
casi la mitad de su porcentaje y al PRT lo habían dejado, articiosamente, fuera
del congreso. Lo más grave para nosotros es que nos quitaban casi un tercio de
lo que, de acuerdo a nuestros cálculos más conservadores, nos correspondía:
según la autoridad electoral –es decir, Gobernación- alcanzamos sólo 3.2%.
Simultáneamente,
habían llegado más resultados de la muestra nacional, que rozaba el 80 por
ciento y nos ubicaba aproximadamente con 4.5% de la votación. Hice entonces un
ejercicio para verificar la bondad de esa muestra federal: la submuestra
chilanga, de apenas 40 casillas, arrojaba prácticamente los mismos datos que la
muestra de 100: en ningún partido fallaba por más de tres décimas de punto.
La
conclusión era clara. A pesar de haber ganado fácilmente la elección, el PRI
infló su votación y, sobre todo, redefinió –a través del gobierno- la
composición de las bancadas opositoras, beneficiando a sus aliados y comparsas,
y perjudicando, sobre todo, a la izquierda socialista (pero también al PAN).
Nueva
conferencia de prensa de Pablo Gómez para denunciar la manipulación de los
resultados. Escepticismo de los reporteros –que, no lo sabía yo entonces, están
peleados de siempre con las matemáticas-, que no entendían nada de porcentajes
y preguntaban dónde estaban los “votos perdidos”. Por más que Pablo hizo una
explicación didáctica, la denuncia prendió sólo en los medios más afines (es
decir, en La Jornada).
Lo que
son las cosas, el secretario de Gobernación que estuvo detrás de ese enorme
chanchullo era Manuel Bartlett, hoy convertido –por obra y gracia del
transformismo político y del patronato caudillesco- en Senador de la República
por el Partido del Trabajo.
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