Terminaron los XXII Juegos Centroamericanos y del Caribe en
Veracruz, y es momento de hacer un balance objetivo del desempeño de la
delegación mexicana. Para hacerlo, es imprescindible alejarse de conceptos
maniqueos y polares, como éxito y fracaso.
El primer objetivo que se puso México para estos juegos, en
los que era local, era rebasar a Cuba en medallas de oro. Se trataba de un
objetivo razonable y, a la vez, ambicioso. El crecimiento del deporte en
nuestro país, acompañado por el estancamiento de la potencia caribeña, daba
para pensar en la posibilidad. No se logró y hay que ver las causas.
El primer elemento a notar es que las autoridades deportivas
pecaron de exceso de optimismo. La meta original era de 133 oros, igualando lo
logrado en Mayagüez 2010 (no éramos sede, pero no compitió Cuba): esta meta se
bajó luego a 128, tras la cancelación de siete pruebas. Del lado cubano, el especialista
del diario Granma tenía otras cifras:
calculaba 120 oros para su delegación y 110 para la mexicana.
Al final México obtuvo 115 medallas áureas, frente a 123 de
los cubanos. Eso significa, en pocas palabras, que el análisis que hicieron en
la isla fue más realista, más basado en la ponderación de datos y probabilidades
y menos en una suma alegre de posibilidades.
Si vemos el asunto en plazos más largos, la distancia se
acorta más por la caída relativa de Cuba en la región que por un avance
mexicano. En los JCC de 1990, celebrados en México DF (y, por lo tanto, los
únicos comparables), Cuba se llevó 184 oros, por 114 de México y el tercer
lugar, Puerto Rico, quedó a años luz con sólo 21 preseas doradas. Ahora, en
cambio, Colombia se llevó 70 y Venezuela, 56. ¿Qué quiere decir eso? Que las ganadoras netas
de rezago cubano son las dos naciones sudamericanas.
Yéndonos al análisis por deporte, encontramos que se ha
avanzado poco o nada en los más importantes en el programa olímpico. En
atletismo ha habido un ligero avance en las pruebas de campo, pero seguimos con
una sequía tremenda en velocidad y no ha surgido un semifondista de nivel
mundial desde Juan Luis Barrios (que aquí pudo refrendar sus títulos, pero ya
va de salida). En natación, por tercera ocasión consecutiva disminuyeron los
laureles: las mujeres medio se defienden, pero los hombres son una desgracia: ni
un orito se llevaron, fueron sextos en Centroamericanos y de locales. En
ciclismo de pista, leves mejorías, pero falló nuestra carta más fuerte, la
subcampeona mundial Sofía Arreola. En boxeo, vamos como los cangrejos.
Los deportes donde México se considera potencia mundial
dieron satisfacciones pero, salvo el taekwondo, donde nos llevamos 10 de los 16
oros en disputa, hubo decepciones: el arco compuesto femenino, la plata de Aída
Román, las fallas en el trampolín varonil, dejaron una sensación agridulce.
Aquí la justificante está en las fechas: noviembre no es precisamente el mes en
el que un atleta en su ciclo olímpico está en su punto. Es el mismo caso de
Daniel Corral, subcampeón mundial, que sólo consiguió dos bronces centroamericanos,
en medio de una actuación bastante mediocre de los gimnastas (a pesar del oro
femenino por equipos).
Allí donde se suponía que México tenía que arrasar, lo hizo.
Nado sincronizado, gimnasia rítmica, racquetbol. Cada deporte con su reina:
Nuria Diosdado, Cinthya Valdés, Paola Longoria. Lo mismo en triatlón y frontón,
y algo similar se logró en squash.
Otras disciplinas en las que hubo resultados satisfactorios
fueron lucha (sobre todo en la rama femanil, que dio tres oros), esgrima (donde
es muy claro el avance: triplicamos las medallas respecto a hace cuatro años, y
ahora sí estuvo Cuba), futbol, waterpolo (oro varonil) y golf. Resultados
normales, con altas y bajas, en canotaje, tiro, bádminton, tenis de mesa, pentatlón
moderno, tenis (al ínfimo nivel centroamericano), boliche, vela y equitación.
Pero hay otros deportes en los que había habido avances y
ahora hay retrocesos. Ya señalamos el asunto de la gimnasia artística. Hay que
sumar el de la halterofilia: se ha ido una generación dorada de mujeres
pesistas y el recambio no tiene la misma calidad. También está el remo: pasamos
de 10 medallas de oro a cero. Ese solo deporte explica toda la ventaja cubana.
Similar, la situación del judo. En ninguna de esas disciplinas éramos potencia
mundial, pero las cosas parecían que se movían hacía la esperanza: ahora parece
que se mueven hacia la desazón.
Donde más la esperanza parece haberse trocado en desazón es
en el baloncesto. Después de la maravillosa exhibición del equipo entrenado por
Sergio Valdeolmillos, se decidió dejarlo ir, permitir el regreso de la grilla y
regresar a las tinieblas. Fuimos campeones continentales hace un año, pasamos a
la segunda fase en el Mundial, y ahora –con un equipo diezmado- los varones no
alcanzaron ni siquiera las semifinales en JCC. Como si hubiera sido un
espejismo.
En volibol y beisbol no logramos medalla alguna, pero al
menos fueron torneos de muy alto nivel. No dejamos la mediocridad en balonmano
y todavía no acabamos de dar el estirón en hockey sobre pasto. En softbol
dejamos el oro con la casa llena. En volibol playero dimos un pasito para
atrás. Sólo el polo acuático nos salvó de ser estrictamente panboleros.
En resumen, la delegación dio muchas satisfacciones, pero la sensación
que permanece es que, con un mejor trabajo de planeación y más atención a
ciertas disciplinas sí se hubiera podido lograr la meta de superar a Cuba. No
era un sueño guajiro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario