Al iniciar el ciclo escolar 1989-90 enviamos de Datavox a nuestros muchachos a la prueba piloto de la encuesta nacional de educación. Eran 20 estudiantes escogidos y entrenados por Pepe Zamarripa, la mayoría de los cuales había trabajado en las encuestas electorales del año anterior. Chuy Pérez Cota ya había hecho la muestra correspondiente, basada en el número de grupos escolares (no de estudiantes), paralela a la muestra para la encuesta nacional, realizada con el mismo método. A los que iban lejos: Tijuana, Mérida, Campeche, Chiapas, Sinaloa, los mandamos en avión. A los demás, en camión (y cada que paso por Polotitlán, Edomex, me acuerdo, arrepentido, del pobre chavo al que enviamos allá con viáticos para el Estado de México, cuando esa población está pasando Hidalgo y en la frontera con Querétaro). Tenían la misión de levantar una encuesta y hacer dos pruebas de conocimientos: la encuesta, entre la población adulta; las pruebas, que armaron los profes contratados por Zamarripa y a las que le metieron mano los asesores de Gilberto Guevara, entre estudiantes de primaria y secundaria de las escuelas que les habíamos asignado.
Las experiencias que contaron a su regreso
fueron de lo más variadas. El entrevistador que fue a Veracruz acabó haciéndose
amigo de los profesores, que lo invitaron a montar a caballo en los alrededores
del pueblo; el que fue a Guadalajara se encontró con que la escuela escogida para
la secundaria estaba dentro del reclusorio juvenil; el que fue a Michoacán se
encontró con que ese día los profesores se fueron a huelga y de todos modos se
las arregló para que los estudiantes hicieran el examen en la plaza adjunta.
Los resultados fueron también muy interesantes
y, en lo esencial, se confirmarían en la encuesta nacional.
Las opiniones sobre educación de parte la
población general, nos decían, primero, que la profesión de maestro todavía era
apreciada, pero menos de lo que -suponíamos- había sido tiempo atrás. Estaban
ya muy por debajo del concepto de “médico” o “licenciado”, pero bien arriba de
los de “sacerdote” o “militar”. Había una relación directa entre la importancia
que se le daba a la educación y la escolaridad de la persona: a mayor
escolaridad, lo educativo tenía mayor prestigio. Notablemente, las personas con
estudios decían que la educación ayudaba a ser felices, mientras que quienes
tenían poca o ninguna escolaridad, no relacionaban la educación con la
felicidad.
Un dato que recuerdo me impresionó fue que, en
esa encuesta piloto, un tercio de los adultos mexicanos era de madre analfabeta
(recordemos, primero, que se trataba de adultos, lo que incluía a los mayores
y, después, que hay una correlación inversa entre escolaridad de las mujeres y
su número de hijos: no es que un tercio de las mujeres de la generación
anterior fueran analfabetas).
En lo referente a las pruebas para estudiantes,
lo más relevante es que encontramos enormes diferencias entre escolares que
supuestamente estaban en el mismo grado de estudios. Había tres escuelas con
resultados muy buenos: una en Lomas Verdes, otra en la colonia Irrigación de la
Ciudad de México y una más en Tijuana. Pero había algunas que eran un auténtico
desastre: las de Guerrero, la primaria de Chiapas, las secundarias de Aguaruto,
Sinaloa y Seyba Playa, Campeche. Los niños de sexto de primaria de esas
escuelas eran prácticamente analfabetas y los jóvenes de tercero de secundaria,
unos burrazos, Y no era su culpa.
Una cosa que me hizo pensar fue la existencia
de algunos exámenes de excelencia en escuelas que quedaban muy por debajo de la
media. Recuerdo uno en la primaria de Armería, en Colima, que supongo de una
niña, por el tipo de caligrafía, que estaba, tranquilamente, entre las diez
mejores de aquella prueba piloto. Imaginé, no sin pesimismo, cuáles serían las oportunidades
que tendría en la vida esa mente abierta y ordenada. Y así como ella, otras en
Chiapas o Michoacán.
Un dato que me llamó la atención (pero más
sobre mis prejuicios acerca del país) fue que la escuela que resultó estar exactamente
en la media nacional fue precisamente la del reformatorio en Guadalajara, que
la de Nezahualcóyotl estaba muy arriba del promedio y que el mayor desastre educativo
estaba en el sur-sureste del país. Había una correlación entre el grado de
urbanización de las localidades y el resultado de los exámenes, pero -salvo la
deshonrosa excepción de Aguaruto- cualquier comunidad del norte y noroeste se
defendía mejor en aprovechamiento que el promedio del resto del país.
Ya más adentrados en el análisis, se percibían
desde la prueba piloto, algunas cosas: los estudiantes no tenían ni idea de la
nueva gramática (probablemente porque tampoco la tenían los profesores); en
matemáticas la capacidad para hacer operaciones y cálculos no se traducía en la
resolución de problemas (sí sabían sacar el 20% de 800, pero no sabían cuanto
costaba una bici de precio original de $800, pero con 20% de descuento); y en
historia sabían de hechos concretos, pero eran incapaces de relacionar unos con
otros: el pasado era un mazacote del que niños y jóvenes no sabían que había
sido antes y qué después: mucho menos, las consecuencias de un hecho sobre
otro.
De los resultados de la prueba piloto se
aprovecharían Guevara y sus asesores para hacer, a la hora de la encuesta nacional,
unos exámenes que evidenciaran más las carencias educativas del país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario