Desde que James Naismith inventó el basquetbol a finales del siglo XIX, la supremacía de Estados Unidos en ese deporte ha sido enorme. Y era total, arrasadora, en los Juegos Olímpicos, desde que la disciplina entró al programa en 1936. Durante siete olimpiadas seguidas los estadunidenses ganaron el oro, y de manera invicta. Tenían una marca histórica de 63-0 cuando llegaron a la final en Munich 72, donde por quinta vez se enfrentarían por el oro con la Unión Soviética. Sería el partido más intenso y dramático en la historia del basquetbol olímpico.
Partiendo de la certidumbre de su superioridad, y de
las reglas olímpicas vigentes, Estados Unidos no solía enviar a los Juegos
Olímpicos a sus jugadores profesionales, sino a una selección que incluía a los
mejores jugadores universitarios. Algunos de ellos, pero no todos, llegarían a
la NBA. Los soviéticos, en cambio, enviaban la crema de la crema, con una
combinación compuesta sobre todo por rusos y lituanos. Y, particularmente en
tiempos de guerra fría, estaban decididos a derrotar a los representantes del
bando contrario.
El partido inició con una ventaja soviética que a los
americanos les costaba remontar. En su segunda mitad se hizo muy defensivo,
pero sobre todo ríspido, lo que acabó con la expulsión de tres jugadores (dos
de la URSS; uno de EU) y con la lesión de un norteamericano, que le impidió
continuar en el juego. En la medida en que faltaba menos tiempo, el equipo de
las barras y las estrellas acortaba las distancias. A 30 segundos del final, la
diferencia era sólo de un punto. URSS 49 – EU 48. Faltando apenas siete
segundos, el estadunidense Collins recupera la pelota, avanza hacia la canasta
contraria y es fauleado. Quedan tres segundos y tiene derecho a dos tiros
libres, que le pueden dar la vuelta al partido.
Serían tres segundos larguísimos, porque entonces
vinieron el drama, el escándalo, la hazaña, la locura y la leyenda.
Collins lanza el primer tiro libre, anota. El partido
está empatado. Cuando la bola está saliendo de la mano de Collins en el segundo
tiro, suena una chicharra. La bola atraviesa limpiamente la red. EU está
ganando por un punto. Los soviéticos intentan una reacción desesperada, pero
para entonces hay un enorme lío alrededor de la mesa de jueces. El árbitro
suspende el partido faltando un segundo.
Sucede que el coach de la URSS había pedido un tiempo
fuera entre el primero y el segundo tiro libre, pero la chicharra se accionó
muy tarde. Grandes reclamaciones. Los jueces, salomónicos, deciden que el tiro
libre cuenta, pero el juego continúa con los tres segundos faltantes.
Los soviéticos mueven la bola, pero están bien
marcados. Un pase corto, luego uno largo y el tiempo termina. Los americanos
reaccionan con júbilo -y con alivio, no serán los primeros en perder un juego
en una olimpiada-, parte del público salta a la duela. Pero los jueces notaron
que el reloj de juego estaba mal puesto: 50 segundos en vez de los tres que
faltaban. Deciden -se alega que gracias a la intervención del secretario
general de la FIBA, el británico Renato William Jones- que la jugada se repita,
de nuevo con tres segundos restantes en el reloj.
Pasan varios minutos de discusión y confusión. Los
estadunidenses, al principio, se rehúsan a continuar el juego, que consideran
ya ganado. Pero puede más la posibilidad de ser descalificados si no regresan.
Al cabo son sólo tres segundos.
Al reanudar, el bielorruso Edeshko lanza un pase profundo
y preciso al ruso Alexander Belov, que se ha desmarcado debajo del tablero.
Belov anota al límite del tiempo. En la vieja URSS, el pase de Edeshko pasará a
la historia como “el Pase de Oro”. La tercera es la vencida y la URSS se alza
con la victoria 51-50, mientras los estadunidenses echan gran bronca a los
oficiales.
La delegación de Estados Unidos presentó una protesta
oficial al jurado de apelación de la FIBA. Perdió 3-2, en una votación de
guerra fría: Hungría, Polonia y Cuba, del lado de los soviéticos; Puerto Rico e
Italia, del lado de los norteamericanos. Los basquetbolistas estadunidenses se
rehusaron a recibir la medalla de plata en la ceremonia de premiación. 40 años
después se reunieron para decidir si la aceptaban, y decidieron que no. Nunca
admitieron esa derrota, legendaria por muchas razones.
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