sábado, mayo 28, 2022

Lizalde, el Tigre

Tuve la fortuna de que mi maestro de literatura en la preparatoria fuera Mauricio Brehm, un místico aspirante a jesuíta, pero sobre todo un poeta. El poeta Brehm tenía una obsesión por la palabra, por el Verbo, en sus dos acepciones. Quería desentrañar el nombre de las cosas, ahí buscar a Dios, a sabiendas de que se encontraba, si acaso, en otro lado.

Tal vez por eso, nos recomendó a sus alumnos avanzados leer a un poeta de su generación, que desde otra posición filosófica y vital, también buscaba desnudar el secreto de las palabras con la herramienta de la poesía. Se llamaba Eduardo Lizalde y había escrito un libro titulado Cada Cosa es Babel, que pude conseguir todavía en su primera edición (1966), porque ya se sabe que la poesía vende poco.

Había una extraña combinación en aquellos poemas. Eran hasta cierto punto culteranos, de no fácil comprensión, y sin embargo exhalaban furia. Los nombres como obstáculo, como tortura. Los que limitan lo ilimitable. Las palabras que disciplinan, y evitan que el jardín obedezca a su vocación de selva. El malestar de la cultura, pues. Y la necesidad del grito.

De ahí, a otro libro, El Tigre en la Casa, en donde el grito era ya de plano encabronado, y Lizalde hacía la fusión entre los exquisitos y los pinchepiedreros. Poemas (o un poema) de desamor, ira y autoconocimiento (porque él es el Tigre, y el que lucha contra él y el minino que bebe su lechita mientras hace un reclamo). La idea de que el amor es la muerte. La posibilidad, como también decía Brehm, de que la palabra "mierda" también puede ser poesía si está bien colocada.

En 1975 adquirí La Zorra Enferma. Lizalde había llegado a su madurez poética y se había convertido en una suerte de Marcial mexicano. Epigramas, sátira, poemínimos irritantes que el pueblo no podrá reconocer como poesía, letras que se quedan estancadas, como en un charco, puercos capaces de amar, críticas pestilentes a la docencia y a la televisión, las relaciones amorosas como peleas de box y la versión pesimista de que el hombre "siempre será el lobo artero del hombre", mientras Dios -quien por fortuna no existe- se devora a sí mismo o es juzgado en los tribunales de Nurenberg por crímenes de lesa humanidad. 

Recuerdo haber leído y releído en voz alta mi ejemplar La Zorra Enferma, junto con Edgar List, quien a su vez lo hacía con Relación de los Hechos, de José Carlos Becerra. Los dos más grandes poetas de esa generación. Edgar y yo, fascinados con ambos, terminamos intercambiando ejemplares, y creo que los dos ganamos. 

Pocos años después, Caza Mayor, un libro donde Lizalde termina de fijar su estilo, y también su impostada misantropía (impostada, porque en realidad no odia al ser humano, sino se burla de sus sueños de grandeza) y su peculiar ateismo (peculiar, porque su Dios existe, sólo que es torpe y malvado y si de verdad fuera Dios durará sólo algunos brillantísimos instantes). Es lo que seguiría en sus otros libros de poesía.

Mucho más tarde, ya en este siglo, leí Manual de Flora Fantástica, que cabe dentro del rubro ancho de "varia invención". Otra de las obsesiones de Lizalde, el jardín y la selva y la perversión (sobre todo la intelectual) intercruzadas. Me quedo con el ciruelo, lento ajedrecista, y, más aún, con la planta de maceta que era en realidad la más grande cantante de ópera que ha existido. 

Hablando de ópera, Lizalde fue un gran conocedor y divulgador de ese género musical. Del programa radial "Memorias y Presencias", que el poeta conducía en Opus 94, me quedó la impresión de que tenía cierta preferencia por las rusas. También, que estaba enamorado de su propia voz. Y que su voz, en un tono engolado propio de tiempos muy pasados, lo devoraba como un Dios revanchista de un poema de Lizalde.

En fin, Eduardo Lizalde fue un enorme poeta. Para mí, uno de los más grandes en la historia de México y una influencia central en la formación de mi canon literario. Ahora que se ha ido, sería de muy mal gusto, pero propio de esa humanidad que el poeta despreció, dedicarle un jardín público, y no una cantina, piquera o bar, como él hubiera querido. 

   

viernes, mayo 20, 2022

Biopics: La caída del bloque soviético (y sus viudas)

 

La caída, uno a uno, de los países del bloque soviético fue, en su momento, un golpe para muchos simpatizantes de la izquierda. En mi caso, lo fue mucho menos porque desde años atrás estaba en una ruta que me alejaba, no sólo del “socialismo realmente existente”, sino también del marxismo como eje de pensamiento.

Lo que es seguro es que no preveía yo una unificación tan rápida de las dos Alemanias. En un convivio con miembros de la embajada de la República Federal, un funcionario había comentado, como de paso, que habría reunificación al año siguiente. Corría septiembre de 1989. A mí me pareció una conclusión apresurada. En realidad, faltaban menos de dos meses para que cayera el muro, y el hombre tenía razón.

Vivir esos momentos desde el periódico era una gozada, por la velocidad con que corrían las noticias y su valor informativo, desde aquel picnic en la frontera de Austria y Hungría hasta el fusilamiento de Ceaucescu. Pero recuerdo que en esos días había varios compañeros que se comportaban como la viuda que todavía le hace la sopa al marido fallecido. Vivieron, al menos por un rato, el fin del muro como si fuera el fin del mundo. Todavía no asimilaban lo evidente: que la población de las naciones satélites vivía su desvinculación de la URSS y del socialismo “real” como una liberación que no sólo era política: también era social y, sobre todo, vital.

Estos compañeros criticaban, sí, los excesos autoritarios que permeaban la vida de aquellos países, pero en el fondo los tenían como referencia, dentro del mundo bipolar en el que vivíamos hasta entonces. Y precisamente lo que veían eran excesos, no la existencia de un sistema intrínsecamente perverso.

De esa época son algunas de las primeras pláticas que tuve con Taide, cuando empezamos a convivir. Ella tenía la frescura de no haber militado en ninguna organización socialista y de haber leído textos marxistas como parte del currículum escolar, no con la devoción con que los devoramos muchos de la generación anterior a ella.

Una cosa que se quedó de esas conversaciones fue que ella dijo que había mucha crueldad en la idea de hacer que la historia avanzara sin miramientos. Que había un enorme desprecio a las vidas individuales de las personas. Y que, si quienes habían seguido de manera dogmática el ideal comunista no hacían cuentas con ese desprecio y esa crueldad, no serían capaces de superar el trauma, ni de convertirse en buenas personas, porque en realidad no lo habían sido, aunque sus ideales fueran buenos y pensaran en una humanidad mejor.

El caso es que la mayoría de mis compañeros y amigos habían asociado la lucha por el socialismo con la lucha por la democracia, así que ni les resultó tan difícil entender el hartazgo social que llevó al fin de aquel sistema, ni hacerse cargo de que las contrahechuras del sistema comunista eran insalvables. Algunos de ellos no tuvieron siquiera una pizca de nostalgia (que, confieso, yo sí he llegado a tener cuando suena La Internacional).

El proceso que siguieron no fue lineal ni generalizado -a varios nos gusta citar a Trotsky fuera de contexto y decir que su desarrollo fue “desigual y combinado-. Pocos meses más tarde me invitaron a firmar un desplegado crítico-petitorio respecto a la Revolución Cubana. En sus primeros párrafos tenía un elogio inmerecido a los supuestos logros revolucionarios, para luego irse al tema, con una posición que de seguro molestaría a la nomenklatura de la isla. Me negué, con el argumento de que los dulcecitos innecesarios del principio desmerecían el resto del contenido. Percibí que había un cierto miedo a la ruptura de verdad.

Había, por otra parte, otros militantes de izquierda para los que la vía democrática era tan solo una coartada para alcanzar el poder. Ellos no se hicieron cargo de los errores de fondo que ellos compartían con los regímenes caídos y pasaron de la negación al duelo y de nuevo a la negación. Siguieron oficiando en una iglesia derrumbada. Y allí siguen, haciendo daño.


jueves, mayo 12, 2022

Cuba, Centroamérica y los sueños de Andrés Manuel

La gira del presidente López Obrador a Centroamérica y a Cuba da cuenta de los sueños y de los procesos mentales del mandatario mexicano. Da cuenta, asimismo, de que circula con placas que vencieron hace mucho, el siglo pasado.

Desde su campaña presidencial, López Obrador ha insistido en la necesidad de una política integral, que involucre a las naciones de América Central, como mecanismo para frenar la migración y como método de superación de toda la región, que incluye el sur mexicano, que en las últimas décadas se atrasó mucho respecto al resto del país.

A diferencia del malogrado Plan Puebla-Panamá, que en su momento impulsó el presidente Fox, el propósito de AMLO no está centrado en atraer inversiones a esas regiones, sino en la promoción de una política social que, bajo su lógica, no sólo sacará a la gente de la miseria, sino que ayudará a restaurar el tejido social, lacerado por la violencia. A esa política social, le da un empujoncito con ayudas directas.

Como López Obrador está convencido de que sus programas funcionan muy bien, lo que ha hecho es exportarlos allí donde puede hacerlo. Y se los aceptan, porque vienen con el paquete de ayuda incluido (en otras palabras, México es que financia). El presidente mexicano queda feliz, asumiéndose como líder de la región, y recibiendo apapachos de todos, especialmente de quienes tienen afinidades ideológicas (la presidenta de Honduras) o de personalidad (el mandatario de El Salvador). Queda feliz con su conciencia social, y también con su ego.

El primer problema es que esos programas, “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro” no funcionan tan bien como cree López Obrador. En ambos se han detectado problemas no menores. En “Sembrando Vida” se detectó falseo de dato, uso mañoso de proveedores, en varios casos ha terminado al servicio de propietarios de fincas y, sobre todo, se ha traducido en una deforestación inducida para luego reforestar con cargo al erario. En “Jóvenes Construyendo el Futuro”, junto con varios casos exitosos, se han detectado múltiples casos de simulación, en beneficio de empresas o de operadores del programa. Y ni siquiera sumando todos los programas sociales del gobierno federal se ha logrado aliviar el problema de la violencia. Evidentemente el tejido social está más dañado de lo que se suponía, y no basta con esas estrategias.

El segundo problema es que, al replicarse dichos programas en América Central, pero en tamaño reducido, lo más probable es que sumen las características locales, y eso haga más difícil el trasplante.

En cualquier caso, López Obrador cumple en lo que le importa: exportar lo que él considera que son sus soluciones y reflejarse en el agradecimiento de los beneficiarios y de los gobiernos hermanos.

Una cosa diferente es Cuba, país al que también ha ayudado López Obrador, pero no a través de la exportación de sus proyectos, sino con el espaldarazo político y una serie de compras, que se sumarán a la cadena de subsidios con los que, desde hace décadas, México apoya al régimen cubano.

Del florido lenguaje con el que se expresó López Obrador, lleno de elogios a la Revolución Cubana, queda claro que se quedó estancado en los años setenta, y en la idea de un Fidel que brilla en la montaña, un rubí, cinco franjas y una estrella. En la del bastión antimperialista que, en plena guerra fría, intentaba implantar el socialismo a pesar de la cercanía con Estados Unidos.

Una cosa es condenar el contraproducente embargo estadunidense a Cuba, y otra -muy diferente- expresar abiertamente una identificación con un gobierno que hace décadas dejó de ser revolucionario, para convertirse en un Estado policiaco, incapaz de brindar a su población los satisfactores elementales (claro, a menos de que seas de la nomenklatura) y que, para colmo, ahora que es dictadura pura y dura, Cuba ni siquiera está encabezada por alguien apellidado Castro, sino por un burócrata convertido en autócrata.

En esa misma lógica, López Obrador dijo que nunca apoyaría a “golpistas” que conspiran contra el régimen cubano. Compra la idea (o bueno, ya la tiene también para México) de que toda oposición, y de hecho toda crítica, es una intentona para tumbar al gobierno y poner otro “al servicio del Imperio”.

