jueves, enero 28, 2010

Glorias olímpicas invernales: Alberto Tomba


Tres cosas no se le pueden negar a Alberto Tomba. Su exuberancia: es el típico italiano gritón, gesticulador y exhibicionista. Su vanidad: se jactaba de coleccionista de mujeres y de ser “el Mesías del esquí”. Su calidad como atleta: ha sido el más destacado de los esquiadores alpinos, la más competida de las disciplinas invernales.
Nacido en un pueblo del Apenino boloñés, de familia acomodada, Tomba –quien inició compitiendo con el club Sci Cai Modena- destacó muy joven como esquiador de elite. Ya había ganado varios grandes premios cuando debutó en los juegos de Calgary, en 1988. Allí ganó medalla de oro en el slalom especial y en el slalom gigante, prueba en la que destrozó totalmente a la competencia. Allí supo el mundo que él era Tomba, La Bomba.
El primero de sus actos histriónicos fue que, tras marcar el mejor tiempo en la primera manga del slalom especial, llamó a su padre para preguntarle si le compraría un Ferrari que le había prometido en caso de ganar el oro. Le compraron el Ferrari.
Inmediatamente después, declaró estar prendado de la gran patinadora Katarina Witt, campeona olímpica. Para su sorpresa, la deportista de Alemania Democrática le dijo que no. Ya la convencería.
En tanto, en Italia, empezó una moda duradera: la tombamanía.
La temporada siguiente fue difícil, en el supergigante de Val d'Isère, Tomba perdió el equilibrio y se rompió la clavícula. Nunca le gustaron los super-G, por peligrosos. En ellos, llegó a ganar algunas competencias de la Copa del Mundo, pero nunca una medalla olímpica.
En la misma pista en la que se había lesionado seriamente, Tomba compitió en 1992, los juegos olímpicos de Albertville. Allí ganó el oro en el slalom gigante –el primer campeón olímpico de esquí alpino en repetir en la cima del podio- y se llevó la plata en el especial, con una extraordinaria segunda manga, cuando parecía casi eliminado.
Genio y figura, Tomba declaró en Albertville que había madurado: “Me he vuelto más serio y me voy antes a la cama. Ya no me divierto por la villa olímpica con tres mujeres hasta las cinco de la mañana. Ahora lo hago con cinco mujeres hasta las tres”. Y se le vio como espectador acompañado nada menos que de Katarina Witt.
Campeón del mundo en 1995, buscó aumentar la colección olímpica en Lillehammer 94. Logró repetir la hazaña en el slalom especial: llevaba casi dos segundos de desventaja (un mundo, en esa prueba) tras la primera ronda; su segunda manga sorprendió a todos, y le alcanzó para otra medalla de plata. Todavía contendió en Nagano 98, pero sufrió una aparatosa caída en el gigante y se presentó, pero ya no pudo competir en el especial.
Malcriado, en pleitos con la prensa (odiaba a los paparazzi y a uno le lanzó, en plena jeta, un trofeo desde el podio), lúdico, audaz, valiente, odiado y adorado, bicampeón mundial, ganador de 48 victorias en Copa del Mundo, Alberto Tomba ha sido el máximo exponente del llamado “circo blanco”. Ni la gloria olímpica ni los reflectores se le podían escapar (aunque parece que Katarina Witt sí pudo).



Ah, y por cierto, "yo esquié con Tomba, La Bomba" (bueno, eso digo).

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