lunes, abril 22, 2013

La pírrica victoria de Maduro



Las primeras elecciones tras la muerte de Hugo Chávez han traído una sorpresa. Según los datos oficiales, el opositor Henrique Capriles se quedó a un punto porcentual de la victoria. En otras palabras, y con independencia de un eventual e improbable recuento que no cambiará el dato fundamental: la nación sudamericana está totalmente dividida en dos.

En otras palabras, Nicolás Maduro ganó formalmente. Tomará apresurada posesión. Pero su victoria es pírrica: es el gran derrotado moral del 14 de abril. Ahora tendrá que gobernar no sólo con una oposición antichavista crecida en ambos sentidos de la palabra, sino también con un frente chavista menos compacto y más rijoso en su interior, tras la debacle electoral.

Al mismo tiempo –si es que Capriles no pierde el piso, enloquece y se autoproclama “Presidente Legítimo”-  es probable que la impugnación electoral termine hasta el Tribunal Supremo de Venezuela… donde es previsible que muera, dada la decreciente independencia de otros poderes frente al Ejecutivo.

Hay varias preguntas qué hacerse. La primera es ¿cómo le hizo Maduro para dejar que la ventaja de 20 puntos que traía a la muerte de Chávez se erosionara en menos de un mes de campaña? La respuesta tal vez la tenga un pajarito.

Una característica de los regímenes unipersonales es la deificación de los líderes. Juegan a ser vistos como personas con una visión y un destino históricos bien definidos, como expertos en todos los temas habidos y por haber, como dirigentes providenciales, que llegan a salvar el país cuando éste más lo necesita. Pero, en una sociedad medianamente moderna, no se atreven intentar a ser vistos estrictamente como enviados de Dios.

La campaña en Venezuela se trató precisamente de eso: de la deificación de Chávez cuando todavía no se acababa de enfriar. La anécdota del “pajarito chiquitico” no es menor ni fue aislada. Se trató de una campaña tan machacona y omnipresente como delirante. Y el delirio suele hacer más radicales a los fieles, pero también pierde a los moderados (como hemos visto en México).

El problema de Maduro era que el candidato era él, no Chávez. Y no importa que el anterior jerarca venezolano lo haya escogido, tenía que mostrar sus cartas. Sólo mostró un extraño apetito místico, y dio a entender que gobernaría mediante la iluminación revelada. Tal vez pensó que repitiendo miles de veces el santo nombre de Hugo Chávez, el mantra funcionaría. Quienes, aún chavistas, se resisten a ser tratados como disminuidos mentales, se alejaron de esa candidatura.

El resultado deja un escenario tremendamente complejo. Nicolás Maduro, con menos poder que su antecesor, tendrá que hacer frente a la inflación creciente, problemas de desabasto, deuda pública disparada, inversión escasa y criminalidad al alza. Son problemas que no se resuelven mediante subsidios o mediante la creación apresurada de plazas de trabajo en el sector público.

Las opciones, a grandes rasgos, son dos: o el ganador oficial de las elecciones modera lenguaje y actitud, intentando evitar una polarización extrema de la sociedad venezolana, o hace una fuga hacia adelante, radicalizándose y subrayando los aspectos socialistas del proyecto bolivariano.

En el primer caso, se topará con una oposición envalentonada, que querrá hacer valer su reencontrado peso político (con una burguesía dispuesta a recuperar influencia, dirán los radicales). En el segundo, con el sector nacionalista del chavismo, poco dispuesto a estrechar todavía más las desequilibradas relaciones políticas, ideológicas y económicas con Cuba.  En ambos, con el crecimiento de los problemas económicos y de seguridad que aquejan a la sociedad venezolana.

Ya el otro sector chavista ha dado señales de vida, luego de no haber sido elegido por el fallecido mandatario. Diosdado Cabello ha hablado de la necesidad de una “profunda autocrítica” y de buscar fallas “hasta por debajo de las piedras” para no poner en peligro “el legado de nuestro Comandante”.

Esto significa, lisa y llanamente, que se abre una lucha dentro del chavismo, con resultados impredecibles, que van desde un acuerdo hasta una purga, pasando por el enfrentamiento directo.

Adicionalmente, al nuevo presidente venezolano se le va a complicar la relación con Estados Unidos –que sigue siendo el principal comprador de petróleo venezolano-. Antes de los comicios, Maduro había enviado mensajes acerca de “normalizar” la relación bilateral. Tras los resultados, lo primero que ha hecho es negarse al recuento que pedía, entre otros actores políticos internacionales, el gobierno de Washington.

Para decirlo claro, a Nicolás Maduro –y, por lo tanto, a Venezuela- le espera una etapa difícil, quizá pesadillesca. Habrá un periodo extendido de tensión política. Es posible aventurar el pronóstico de que terminará sumamente acotado por lo poderes fácticos desarrollados durante el chavismo, si es que termina su mandato.

A Venezuela le esperan tiempos tormentosos. No podía ser de otra manera tras la partida de Chávez. Pensemos que una victoria de Capriles por un margen tan reducido que el obtenido por Maduro, hubiera generado una espiral de tensión todavía más fuerte.  

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