Hace una semana, las dos principales cadenas de televisión abierta del país, en su lucha por el rating, dieron inicio a sendos programas conducidos por Laura Bozzo y Niurka Marcos. Resulta por lo menos paradójico que ello ocurra precisamente cuando, desde la sociedad civil, diversas voces de diferentes ideologías han lanzado el grito de alerta sobre el trastocamiento de los valores en nuestro país, y sus efectos perniciosos.
Se ha comentado hasta el cansancio que México no sólo vive una crisis económica y de violencia desatada, sino también, y fundamentalmente, una corrupción de sus valores. Más que la solidaridad para vivir una vida en armonía, importa el éxito económico; más que la educación y los conocimientos, importa la fama; más que las habilidades, importan las influencias y contactos.
En ese humus cultural echado a perder es donde pueden desarrollarse fenómenos de lumpenización de todo tipo, que van desde la existencia de bolsas sociales de protección al crimen organizado, hasta la glorificación de la prostitución. Estos fenómenos se ven ampliados por la desigualdad social, la escasez de oportunidades y la idea de que México puede competir a partir de tener bajos salarios, en vez de hacerlo potenciando las capacidades productivas de su gente.
Ese humus no nació de la nada. Ha sido beneficiado por años de demagogia. Y ahora está siendo abonado, de nueva cuenta, por las televisoras, que sólo tienen una cosa en mente: vender a sus clientes sus índices de audiencia.
Las señoras Bozzo y Marcos se han arrogado, con la anuencia y la promoción de las empresas, el papel de defensoras del pueblo y quieren dar clases sobre lo que está bien y lo que está mal. Parece una mala broma.
La peruana Laura Bozzo empezó actuando en la política de su país, y pronto entendió que el populismo daba altos rendimientos: un pueblo en posición pasiva que, en vez de exigir derechos, acepta dádivas (pensemos en el famoso carrito sandwichero). Esto la llevó, casi naturalmente, a convertirse en un personaje ideológico central de la dictadura de Alberto Fujimori y de su tenebroso asesor Vladimiro Montesinos. A la caída de aquel régimen, estuvo presa tres años, acusada de corrupción, con un juicio rocambolesco (con todo y testigo clave suicidado). Regresa a la TV y, cuando se demuestra lo que cualquier persona con dos dedos de frente puede constatar, es decir, que sus casos “sociales” son inventados, la asociación de anunciantes de Perú boicotea el programa. Laura se queda sin chamba por tres años, hasta que Televisión Azteca la trae a México, y luego pasa a Televisa.
Hay discusión sobre cuál ha sido el momento más bajo de las emisiones de Laura, pero parece que fue cuando en la ciudad de Pisco, golpeada por un terremoto, “rescató” a una niña de entre los escombros… la misma niña que había presentado –sin ninguna protección- en un programa anterior, como víctima de abuso sexual.
Niurka Marcos es un personaje menor. Una vedette que ni actúa, ni canta ni conduce, pero que ha sabido estar por una década en el candelero, a partir de escándalos, de declaraciones sensacionalistas y vulgares, de pleitos con todo el mundo, de la difusión de sus inestables relaciones sentimentales, de venta de su imagen al baratillo. Lo más reciente es que su boda con Bobby Larios, bajo el estandarte de la Santa Muerte, fue oficiada por el “obispo” David Romo, a quien se le acaba de dictar auto de formal prisión por encabezar una banda de secuestradores.
Los programas de Laura y de Niurka, por su horario y contenido, están dirigidos principalmente a los segmentos sociodemográficos D y E, a las amas de casa y, de rebote, a los jóvenes. Para decirlo en otras palabras, se dirigen a los que el Tigre Azcárraga llamó en su momento “los jodidos”, a los que un ex funcionario de Azteca bautizó como “el infelizaje social”, a los que tienen escasa escolaridad, a los que sólo poseen un televisor (y por lo tanto ven todos juntos el mismo canal), a quienes tienen menos posibilidad de ser críticos ante lo que ven en la tele. A los más vulnerables.
En la primera semana, como era de esperarse, el rating del programa de Laura Bozzo superó ampliamente al de Niurka. Lo preocupante es que la suma de la medición de audiencia dio más 28 puntos de rating. Casi uno de cada tres aparatos de televisión en México estuvo sintonizado en estos programas. Es posible que hayan sido vistos por tantas personas como niños hay en las escuelas primarias del país.
Laura tiene ventaja por su larga experiencia en la manipulación de masas. Sus programas suelen resultar en una catarsis: la gente ve que a algún panelista mal portado hasta la caricatura le llueven críticas y sombrerazos… para regresar a su vida sumisa cotidiana. Niurka, comparativamente, está en pañales.
Estas mujeres son ahora “líderes de opinión” sobre cosas de la vida, y son vistas por millones. Los más avezados notarán que se trata de puestas en escena, de shows más falsos que una moneda de tres pesos. Otros no. Pero más allá del contenido de las emisiones, su sola presencia en el centro de la pantalla da un mensaje muy claro, y también muy negativo: para ser exitosa y “triunfar”, bien vale mentir y manipular los sentimientos y jugar con las necesidades de la gente pobre, o no tener más talento que el uso de su cuerpo para enfatizar la procacidad y para provocar.
Ellas son el ejemplo a seguir. Lo dice la tele. Se lo dice a millones. Y luego no nos quejemos de que las cosas en el país van mal.
Los políticos se pueden llenar la boca de la importancia de la educación como llave maestra para salir de nuestra crisis social, y de la necesidad de reforzar valores de convivencia, pero diariamente estas señoras llenan el equivalente a miles de auditorios con su telebasura, que deshace lo poco que hayan hecho la escuela y otras instituciones (y por cierto, una hora después de Laura y Niurka, se puede ver a Oscar Ortiz de Pinedo hacer escarnio de la escuela, entre albures y reglazos).
Las televisoras pueden decir lo que quieran. Hacerse pasar por entidades con responsabilidad social. Inventar campañitas al respecto. El hecho es que tienen un solo interés, que es el dinero. Que compiten por él a la mexicana, epidérmicamente, sin el menor deseo de ofrecer algo de mínima calidad. Y que nadie les dice nada.
No tienen el valor. Les vale.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario