miércoles, marzo 21, 2012

Del Cerro del Cubilete a la UNAM

Mientras en el Bajío terminan por alistarse los preparativos para la visita de Benedicto XVI, en el mundillo político se acaban los días extraños del mal llamado “periodo intercampañas” (mal llamado, sobre todo, porque las campañas continúan, aunque sea en sordina).

El evento central de la visita del Papa será una misa masiva en el Cerro del Cubilete, punto de peregrinación histórica de los cristeros que combatieron al gobierno de Calles en un conflicto que dejó muchos más muertos que los contados en este sexenio en el marco de la lucha contra el crimen organizado, y en un país cinco veces menos poblado.

El punto nodal de aquel conflicto –más allá de los excesos de Garrido Canabal en Tabasco- fue la prohibición de la enseñanza religiosa, que suscitó una reacción violentísima de parte de la Iglesia. Eso queda más que claro cuando, para negociar la paz, las autoridades aceptaron cerrar un ojo en el aspecto educativo, al tiempo que se mantenía una serie de limitaciones al culto y a la acción política de los sacerdotes.

No fue hasta 1992, es decir 63 años después de terminada la contienda, cuando la Constitución se puso al día y acabó con el simulacro de prohibiciones desobedecidas.

Esas reformas no sólo dieron fin a una simulación, también dieron pie a una mayor iniciativa política de la iglesia católica, en busca de mayores espacios (el derecho a ser votados, a hacer proselitismo desde el púlpito, a ser concesionarios de medios electrónicos de comunicación, etc.). Y en esas estamos.

La derecha en México ha simpatizado, históricamente, con todo intento de la iglesia católica por tener un papel más relevante en la vida nacional, y ha tenido como aliado principal el enraizamiento de la cultura y los valores católicos en la mayoría de la población. En cambio, en nuestro país son escasos los representantes de la derecha liberal, más atenta a disminuir el papel del Estado y en ampliar las libertades, empezando por las del mercado.

En ese sentido, podemos decir que la lucha que han emprendido, aliadas, la derecha y el clero mexicanos, ha sido eminentemente cultural.

Aquí se inscribe el rechazo histórico de la derecha hacia la educación pública, que es un instrumento que no controla y que, en distintas ocasiones, ha sentido controlado por un Estado refractario a las posiciones conservadoras.

En esas circunstancias, los defectos reales del sistema de educación pública suelen ser magnificados por la derecha, y sus virtudes suelen ser minimizadas.

Parte de las clases medias y altas del país vive inmersa en un mundillo ideológico en el que esas ideas conservadoras se respiran, son el pan de cada día, y cuesta mucho trabajo extirparlas, porque fueron inoculadas desde la infancia, en los comentarios familiares y de compañeros de escuela (privada).

Dada la situación de la educación básica y media básica en el país, es relativamente fácil hacer énfasis sólo en los errores, límites y lagunas de las escuelas públicas. La cosa se complica (o se debería complicar) al llegar a la educación media superior y universitaria, porque la derecha se topa con varias públicas de calidad, empezando por la UNAM.
 
En términos de lucha cultural, la UNAM es una tremenda piedra en el zapato para la derecha mexicana. Lo es más porque fue la derecha una de las principales impulsoras de la autonomía universitaria –sacarla de las fauces del gobierno revolucionario-, y esa autonomía se convirtió en pluralidad efectiva y tendencias de izquierda.

Para colmo, la UNAM, a pesar de sus defectos, ha mostrado una y otra vez, ser una institución de excelencia académica y ha sido reconocida internacionalmente por ello. También dentro del país hay una clara conciencia mayoritaria del papel fundamental que tiene la Universidad Nacional en el desarrollo económico y científico y en la generación y difusión de la cultura.

Sin embargo, en diversos ámbitos sociales estas evidencias se esfuman ante un prejuicio inquebrantable, que lleva décadas desarrollándose y que –fiel a su condición- se ciega a cualquier argumento. En cambio, inventa nuevos para golpear a una institución cuyas dos grandes culpas son ser pública y no estar sujeta a control de parte de los grupos conservadores.

Aquí es donde se inscribe, con claridad meridiana, aquella frase del diputado panista Raúl Padilla Orozco, quien dijo que la UNAM requería de menos presupuesto porque allí se aprobaba con 5 (que es lo que siempre le dijeron en su círculo cerrado) y luego tuvo que ofrecer disculpas y aceptar que estaba mal informado.

Allí mismo se inscribe la tesina con la que Josefina Vázquez Mota se tituló de economista en la Universidad Iberoamericana, en 1998, y que sus malquerientes han sacado a la luz. Un texto en el que: 1) no entiende la lógica de los exámenes de admisión del Coneval o de la UNAM; 2) generaliza y escribe que hay “más de medio millón de estudiantes que lamentablemente no tienen ningún interés en su preparación profesional”; 3) demuestra tener severos problemas de redacción.

Cierto, exhumar la tesina de Vázquez Mota es un acto de mala leche. Pero la exhibe. Y quienes dicen, para justificarla, que escribió al calor de la huelga que paralizó a la Universidad Nacional, equivocan fechas, porque ese movimiento fue un año posterior a la titulación de la hoy candidata panista. Más bien, escribió al calor de una ideología, de una cultura que siempre ha visto con sospecha la educación pública y que, por ende, no traga a la UNAM.

Cerraremos el círculo lógico cuando veamos a Vázquez Mota, muy devota, en el Cerro del Cubilete, durante la misa de Su Santidad.


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