Esas expresiones en poco ayudan al que podría ser, o podría haber sido, un papel estratégico para México, y que podría dejar bien parado a López Obrador: el de mediar para acercar las posiciones de La Habana y Washington. AMLO prefirió pintar su raya histórica y quedar para la posteridad del lado de los buenos (de los que él ve como “buenos”).

La otra señal de apoyo fue la contratación de 500 médicos cubanos, en donde no se les paga a ellos, sino al gobierno, y la adquisición de vacunas contra el COVID, que se destinarán a los menores de edad. Lo primero es un gesto de solidaridad con el régimen (no con los doctores) al que AMLO agregó una frase tan falsa como innecesaria: que en México hay escasez de doctores. Lo segundo, un intento por matar dos pájaros de un tiro: acallar las críticas ante la falta de vacunación a niños en México y dar una ayuda económica a los socios caribeños. Veremos qué tanta confianza tiene la población, y qué tanto prejuicio, hacia las vacunas cubanas.

Para López Obrador, la gira fue de ensueño. Los sueños de Andrés Manuel son los de colocarse como paladín del combate a la pobreza y la desigualdad en toda la región centroamericana, y de ser visto como un aliado de hierro de la Numancia antimperialista caribeña que admira desde sus años mozos.

En el camino, además, recibió de Cuba la medalla José Martí, como Allende y como Mandela. Pero también como Ceaucescu, como Hussein, como Mugabe, como Lukashenko, como Putin y como Nicolás Maduro. 

domingo, mayo 01, 2022

Poco ruido, menos nueces

   

Luis González

Mexicanos en GL.  Abril de 2022

Inicia otra temporada en Grandes Ligas y, al menos en las primeras tres semanas, las expectativas sobre los peloteros mexicanos rebasan a las realidades. Ni Verdugo ni Kirk han hecho sonar sus bates, ni Julio Urías ha podido engarzar triunfos y ni siquiera Giovanny Gallegos las ha tenido todas consigo. Ha habido destellos, pero el primer mes de pelota caliente no ha sido tricolor.

Aquí el balance del contingente nacional en el mes, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado representando a México en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel. En mayo ya incluiremos al recientemente nacionalizado Randy Arozarena

Julio Urías preocupó en su primera salida, donde fue apaleado por los Rockies, y lanzó a una velocidad 2 millas inferior a la del año pasado. Pero en sus siguientes tres salidas se ha repuesto muy bien, a pesar de que no trae el control extraordinario de 2021. Pudo haber ganado las tres, pero sólo en una tuvo apoyo ofensivo. Su marca en abril: 1-1, 2.50 carreras limpias recibidas por cada 9 innings lanzados, 15 ponches.  

Víctor Arano, bajita la mano, ha sido el pitcher mexicano más efectivo en abril. Pero el veracruzano juega para los tristes Nacionales de Washington, y como relevista intermedio. En 11 entradas lanzadas, tiene PCL de 1.64, ha ponchado a 14 y no tiene decisión. Es el único mexicano al que se le embasa menos de un bateador por inning. A ver cuánto le dura.

Andrés Muñoz apunta para convertirse en el cerrador de los contendientes Marineros de Seattle. Es común que sus rectas alcancen las 100 millas por hora y que pase por los strikes a un montón. Pero el joven mochiteco no está exento de que, a veces, le peguen. En la temporada lleva 1 ganado y un salvamento, la friolera de 14 chocolates recetados en sólo 8 entradas y un PCL de 3.38. Pero le batean para .258, que es por encima del promedio de las mayores.

Alex Verdugo empezó a tambor batiente la temporada, pero es un jugador de rachas y en la segunda mitad del mes cayó en un evidente slump de bateo, sobre todo a partir de que lo subieron a segundo en el orden al bat. El jardinero de los Medias Rojas batea para .238, con 3 jonrones y saludables 13 carreras producidas. Su OPS (porcentaje de embasamiento + slugging) es, por el momento, un pobre .653

Giovanny Gallegos, el cerrador de los Cardenales de San Luis, estaba teniendo una campaña luminosa, con 4 salvamentos y una efectividad microscópica cuando, en un partido contra los Mets, le cayeron inmisericordemente a palos, haciéndolo perder un juego que debía salvar y maltratando de fea manera sus numeritos. En el año, 0-1, 4 juegos salvados (un rescate desperdiciado), 6.43 de efectividad.   

