En octubre de 1991, vísperas del estreno de Terminator 2: el juicio final, en
México, publiqué la siguiente columna en El
Nacional Dominical:
Lo bueno de las películas emocionantes es que no importa que
desafíen la lógica. Lo bueno de las películas de ciencia-ficción es que te
hacen meditar. Lo malo de algunas de las películas más emocionantes de
ciencia-ficción es que, cuando te pusiste a pensar, te diste cuenta de que
tenían una lógica absurda. Eso me pasó con Terminator.
No me dilataré en la historia más que en lo esencial: en el
futuro, los robots controlan la tierra, pero tienen que hacer frente a una
rebelión de los humanos, liderada por John O’Connor. Cuando la revolución
humana –que ha costado muchas vidas- está a punto de vencer, los robots, desesperados,
lanzan al pasado a Terminator, un cyborg
de combate, con la misión explícita de matar a Sarah O’Connor, la madre de
John. Los guerrilleros, a su vez, envían al pasado a uno de sus cuadros, quien
debe proteger a Sarah y liquidar a Terminator, cosa que no sólo consigue, sino
que también se enamora de Sarah y, en una noche de motel, conciben a John. En
su misión, el guerrillero perece, pero es el verdadero padre de la revolución
humana contra los robots.
Pasemos a la especulación: lo primero que queda claro –y, de
hecho, es explicitado en el filme- es que John O’Connor sabía quién era su
padre y por eso lo mandó a matar a Terminator (sólo enviando al guerrillero al
pasado, John podía haber existido: es, de manera indirecta, padre de sí mismo).
Evidentemente, John O’Connor no cree en un concepto básico
de la ciencia-ficción que, por otra parte, es logiquísimo: la bifurcación del
tiempo. Si yo oprimo la tecla a en este instante, hago un cambio en el futuro,
aunque sea mínimo. Tal vez algún improbable y joven lector se aburra con esta
columna, salga a tomar un café, encuentre al amor de su vida y conciba a un
científico que salve muchas vidas, modificando –a su vez- múltiples futuros. El
asesinato de Sarah O’Connor, de haberse producido, hubiera tal vez trastocado
el futuro, los robots no hubieran tomado el poder, no habría habido una
sangrienta guerra de guerrillas y todo mundo hubiera estado mucho más feliz. A
cambio de ello, John O’Connor no hubiera existido.
Supongamos que el personaje de la película tenía una
interpretación de la historia un poco menos metafísica y más determinista.
Sería del tipo de los que piensan que nada cambiaría en lo esencial haciendo,
por ejemplo, abortar a Clara Potzl, la madre de Hitler: las condiciones
sociales estaban dadas para que cualquier otro hombrecito de bigote recortado
hubiera guiado a Alemania a cometer las mismas atrocidades. Lo interesante es
que, si O’Connor pensaba así, tenía necesariamente que suponer que él no era
irremplazable y que, por lo tanto, dadas las condiciones de explotación en que
vivían los humanos, si él no nacía, otro dirigente hubiera tomado las riendas
de la revolución.
En conclusión, John O’Connor desechó la posibilidad de un
cambio en la historia, con tal de asegurar su propia concepción y seguro
liderazgo del movimiento. Para ello, no le importó mandar a la muerte a su
propio padre, lo cual nos podría remitir a toda una serie de teorías
psicológicas, pero mejor no.
Ahora bien, si O’Connor nos puede parecer absurdo o
excesivamente egoísta, su actitud es comprensible, ya que cualquier otra opción
implicaba, para él, no existir. Los que tenían una mente verdaderamente de
malvavisco eran los robots.
En primer lugar, el problema de la bifurcación del tiempo se
les presenta a los robots por partida doble. Viven, a la hora de lanzar a
Terminator al pasado, la realidad de la derrota de Terminator, puesto que es un
hecho que John O’Connor existe y es líder de la revuelta de los humanos. Su
única apuesta, entonces, se basa en la validez de estas dos premisas: a) el
tiempo puede bifurcarse; b) se bifurca de una manera tan leve que no afecta lo
esencial del desarrollo histórico y es, al mismo tiempo, tan significativa que
afecta de manera fundamental el presente. Los robots tomarán el poder de todos
modos, pero no habrá guerrilla humana para oponérseles, porque carece de un
líder preparado para ello.
Dan la impresión de no entender la metafísica –algo
comprensible, si se ve que están hechos de microchips- pero tampoco la
determinística. ¿Es imaginable un robot –o, más bien dicho, un Consejo Supremo
de Robots- que juega, auténticamente, a los albures?
