jueves, septiembre 19, 2019

Esclavos del neoliberalismo


Decía Keynes que los hombres prácticos usualmente son esclavos de un economista muerto. El presupuesto 2020, que se pretende parte de una transformación histórica del país, es esclavo de las ideas neoliberales que tanto critica el presidente López Obrador.

“Conservador”, lo han definido sus autores. Prudente, austero, con ajustes. La meta principal es mantener la estabilidad macroeconómica. Y, claro está, diferenciarse de los populismos generadores de déficit y desequilibrios. Con ello, se piensa, se generarán condiciones de certidumbre para que haya algo más de inversión privada.

El primer dato clave es el superávit primario, equivalente a 0.7 por ciento del Producto Interno Bruto. Es decir, el gobierno ahorra: gasta menos de lo que recibe, como sugirieron las odiosas calificadoras y como suele sugerir el Fondo Monetario Internacional a los países en crisis (no importa que México no lo esté).

El segundo, es que espera recibir menos ingresos reales que el año en curso, debido –sobre todo- a la baja prevista en el precio internacional del petróleo, ligada a la desaceleración económica mundial.

Esa baja de ingresos petroleros no es compensada por nuevos impuestos. Esa fue una promesa de campaña –muy neoliberal, por cierto- del hoy presidente López Obrador. La está cumpliendo. Si acaso hay algunos ajustes necesarios: alzas en el IEPS a bebidas azucaradas y tabaco, inclusión en el IVA de las actividades de la economía digital y un intento tímido de aumentar el número de contribuyentes en una economía donde una parte muy grande de la población trabaja en la informalidad.

Sí se abre, en caso de que las cuentas hayan sido demasiado optimistas, la posibilidad de un endeudamiento externo neto del gobierno federal, de Pemex y de la CFE, en cantidades bajas, al tiempo que se reitera que se buscará aumentar plazos del servicio de la deuda.

El crecimiento del gasto programable es menor al 1 por ciento real, con nuevos ajustes en algunos sectores y con el énfasis constante en dos cuestiones caras a López Obrador: el mayor apoyo a Pemex y la asignación de ayudas sociales en efectivo.

En esas circunstancias, se antoja difícil relanzar el crecimiento económico. La previsión de 2 por ciento para el año próximo podrá darse sólo si, a diferencia de 2019, el gasto público corre desde el principio del año y hay un concurso efectivo de la inversión privada.

En cualquier caso, la tasa de crecimiento será de proporciones similares a las de los años horribles del neoliberalismo, y se prevé que, de seguir las mismas políticas, no alcanzará el 3 por ciento anual en todo el sexenio.

Ya sabemos que crecimiento no equivale a desarrollo; pero también, que no hay desarrollo sin crecimiento. No lo digo yo; lo dice la propia SHCP al presentar el proyecto.

“Más de lo mismo”, se decía en tiempos de Miguel De la Madrid cuando se presentaban presupuestos austeros y se acumulaban recortes. Apenas van dos presupuestos con AMLO, pero ya se ve la tendencia: más de lo mismo.

En realidad no ha habido un cambio de eje en la política económica. La apuesta de reducir las desigualdades a través de programas de entrega monetaria directa –el Presidente dice que la mitad de las familias mexicanas ya reciben algún apoyo- no está quitándole ninguna atribución a los mercados oligopólicos del país: al contrario, está monetizando las transferencias sociales. Con los recortes a sectores como el de salud, puede convertirse en el equivalente a lo que quería hacer Calderón con la educación: bonos para pagar escuelas privadas.

Hay que recordar que una cosa es el dinero directo, otra, la disponibilidad y calidad de los servicios que garanticen el ejercicio de los derechos, y otra, muy distinta, la igualdad de oportunidades con estrategias de inclusión social. De otra forma, tendremos un grupo social de necesitados que reproduce su condición año con año.

Y resulta preocupante que proyectos como el de Jóvenes Construyendo el Futuro que por lo menos tienen un componente de innovación y de entrada, así sea lateral, a los mercados de trabajo formales, pierdan fuelle ante los pagos directos.

Con el método actual, el presupuesto no va a servir ni para jalar la economía, ni para definir nuevas vías de desarrollo, ni para hacer justicia social. Meramente paliará algunas de las desigualdades más extremas y mantendrá una economía con crecimiento escaso y atada a mercados poco funcionales.

Lo que tenemos, de fondo, no es ningún cambio de rumbo histórico, sino un presupuesto pragmático, hecho en circunstancias fiscales difíciles, que en realidad rinde pleitesía a los economistas muertos que cantaron las loas del libre mercado, de la baja tasación y el superávit fiscal, del extractivismo de los recursos naturales y de los apoyos sociales meramente paliativos.

No está del todo mal. No comparte, para nada, delirios populistas. Es responsable y razonable, según la ortodoxia vigente. Pero no vengan a decir, por favor, que es propio de un gobierno de izquierda.

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