Luis González ha tenido, tal vez, la mejor historia de los mexicanos en Grandes Ligas este abril. Tras un par de años en los que los Medias Blancas le dieron oportunidades a cuentagotas (y con goterito infantil), fue traspasado a los Gigantes de San Francisco, y subido al equipo grande cuando un par de jardineros pasaron a la lista de lesionados. El de Hermosillo aprovechó la ocasión y ha bateado de manera consistente. En abril, .286, un cuadrangular, 6 producidas, OPS de .750

Luis Cessa estuvo en la burbuja para definir cerrador de los Rojos de Cincinnati, pero no ha fungido como tal (y quién sabe cuántos juegos ganen los Rojos en la temporada, pero serán muy pocos). Una vez abrió el juego, pero como opener, por sólo una entrada, y le pegaron. Las otras ocasiones ha estado decente. Su marca: 0-0. 4.50 de limpias y 5 ponches.

José Urquidy ha tenido cuatro aperturas para los Astros de Houston. Dos buenas y dos muy malas. Sigue con excelente control, pero sólo hacia finales de mes se le vio hacer abanicar a los rivales. Una de sus malas aperturas la ganó por el apoyo ofensivo de su equipo. Sus números: 2-1, un desagradable 5.95 de PCL, los rivales le batean por arriba de .300, y ha ponchado a 13.

Alejandro Kirk abrió la temporada como bateador designado de los poderosos Azulejos de Toronto. La idea era aprovechar su bat y poner en la defensa a Danny Jansen. Pero pasaron dos cosas, una es que Jansen se lesionó, Kirk pasó a ser el receptor titular y eso ha afectado su bateo y continuidad. Sigue teniendo un gran ojo, se poncha muy poco y es tremendo bateador de contacto, pero este año no ha tenido poder, su bateo no ha sido oportuno y en las bases es un problema por su escasa velocidad. Entra a mayo con la titularidad en riesgo: .245 de porcentaje, sólo una anotada y dos producidas y OPS de .584

Ramón Urías es titular en el infield de los débiles Orioles de Baltimore. Ha presentado buenas pinceladas a la defensiva y, a veces, bateo oportuno, pero sus números están muy debajo de la Línea Mendoza: .194, 3 impulsadas y .463 de OPS, de los más bajos de la Liga.

Sergio Romo, ahora con Seattle, llegó a los 800 partidos jugados desde la loma de pitcheo, récord para mexicanos. Pero se lesionó luego luego. Lanzó dos innings, en los que no admitió carrera y ponchó a tres.

Humberto Castellanos opera como quinto abridor de los Diamondbacks de Arizona, por lo que a veces hace labores de relevo. Tuvo un par de buenas aperturas, luego fue papá y, de regreso, en vez de torta hubo tortazos de parte de los Cardenales de San Luis, que le desgraciaron festejo y números. 1-1, 5.79 de limpias y 8 ponches para el de Tepatitlán.  

Alejo López fue llamado por los Rojos a sustituir por unos días a Jonathan India. Hizo lo que sabe hacer: pegar sencillos. India se repuso de COVID y el chilango volvió a AAA. .263 con 2 carreras anotadas.

Isaac Paredes no jugó en abril, pero debutó con Tampa el 1° de mayo. El prometedor tercera base se fue de 4-1.

Daniel Duarte, de Huatabampo, Sonora, debutó en las Mayores como relevista de los Rojos. El derecho lanzó en tres ocasiones: una bien y las otras dos muy mal. Se le diagnosticó inflamación en el codo de lanzar y está en la lista de lesionados por 60 días: 10.13 de PCL, 2 chocolates, sin decisión.

Óliver Pérez sumó otro año como pitcher de Grandes Ligas antes de retirarse. Lo hizo con Arizona, y, aunque rapiñó una victoria, se vio superado. El veterano sinaloense dejó marca de 1-1 y un penoso 15.75 de carreras limpias antes de que le dieran las gracias.

Se espera que para mayo regresen a la actividad ligamayorista el infielder Luis Urías, de los Cerveceros y, posiblemente, el zurdo Víctor González, de los Dodgers.