Este error elemental de los robots da pie a considerarlos
como una suerte de nazis del porvenir: destructores, sí, pero sobre todo
enamorados de su propia muerte.
Por eso, la película Terminator
cuenta con tres personajes trágicos: fácilmente reconocible, el guerrillero, destinado a ser padre de una
revolución a la que se incorporó como soldado raso, a fecundar y morir; más o
menos escudriñable, Sarah O’Connor, elegida por el destino (¿o por su hijo?)
para una vida de persecuciones y su misión de entrenar a un futuro líder de
masas; escondida, y por eso más trágica, la de Terminator, superrobot destinado
al fracaso y, en cualquier caso, a ser destruido, porque si Terminator cumple su
labor, entonces nunca fue requerido y no existe.
No sé si Terminator 2
responderá a alguna de estas (bastante inútiles) preguntas metafísicas. Estoy
casi seguro de que, en vez de ello, va a crear mucha más confusión. No importa.
De seguro ha de estar muy emocionante. Y eso es lo que le importa a quienes la
produjeron, no nuestras revolturas mentales.
---
... y éstas son reflexiones posteriores:
La segunda película, por supuesto, aclaró unas cosas pero,
como había yo predicho, causó mucha más confusión. Aparecen un Terminator bueno
y otro malo, camaleónico, capaz de confundirse con un mosaico, con el agregado
de que el Terminator bueno es el que era malo en la peli anterior, pero
reprogramado.
Lo que mejor da rienda a especulaciones es el origen de
los robots malévolos.Un brazo del Terminator original fue el que dio el impulso
a la revolución tecnológica que los generó. Esto respondió de manera suficiente
a mi perplejidad acerca de los motivos de los robots para enviar a Terminator a
una misión suicida. El Consejo Supremo de Robots es un espejo perfecto de lo
que hizo John O’Connor en la primera película: envía al robot asesino a la
muerte a sabiendas de que, a partir de su brazo que quedó como desecho, los
científicos humanos van a generar los robots que se convertirán en dueños del
mundo. Así como John O’Connor es hijo y padre del guerrillero, los robots son
hijos y padres del Terminator original. Así ya se entiende ontológicamente su
decisión y debo retirar mi aseveración de que tenían mente de malvavisco.
Pero sucede que en Terminator
2, el robot destinado a proteger al niño John O’Connor es tan bueno y tan
fiel a su misión que debe terminar autodestruyéndose y llevándose consigo el
peligroso pedazo de brazo de su gemelo de la primera película. Al hacerlo,
desmorona como fragmentos de la imaginación todo lo sucedido en ambos filmes, a
menos de que creamos firmemente que los mundos bifurcados existen y que hay
bucles en el tiempo.
Me explico. Para que Terminator 1 suceda, tiene que haber
robots que dominen a los humanos y un líder rebelde que mande a su padre a
concebirlo. Según Terminator 2, para
que haya robots que dominen a los humanos, tuvo que haber llegado el Terminator original y dejado por ahí su
brazo mocho. Pero, si al final de la secuela, el brazo mocho es destruido, no
hubo robots hegemónicos, por lo tanto no hubo Terminators malo, bueno y
camaleónico-supermalo.
¿Pero qué está haciendo el niño John O’Connor ahí, viendo el último saludo del Terminator bueno cuando es deglutido por el líquido candente? En principio, no pudo haber existido, porque si no hubo guerra contra los robots –y, por consiguiente, él no fue el líder de la resistencia-, no pudo haber enviado en tiempo a su padre a fecundarlo. Podemos desechar la historia y considerar que todo ha sido un alucine de Sarah, que le ha contado una versión inverosímil del futuro a su hijo para justificar su situación de madre soltera. Pero esa sería la salida fácil.
La salida interesante, pero peliaguda, es la de los bucles
en el tiempo bifurcado. Hay dos mundos:
en uno se dan la toma del poder de parte de los robots, desarrollados a partir
del brazo del primer Terminator, la rebelión humana encabezada por John
O’Connor y los sucesivos viajes al pasado; en otro, se da la destrucción del
brazo y, por ende, no hay robots tiranos ni rebelión humana, y John O’Connor
crece como un hombre con injustificados delirios de grandeza. Sin embargo, el
tiempo de los robots queda estático, viendo siempre hacia atrás. La acción de
los filmes se desarrolla a partir de los bucles en el tiempo, que pueden ser
muchos, que es donde se desarrollan las otras secuelas y la serie de televisión
sobre la vida de Sarah O’Connor.
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