viernes, diciembre 03, 2021

La inflación y la ruptura del pacto social


El dato: la tasa de inflación anualizada superó el 7%. Con ello, se soltaron alarmas de todo tipo. Y no faltaron entre las alarmas voces estridentes que, juntando todos los indicadores negativos posibles, ya ven la catástrofe venir. De ahí que valga la pena separar la paja del trigo, para darnos una idea de lo que está pasando y de lo que puede ocurrir.

De entrada, una inflación de 7% se considera todavía “reptante”; es decir estamos ante un incremento de precios significativo, pero que se considera todavía manejable. El chiste es cómo manejarlo.

El problema no es tanto la inflación actual, como la esperada. Para ello hay dos elementos que, en el caso de México, sí llaman a preocupación: uno es la evolución en el tiempo de los índices; otro es el análisis de la inflación subyacente (es decir, la que no toma en cuenta los bienes cuyos precios tienen grandes fluctuaciones transitorias, y que por lo tanto evita que nos vayamos con la finta de alguna distorsión en los precios). En ambos casos vemos una aceleración.

En otras palabras, si bien las alzas en energéticos y productos agropecuarios son las que explican mayormente el tamaño actual de la inflación, los aumentos en otros bienes y servicios son los que pronostican problemas para el futuro, y nos dicen que la cosa no se va a arreglar tan fácilmente.

El problema no es el de los libros de texto tradicionales, de exceso de demanda. La dinámica de la economía es baja: de hecho volvemos a la ruta del decrecimiento. No son los salarios, tampoco es el pleno empleo de los factores lo que empuja los precios al alza.

Por lo mismo, las medidas de política monetaria serán siempre insuficientes. Pueden ser lo restrictivas que se quiera: su efecto será mayor, y más inmediato, sobre los niveles de producción y empleo que sobre los precios. Para mal de todos.

La inflación actual está ligada a otros factores: las interrupciones en las cadenas de valor causadas por la lógica del pare-siga derivada de la pandemia, el intento de recuperar pérdidas (reales o potenciales) de parte de los operadores económicos que pueden hacerlo, y las expectativas, que generan una suerte de profecía autocumplida.

El primer elemento es un asunto de oferta que depende, sobre todo, de factores externos. Y en la medida en que las naciones sobrerreacionen a cada nueva noticia sobre la pandemia, las intermitencias en las cadenas de valor continuarán, sin que se pueda hacer mucho.

Pero los relevantes son los otros dos.

La estructura de precios relativos y la distribución del ingreso van de la mano. Se determinan simultáneamente. Si lo que ofrezco -y puedo vender- cuesta más en relación a lo que consumo, gano en términos distributivos. Pero si todo mundo hace lo mismo, el resultado será una carrera y, con ella, el incremento generalizado de precios.

En ese incremento, quienes suelen perder son los asalariados, porque es más difícil mover el precio de la fuerza de trabajo. De ahí que la inflación causada por una disputa en la distribución del ingreso suele tener efectos regresivos generalizados (a menos que, como en tiempos de Echeverría, entre los ganadores estén los productores primarios del campo, que no parece ser el caso ahora).

Una inflación de este tipo significa la ruptura de un pacto tácito entre los distintos agentes económicos sobre la distribución del ingreso. Controlarla, al final, implicará hacer política: restaurar el pacto, tal vez con otras proporciones asignadas para cada quien.

Esa política de concertación, hay que decirlo, es muy distinta de la política electoral o de guerra de posiciones entre grupos ideológicos, partidistas o de poder. Y obliga a una actitud proactiva de parte del Estado.

Ahora bien, sí se quiere recuperar el control de la inflación, antes de que deje de ser reptante, hay que actuar sobre las expectativas. Y esto conlleva también hacer política. Hay que calmar las voces, a veces histéricas, que imaginan, y a veces parece que desean, una depreciación grande del peso, un desplome de la inversión y escasez creciente de diferentes bienes y servicios.

Pero eso no se hace con más gritos estentóreos, con admoniciones o amenazas. Se hace generando espacios para el diálogo, en el que cada parte tiene sus razones... y también sus instrumentos de poder para hacerlas valer. 

Hay tiempo y espacio para arreglar las cosas. El problema es que, si el gobierno insiste en su política de fuga hacia adelante, donde abre frentes de combate en todos lados y lo importante es la propaganda (los malvados empresarios hambreando y haciéndole difícil la existencia al pueblo), el resultado será una agudización de la disputa por la distribución del ingreso. Es decir, más inflación, menos inversión, devaluación y cumplimiento de las profecías apocalípticas.

En esas condiciones, a ver cómo se rehace el pacto social. ¿O de lo que se trata es de estirar la cuerda hasta que se rompa?


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