En su pasión por las letras islandesas, Jorge Luis Borges dedicó un texto fascinante a las kenningar, una forma poética que tuvo su auge hace 1900 años. La clave del kenning es simple: se cambia una palabra por una metáfora. Conocer la clave, sin embargo, es decepcionante para los lectores modernos: la fuerza del verso que dice hubo tempestad de espadas y alimento de cuervos queda desprendida de su magia al descubrirse las sinonimias: hubo batalla y cadáveres.
Todo el juego de esta poesía primitiva consiste en decir un vocablo de mil formas variadas. En ese sentido, se parece a una de las reglas del periodismo tradicional: no repitas palabras.
Nada hay de poético en los sinónimos periodísticos con los que se hace referencia al Presidente de la República. En el primer párrafo es el Presidente, luego será el Jefe de la Nación, más tarde el Primer Mandatario, adelante será el Titular del Ejecutivo, Primer Magistrado, Jefe de Estado, primer priísta, etcétera. Tal vez la falta de poesía se deba al exceso de solemnidad imperante o al miedo de que se malinterpreten las metáforas: nunca leemos “el Preciso” o el “Inquilino Sexenal de Los Pinos” o el “Domador de la Hiperinflación”; se pensaría que es coba o ironía o falta de respeto.
Es mucho más poetizable la sección deportiva. Pienso en un arqueólogo del Siglo XXX y lo imagino fascinado con cabezas y frases del siguiente tenor: “El rebaño sagrado doblegó a la máquina celeste”, “Águilas en picada ante el rugido del puma”, “Vibra el Coloso de Santa Úrsula”, “Festín de palos para los Diablos, chocolates para los Tigres”, “El Duende, a dos segundos de la gloria”, “Los Serafines no sueltan al Toro”, “Los Potros de Hierro se atracaron de caña”. Hará seguramente una sesuda tesis antropológica acerca de cómo, en el México del Siglo XX, quienes seguían ciertos acontecimientos rituales, conocidos como deportes, se comunicaban entre sí por medio de metáforas poéticas que sólo los iniciados podían reconocer. En el apéndice del ensayo podrá leerse todo un glosario, que explicará a los receptores de la información que la máquina celesta es precisamente aquella que pita y pita.
En cierta forma contrapuestos a los kenningar de los duros vikingos, los hai-ku japoneses son formas delicadas, en las que predomina una sensación, tal vez una intuición, normalmente desprovista de la más mínima intención de contar algo. Frente a la saga, el momento revelado. El hai-ku es, por definición, irrepetible, porque un momento es irrepetible. En las kenningar la historia se repite centenares de veces, lo importante es contarla con palabras diferentes, con metáforas nuevas.
¿Es posible combinar un kenning con un hai-ku? ¿Es posible contar de cien maneras distintas una sensación única? Nada se pierde con probar. A continuación, tres ejercicios Nipo-México-Islandenses, que toman como referencias conocidos hai-ku del poeta mexicano José Juan Tablada:
La luna
Es reposo de los ahogados el negro dominio de lo oscuro,
la madre de la lluvia es una piedra de ola,
el pálido centinela es un grano de arena encantado…
Sandía
De la estación violenta, con el color de agua de los guerreros y la temperatura de los confines del norte
es arrebato de alegría,
trozo de melón de agua
El Sauz
Amable, joven árbol llorón,
casi preciado hechizo amarillo, casi tesoro de ballena,
casi breve hoguera del ojo.
Publicado en El Nacional Dominical 55, del 9 de junio de 1991