La gira del presidente López Obrador a
Centroamérica y a Cuba da cuenta de los sueños y de los procesos mentales del
mandatario mexicano. Da cuenta, asimismo, de que circula con placas que vencieron
hace mucho, el siglo pasado.
Desde su campaña presidencial, López
Obrador ha insistido en la necesidad de una política integral, que involucre a
las naciones de América Central, como mecanismo para frenar la migración y como
método de superación de toda la región, que incluye el sur mexicano, que en las
últimas décadas se atrasó mucho respecto al resto del país.
A diferencia del malogrado Plan Puebla-Panamá,
que en su momento impulsó el presidente Fox, el propósito de AMLO no está
centrado en atraer inversiones a esas regiones, sino en la promoción de una
política social que, bajo su lógica, no sólo sacará a la gente de la miseria,
sino que ayudará a restaurar el tejido social, lacerado por la violencia. A esa
política social, le da un empujoncito con ayudas directas.
Como López Obrador está convencido de que
sus programas funcionan muy bien, lo que ha hecho es exportarlos allí donde
puede hacerlo. Y se los aceptan, porque vienen con el paquete de ayuda incluido
(en otras palabras, México es que financia). El presidente mexicano queda
feliz, asumiéndose como líder de la región, y recibiendo apapachos de todos,
especialmente de quienes tienen afinidades ideológicas (la presidenta de Honduras)
o de personalidad (el mandatario de El Salvador). Queda feliz con su conciencia
social, y también con su ego.
El primer problema es que esos programas, “Sembrando
Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro” no funcionan tan bien como cree López
Obrador. En ambos se han detectado problemas no menores. En “Sembrando Vida” se
detectó falseo de dato, uso mañoso de proveedores, en varios casos ha terminado
al servicio de propietarios de fincas y, sobre todo, se ha traducido en una
deforestación inducida para luego reforestar con cargo al erario. En “Jóvenes
Construyendo el Futuro”, junto con varios casos exitosos, se han detectado múltiples
casos de simulación, en beneficio de empresas o de operadores del programa. Y ni
siquiera sumando todos los programas sociales del gobierno federal se ha logrado
aliviar el problema de la violencia. Evidentemente el tejido social está más dañado
de lo que se suponía, y no basta con esas estrategias.
El segundo problema es que, al replicarse
dichos programas en América Central, pero en tamaño reducido, lo más probable
es que sumen las características locales, y eso haga más difícil el trasplante.
En cualquier caso, López Obrador cumple en
lo que le importa: exportar lo que él considera que son sus soluciones y
reflejarse en el agradecimiento de los beneficiarios y de los gobiernos
hermanos.
Una cosa diferente es Cuba, país al que
también ha ayudado López Obrador, pero no a través de la exportación de sus
proyectos, sino con el espaldarazo político y una serie de compras, que se
sumarán a la cadena de subsidios con los que, desde hace décadas, México apoya
al régimen cubano.
Del florido lenguaje con el que se expresó
López Obrador, lleno de elogios a la Revolución Cubana, queda claro que se quedó
estancado en los años setenta, y en la idea de un Fidel que brilla en la montaña,
un rubí, cinco franjas y una estrella. En la del bastión antimperialista que,
en plena guerra fría, intentaba implantar el socialismo a pesar de la cercanía
con Estados Unidos.
Una cosa es condenar el contraproducente
embargo estadunidense a Cuba, y otra -muy diferente- expresar abiertamente una
identificación con un gobierno que hace décadas dejó de ser revolucionario, para
convertirse en un Estado policiaco, incapaz de brindar a su población los satisfactores
elementales (claro, a menos de que seas de la nomenklatura) y que, para colmo,
ahora que es dictadura pura y dura, Cuba ni siquiera está encabezada por
alguien apellidado Castro, sino por un burócrata convertido en autócrata.
En esa misma lógica, López Obrador dijo
que nunca apoyaría a “golpistas” que conspiran contra el régimen cubano. Compra
la idea (o bueno, ya la tiene también para México) de que toda oposición, y de
hecho toda crítica, es una intentona para tumbar al gobierno y poner otro “al servicio
del Imperio”.
Esas expresiones en poco ayudan al que
podría ser, o podría haber sido, un papel estratégico para México, y que podría
dejar bien parado a López Obrador: el de mediar para acercar las posiciones de
La Habana y Washington. AMLO prefirió pintar su raya histórica y quedar para la
posteridad del lado de los buenos (de los que él ve como “buenos”).
La otra señal de apoyo fue la contratación
de 500 médicos cubanos, en donde no se les paga a ellos, sino al gobierno, y la
adquisición de vacunas contra el COVID, que se destinarán a los menores de
edad. Lo primero es un gesto de solidaridad con el régimen (no con los
doctores) al que AMLO agregó una frase tan falsa como innecesaria: que en
México hay escasez de doctores. Lo segundo, un intento por matar dos pájaros de
un tiro: acallar las críticas ante la falta de vacunación a niños en México y
dar una ayuda económica a los socios caribeños. Veremos qué tanta confianza
tiene la población, y qué tanto prejuicio, hacia las vacunas cubanas.
Para López Obrador, la gira fue de
ensueño. Los sueños de Andrés Manuel son los de colocarse como paladín del
combate a la pobreza y la desigualdad en toda la región centroamericana, y de
ser visto como un aliado de hierro de la Numancia antimperialista caribeña que
admira desde sus años mozos.
En el camino, además, recibió de Cuba la medalla José Martí, como Allende y como Mandela. Pero también como Ceaucescu, como Hussein, como Mugabe, como Lukashenko, como Putin y como Nicolás Maduro.
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