miércoles, abril 10, 2013

Biopics: En el diván III


Camión de basura

Una mañana, me dirigía yo a la Facultad y frente a mí, en Avenida Pensilvania, pasó un camión de basura. Entonces empecé a componer una cancioncilla:
Camión de basura
que vas por el sur
te llevas mi alma
llena de ansiedad

No me acuerdo más cómo seguía, pero sí rimaba ¡eh! El caso es que todo aquel día me mantuve con la tonada y la letra pegadas a mi cerebro. Al rato me pregunté: “¿cómo está eso de que el camión de basura se lleva mi alma?” y concluí que algo me estaba molestando profundamente. La misma tarde tenía sesión de psicoanálisis. Entre Juan Diego y yo desmenuzamos la situación en sólo una hora.

Sucede que esa mañana yo iba a estar en una mesa redonda con dos profesores del CIDE, Carlos Quijano y Celso Garrido, ambos sudamericanos. Cuando yo llegué a dar clases a la UNAM, con la tesis de Módena bien fresquecita, me consideraba en mis adentros –la verdad, creo ahora que pecaba claramente de soberbia- el académico más actualizado del país en materia de asuntos monetarios y financieros del país. Pasaron unos pocos años y estaba seguro de haber sido fácilmente rebasado por Garrido, pero sobre todo por Quijano. De ahí la ansiedad, la sensación de “basura” y lo demás, que prosiguió a lo largo del día a pesar de que en la mesa redonda matutina yo había estado a la altura de mis colegas.

En aquella sesión me di cuenta –el analista hizo que me diera cuenta- de que yo había tomado una opción de vida, de acuerdo con mi carácter y mis valores. La clave de esa opción era la variedad: me interesaba yo en demasiadas cosas, quería participar activamente en ellas, en vez de centrarme en una sola (como sería el estudio y análisis de los sistemas financieros) y efectivamente participaba. Mi pretensión omniabarcante evidentemente hacía que no apretara tanto en cada tema. Militaba en política, hacía periodismo, academia e investigación. No podía descollar encima de todos en cada una de esas cosas, porque no me centraba lo suficiente en ellas. Era insensato suponer lo contrario. Pero, al fin y al cabo, no estaba clavado en nada –y entonces hubiera sentido que algo me faltaba-, hacía cosas que me gustaban, estaba ganando espacios, era respetado, estaba viviendo con intensidad esas actividades.

Al salir, sentí un alivio profundo. Me había exigido yo demasiado. No había visto, además, que los otros especialistas tal vez añoraban la militancia política, hubieran deseado dedicarse a más cosas, en fin.
A los pocos días, platiqué la anécdota con una amiga uruguaya de la Facultad, Mónica Dutrenit. Confirmó alguna de mis sospechas.

-No te imaginas el peso que carga Carlitos Quijano con la figura de su papá. (Mónica se refería a Carlos Quijano, periodista, ensayista y militante muy destacado, fundador de la revista Cuadernos Americanos y no fue hasta ese momento que sumé dos más dos : el economista era su hijo)  

En distintos momentos de mi vida, la sesión de terapia (no la canción) ha regresado a mi mente. Tiene que ver con otra decisión vital que fui tomando paulatinamente en los años siguientes, en los que la militancia y la academia fueron dado paso a la actividad más lúdica de las tres y la que sí tiene pretensiones de abarcarlo todo: el periodismo. Eso fue asumir la lección de aquel día.

  

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