viernes, abril 09, 2021

Historias de orishas

Recibí de los amigos del Ministerio de Cultura de Cuba un libro interesantísimo: Los Orishas de Cuba, de Natalia Bolívar, una especie de vademécum del universo religioso afrocubano. En él se ofrece, si bien de manera desordenada, una cosmovisión de la cultura de los descendientes de los congos y carabalíes que fueron enviados a América como esclavos.

Los orishas son divinizaciones de ancestros con poder, en una concepción del mundo en la que cada generación está más alejada de las fuentes de energía pura. Cada orisha tiene su pattakí (su leyenda), sus colores, sus bailes, su monte (sus yerbas), sus ofrendas, su ropa y protege de determinadas aflicciones.

Como en toda mitología, los avatares de los orishas son en extremo complicados y, en ocasiones, contradictorios. El libro al que hemos hecho referencia narra pedazos de historias de cada deidad, dejando la impresión de un caos barroco.

A continuación, describo, de manera un poquito más ordenada, muy abreviada y, sin duda, desprovista de buena parte del sabor que deja el enterarse a tropezones y retazos de una leyenda apasionante, algunas historias de orishas.

Obatalá
Obatalá, hijo mayor de Olordumare (el universo con todos sus elementos), es el creador de los cuerpos de los hombres, es el dueño de los pensamientos y de los sueños. Obatalá, junto con Yemá, es padre de Oggún, Ochosi y Elegguá.

Oggún, el dueño del hierro y los metales, estaba enamorado de su madre y varias veces quiso violarla, pero se lo impidió Osun, el mensajero enviado por Elegguá para proteger a Yemá. Oggún le dio mucho maíz a Osun para que durmiera y él pudiera cumplir su propósito. Para su desgracia, Obatalá lo sorprendió. Oggún, para evitar un castigo mayor, se maldijo a sí mismo y se fue al monte. Osun fue despedido y sustituido por Elegguá en el cargo de vigilante.

Yemayá

Olofi, el todopoderoso creador del mundo, el que nació de sí mismo, decidió que, en vez de fuego y rocas ardientes, en el mundo primigenio hubiera vida: para ello convirtió el vapor de las llamas en nubes, de las que bajó el agua que apagó el fuego. De los huecos entre las rocas nació Olokih, el océano, que es el origen de Yemayá, la madre de las aguas, de cuyo vientre nacieron ríos, dioses y todo lo que es vida sobre la tierra. Yemayá tuvo amoríos con Inlé, a quien se llevó al fondo del mar para satisfacer sus deseos. La belleza del andrógino Inlé no le sirvió de gran cosa, porque -como descubrió los misterios del mar y Yemayá se había cansado de él- regresó a la tierra con la lengua cortada.

Changó

Yemayá también tuvo relaciones con un poderoso gigante, Aggayú Solá, deidad del desierto. De esta extraña combinación nació Changó, el dios del trueno, el gran adivinador. Originalmente, Changó fue repudiado por su madre, así que se crió como hijo de Obatalá, y Yemayá sólo intervino para salvarle la vida una vez que Aggayú Solá quería matarlo por haber entrado a su casa a comerse todas las viandas y dormirse en su estera.

El día del incesto de Oggún con Yemá, Obatalá se había enojado tanto que mandó matar a todos sus hijos varones. El adoptivo Changó se salvó porque Elegguá lo llevó con su hermana Dada, quien fue quien lo crió, consintiéndolo mucho. Changó se casó con Obba, pero tuvo múltiples amantes, lo que le acarrearía muchos problemas, como veremos.

El automaldecido Oggún estaba trabajando en el monte, triste, amargado y regando tragedias entre los hombres. Entonces Ochún, la bella entre las bellas, la diosa del amor y la femineidad, fue a la manigua, atrajo a Oggún con su canto y le enseñó la miel de la vida. Oggún siguió trabajando, pero perdió la amargura. Luego se casó con Oyá, la dueña de las centellas, los temporales y los vientos.

Oyá, siempre violenta e impetuosa, se enamoró de Changó y se convirtió en una de sus amantes. Esto generó una larga guerra entre Changó y Oggún. Un día Changó tuvo que esconderse de sus enemigos, que querían cortarle la cabeza, precisamente en casa de Oyá. Oyá se cortó las trenzas y se las puso a Changó, lo vistió con su ropa y lo adornó con sus prendas. Cuando Changó, el dios de la guerra, el baile, la música y la belleza viril, salió de la casa, sus enemigos lo confundieron con Oyá y lo dejaron escapar.

Ochún

Aunque Obba era la esposa de Changó, la preferida era Ochún. Ochún le dijo a Obba que a los hombres había que conquistarlos por el estómago y se ofreció a enseñarle a cocinar una sopa deliciosa. Cuando Obba fue a su lección, se encontró a Ochún con un pañuelo amarillo que le tapaba las orejas. Ochún le dijo a Obba que la sopa que estaba preparando era de orejas (había unas setas grandes en el platón). Changó encontró deliciosa la sopa y se retiró con Ochún. Cuando Obba, en vez de setas, se cortó una oreja y la echó a la sopa, a Changó no le gustó nada ni la sopa ni que su mujer se hubiera cercenado. Las lágrimas de Obba formaron los lagos y las lagunas.

Changó y Ochún tuvieron hijos gemelos, varón y hembra, Kainde y Taewó, conocidos como Los Ibeyis. En esa época el diablo puso trampas en todos los caminos y comenzó a comerse a todos los humanos que caían en ellas. Los Ibeyis decidieron impedirlo, así que se internaron en el bosque tocando un tamborcito mágico, que puso a bailar al diablo. Los niños se fueron turnando el tamborcito hasta dejar agotado al diablo y hacerle prometer que retiraría todas las trampas.

Esta es sólo una parte del panteón afrocubano. No hemos hablado de Orula, Odduá, Oké, Oraniyán, Ajé Chaluga, Oroiña, Oruggán, Oggué, Yewá, Naná Burukú, Babalú Ayé, Orisha Oko, Iroko, Aroni, Chugudú, Ajá, y muchos más que no le tienen nada que envidiar a los dioses grecolatinos.

 

Si comparamos estas historias, llenas de humor, cachondería y amor, con las de los santos católicos con los se sincretizaron los orishas, encontraremos un contraste del que no salen bien librados los hijos de la cultura occidental.

Así, por ejemplo, los Ibeyis juguetones y tamborileros son sincretizados en Santa Justa y Santa Rufina, dos alfareras que se dedicaban a romper ídolos de otra fe y que no aceptaban la política de tolerancia religiosa del imperio romano. Changó se sincretiza en Santa Bárbara, una virgen degollada por orden de su padre (la fusión se explica porque a Santa Bárbara se le asocia con el trueno, tiene espadas y Changó se disfrazó una vez de mujer). Obba se sincretiza en Santa Catalina de Alejandría, quien no aceptó casarse con Máximo II y, por ello y por no abandonar su fe, fue atada entre cuatro ruedas y descuartizada.

Los orishas juegan, hacen el amor, se disputan compañeros, se protegen, crean, destruyen. Los santos católicos sólo parecer saber una cosa: morir por la Iglesia.

 

Publicado originalmente en El Nacional Dominical 52; 19 de mayo de 1991 

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