Desde finales de 1987, a invitación de Eduardo Torreblanca,
tenía yo una cápsula de comentarios en el noticiero de Canal 11, que conducían
Adriana Pérez Cañedo y Pedro Ferriz De Con. La grabación era en mi casa, los
domingos poco después del mediodía, cuando yo había regresado del fucho de
Xochimilco y estaba bañado y cambiado. Salía al aire ese mismo día, en la noche
temprana. Yo creía que absolutamente nadie lo veía, porque estaba a la misma
hora que DeporTV, pero no faltaba el papá de Pumitas, el alumno de la Facultad
y hasta el vecino que comentaran que me habían visto.
Enterado de que yo tenía cierta experiencia en encuestas
(supongo que porque Raúl Trejo le dijo), Torreblanca me hizo una propuesta
tentadora a fines de abril de 1988. Él daba clases en la Escuela de Periodismo
Carlos Septién, y podía hacer que sus alumnos me ayudaran a levantar encuestas
electorales, a modo de servicio social. Me pareció una idea muy atractiva, pero
primero yo tenía que asegurarme de dos cosas: tener un programa al que
introducir los datos –no iba yo a hacer las cosas con una calculadorcita, como
en las encuestas del 85- y tener dónde publicar los resultados.
El programador que conseguí por una módica cantidad, a pesar
de que en esos tiempos los expertos en computación eran aves raras, fue Chuy
Pérez Cota, hermano de mi amiga Vicky. Y quien se ofreció para publicar la
encuesta fue José Carreño Carlón. Pepe era uno de los subdirectores de La Jornada con quienes mejor me llevaba
y además, en esa coyuntura, dirigía la revista Punto, donde podía yo publicar. Incluso me ofreció una cantidad
decente por el texto. El proyecto incluiría dos encuestas electorales -una sin urna, para hacer cruces por edad, sexo, profesión, etcétera; la otra con urna y boleta simulada- y un conteo rápido.
Hice una criba elemental con los muchachos de la Septién.
Eliminé sólo a los que me parecieron demasiado tímidos o a los que hicieron
trampa en una pruebita diseñada precisamente para detectar tramposos. Hubo una
sesión única y larga de capacitación (desgraciadamente, a la misma hora que el
famoso mítin multitudinario de Cárdenas en Ciudad Universitaria).
El método para escoger los lugares de levantamiento fue
aleatorio sistemático. Tomé un número aleatorio (digamos que el 18,402); los
cuestionarios se levantarían en la sección donde habitan los ciudadanos 18,402;
188,402; 368,402… etcétera. Los ciudadanos estaban ordenados de acuerdo al
número del distrito y de casilla (el ciudadano 1 estaba inscrito en la casilla
número 1 del distrito I). Las entrevistas tenían que empezar seis viviendas al
norte de la casa que estuviera enfrente del lugar previsto para la casilla y,
los encuestadores moverse de seis viviendas en seis. Decidí no trabajar por
cuotas de edad o sexo, para evitar dobles y triples visitas, pero utilicé un
subterfugio original para evitar un exceso de amas de casa en la muestra: los
muchachos tenían que entrevistar, de entre los que estaban en la vivienda ese
momento a quien normalmente estuviera menos tiempo en casa. Años después, hice
un ejercicio estadístico, y el subterfugio normalizaba bastante la muestra
(tenía un ligero sesgo a favor de la segunda persona que más tiempo estaba en
casa).
Como el número de muchachos de la Septién no me alcanzaba
para cubrir toda la muestra, les pedí a varios de mis alumnos del Seminario de
Desarrollo y Planificación que me ayudaran para completar. Lo hicieron –al
menos eso me dice Taide- de buena gana.
El día antes del levantamiento en campo, Heberto
Castillo declinó a su candidatura y apoyó a Cárdenas (mi amigo Eduardo
González, que coordinaba la campaña de Heberto me confió que fue difícil
convencerlo, hasta que una encuesta señaló que el PMS estaba en peligro de
perder su registro).
Los resultados capitalinos de esa primera encuesta de
principios de junio daban una ventaja a Salinas, con 41%, Cárdenas lo seguía
con 32% y Manuel Clouthier aparecía con 23%.
Picado con el programa que había hecho Chuy Pérez Cota, hice
varios cruces. Recuerdo que causó enojo que la ventaja de Cárdenas fuera mínima
entre los empleados públicos. Treinta años después, explico: consideré “públicos”
a los empleados bancarios, porque todavía el Estado era el accionista
mayoritario.
La encuesta se publicó en Punto y se comentó en La
Jornada. Fue una de las primeras encuestas electorales no partidistas en publicarse
en la prensa mexicana. Al publicarla, inventé una tentativa de empresa y la
firmé con mi nombre, pero realizada por el “Proyecto Datavox”.
Días después de la publicación, me invitaron, junto con
otros pioneros de la demoscopia, a una plática en Ciencias Políticas sobre el
novedoso tema. Ahí conocí a Ricardo De la Peña, cuya empresa, llamada Gabinete
de Estudios de Opinión, llegó a resultados muy similares a los míos. Nos
hicimos cuates.
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