Se le llamó, con toda razón, “La Princesa de los Clavados”. Su rostro llenó las planas deportivas y los anuncios espectaculares de su país. También era la comidilla en las notas de la “prensa rosa”. Pero cuando más exitosa era, fue forzada a tomar una decisión. O, como son las cosas en China, a simular que la tomaba, porque otros lo habían hecho por ella. Es la historia de Guo JingJing, una de las atletas más exitosas del gigante oriental.
Inició la práctica de los clavados a los 6
años y era tan buena que a los 14 ya competía de tú a tú con la supercampeona
Fu Mingxia, y fue elegida para acompañarla a los juegos de Atlanta 96. Pasó
tranquilamente a la final de trampolín, en segundo lugar, pero -a diferencia de
lo que dice el estereotipo- la joven china falló lamentablemente en varios
clavados y se quedó sin medallas.
Para Sydney 2000, Guo obtuvo la plata, sólo
detrás de Fu. Era el mismo resultado que en los Mundiales recientes de Perth. Y
en sincronizados, a pesar de que las chinas eran las favoritas y dieron una muy
buena exhibición, fueron superadas por unas rusas que venían inspiradas.
El dominio absoluto comenzaría el año
siguiente. En el periodo entre juegos olímpicos, Guo se hizo de cuatro medallas
de oro mundiales. Era invencible en el trampolín. Eso se confirmaría en Atenas
2004, cuando deshizo a toda competencia en el trampolín individual y, ahora
junto con Wu Minxia, cobró venganza de las rusas y le dio el oro a China. Lo
hizo, además, enseñando una sonrisa que contrastaba con la seriedad casi marcial
de varios de sus compañeros.
A partir de entonces, Guo JingJing se
convirtió en la atleta consentida de su país, que tiene en mucho aprecio social
y popular a sus clavadistas. En medio del proceso de apertura económica, le
llovieron propuestas de patrocinadores. Ella, y el clavadista Tiang Liang, llenaban
las paredes de las ciudades, invitando a consumir productos de McDonald’s, Toshiba
y (ella) Avon, mientras se hablaba del romance entre los dos saltadores (en
realidad Guo andaba con Kenneth Fok, heredero de una de las más grandes
fortunas de Hong Kong y él, con Wu Minxia, la compañera de Guo en los
sincronizados). Haber refrendado sus títulos mundiales contribuyó a que el
éxito fuera total.
Entonces, en uno de los bandazos ideológicos comunes
en el régimen de Pekín, las autoridades deportivas consideraron que Guo y Tiang
se habían aburguesado con tantos patrocinios. Era el momento de la autocrítica,
al más puro estilo maoísta. Y también, de paso, de regresar al Estado que los
había hecho famosos una buena parte del dinero obtenido por ligar su imagen a
la de diversos productos. Si no lo hacían, perdían su lugar en el equipo
olímpico de Pekín 2008.
Tanto Guo como Tiang hicieron la autocrítica
pública, pero las autoridades sólo aceptaron la de ella (junto con cerca de 4
millones de dólares). Ella era imprescindible para la búsqueda del pleno en
clavados que obsesionaba a los chinos; él, no. Tiang entonces decidió no dar su
dinero y se dedicó al cine, con bastante éxito comercial.
Guo cumplió ampliamente su parte: obtuvo el
oro en el trampolín individual y, junto con Wu, también lo hizo en la
competencia de sincronizados. Quedó así marcada, en ese momento, como la
clavadista más exitosa en la historia olímpica. También pudo regresar a los
patrocinios comerciales.
Tras otro doblete en los Mundiales de Roma
-con el que sumó 10 medallas de oro y una de plata en esas competencias-, y
ante el arribo de una nueva generación, Guo decidió ya no buscar un quinto ciclo
olímpico y se retiró, tras haber sido invencible por una década completa. Casada
con Fok, hoy es parte de la elite de la nueva China.