Recibí de los amigos del Ministerio de Cultura de Cuba un libro interesantísimo: Los Orishas de Cuba, de Natalia Bolívar, una especie de vademécum del universo religioso afrocubano. En él se ofrece, si bien de manera desordenada, una cosmovisión de la cultura de los descendientes de los congos y carabalíes que fueron enviados a América como esclavos.
Los orishas son divinizaciones de ancestros
con poder, en una concepción del mundo en la que cada generación está más
alejada de las fuentes de energía pura. Cada orisha tiene su pattakí (su
leyenda), sus colores, sus bailes, su monte (sus yerbas), sus ofrendas, su ropa
y protege de determinadas aflicciones.
Como en toda mitología, los avatares de los
orishas son en extremo complicados y, en ocasiones, contradictorios. El libro
al que hemos hecho referencia narra pedazos de historias de cada deidad,
dejando la impresión de un caos barroco.
A continuación, describo, de manera un poquito más ordenada, muy abreviada y, sin duda, desprovista de buena parte del sabor que deja el enterarse a tropezones y retazos de una leyenda apasionante, algunas historias de orishas.
Obatalá, hijo mayor de Olordumare (el universo
con todos sus elementos), es el creador de los cuerpos de los hombres, es el
dueño de los pensamientos y de los sueños. Obatalá, junto con Yemá, es padre de
Oggún, Ochosi y Elegguá.Obatalá
Oggún, el dueño del hierro y los metales, estaba
enamorado de su madre y varias veces quiso violarla, pero se lo impidió Osun,
el mensajero enviado por Elegguá para proteger a Yemá. Oggún le dio mucho maíz
a Osun para que durmiera y él pudiera cumplir su propósito. Para su desgracia,
Obatalá lo sorprendió. Oggún, para evitar un castigo mayor, se maldijo a sí
mismo y se fue al monte. Osun fue despedido y sustituido por Elegguá en el
cargo de vigilante.
Yemayá
Olofi, el todopoderoso creador del mundo, el
que nació de sí mismo, decidió que, en vez de fuego y rocas ardientes, en el
mundo primigenio hubiera vida: para ello convirtió el vapor de las llamas en nubes,
de las que bajó el agua que apagó el fuego. De los huecos entre las rocas nació
Olokih, el océano, que es el origen de Yemayá, la madre de las aguas, de cuyo
vientre nacieron ríos, dioses y todo lo que es vida sobre la tierra. Yemayá
tuvo amoríos con Inlé, a quien se llevó al fondo del mar para satisfacer sus
deseos. La belleza del andrógino Inlé no le sirvió de gran cosa, porque -como
descubrió los misterios del mar y Yemayá se había cansado de él- regresó a la
tierra con la lengua cortada.
Changó
Yemayá también tuvo relaciones con un poderoso
gigante, Aggayú Solá, deidad del desierto. De esta extraña combinación nació
Changó, el dios del trueno, el gran adivinador. Originalmente, Changó fue
repudiado por su madre, así que se crió como hijo de Obatalá, y Yemayá sólo
intervino para salvarle la vida una vez que Aggayú Solá quería matarlo por haber
entrado a su casa a comerse todas las viandas y dormirse en su estera.
El día del incesto de Oggún con Yemá, Obatalá
se había enojado tanto que mandó matar a todos sus hijos varones. El adoptivo
Changó se salvó porque Elegguá lo llevó con su hermana Dada, quien fue quien lo
crió, consintiéndolo mucho. Changó se casó con Obba, pero tuvo múltiples
amantes, lo que le acarrearía muchos problemas, como veremos.
El automaldecido Oggún estaba trabajando en el
monte, triste, amargado y regando tragedias entre los hombres. Entonces Ochún,
la bella entre las bellas, la diosa del amor y la femineidad, fue a la manigua,
atrajo a Oggún con su canto y le enseñó la miel de la vida. Oggún siguió
trabajando, pero perdió la amargura. Luego se casó con Oyá, la dueña de las
centellas, los temporales y los vientos.
Oyá, siempre violenta e impetuosa, se enamoró
de Changó y se convirtió en una de sus amantes. Esto generó una larga guerra
entre Changó y Oggún. Un día Changó tuvo que esconderse de sus enemigos, que
querían cortarle la cabeza, precisamente en casa de Oyá. Oyá se cortó las
trenzas y se las puso a Changó, lo vistió con su ropa y lo adornó con sus
prendas. Cuando Changó, el dios de la guerra, el baile, la música y la belleza
viril, salió de la casa, sus enemigos lo confundieron con Oyá y lo dejaron
escapar.
Ochún
Aunque Obba era la esposa de Changó, la
preferida era Ochún. Ochún le dijo a Obba que a los hombres había que
conquistarlos por el estómago y se ofreció a enseñarle a cocinar una sopa
deliciosa. Cuando Obba fue a su lección, se encontró a Ochún con un pañuelo
amarillo que le tapaba las orejas. Ochún le dijo a Obba que la sopa que estaba preparando
era de orejas (había unas setas grandes en el platón). Changó encontró
deliciosa la sopa y se retiró con Ochún. Cuando Obba, en vez de setas, se cortó
una oreja y la echó a la sopa, a Changó no le gustó nada ni la sopa ni que su
mujer se hubiera cercenado. Las lágrimas de Obba formaron los lagos y las
lagunas.
Changó y Ochún tuvieron hijos gemelos, varón y
hembra, Kainde y Taewó, conocidos como Los Ibeyis. En esa época el diablo puso
trampas en todos los caminos y comenzó a comerse a todos los humanos que caían
en ellas. Los Ibeyis decidieron impedirlo, así que se internaron en el bosque tocando
un tamborcito mágico, que puso a bailar al diablo. Los niños se fueron turnando
el tamborcito hasta dejar agotado al diablo y hacerle prometer que retiraría
todas las trampas.
Esta es sólo una parte del panteón afrocubano.
No hemos hablado de Orula, Odduá, Oké, Oraniyán, Ajé Chaluga, Oroiña, Oruggán, Oggué,
Yewá, Naná Burukú, Babalú Ayé, Orisha Oko, Iroko, Aroni, Chugudú, Ajá, y muchos
más que no le tienen nada que envidiar a los dioses grecolatinos.
Si comparamos estas historias, llenas de humor,
cachondería y amor, con las de los santos católicos con los se sincretizaron
los orishas, encontraremos un contraste del que no salen bien librados los
hijos de la cultura occidental.
Así, por ejemplo, los Ibeyis juguetones y
tamborileros son sincretizados en Santa Justa y Santa Rufina, dos alfareras que
se dedicaban a romper ídolos de otra fe y que no aceptaban la política de tolerancia
religiosa del imperio romano. Changó se sincretiza en Santa Bárbara, una virgen
degollada por orden de su padre (la fusión se explica porque a Santa Bárbara se
le asocia con el trueno, tiene espadas y Changó se disfrazó una vez de mujer).
Obba se sincretiza en Santa Catalina de Alejandría, quien no aceptó casarse con
Máximo II y, por ello y por no abandonar su fe, fue atada entre cuatro ruedas y
descuartizada.
Los orishas juegan, hacen el amor, se disputan
compañeros, se protegen, crean, destruyen. Los santos católicos sólo parecer
saber una cosa: morir por la Iglesia.
Publicado originalmente en El Nacional Dominical 52; 19 de mayo de 1991
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