viernes, marzo 18, 2016

Biopics: La Bolsa y los elefantes



Para cualquiera que hubiera caído a México a finales del verano de 1987 –y ese era mi caso-, la euforia clasemediera con la Bolsa de Valores le hubiera parecido digna de análisis socio-psicológico. La economía crecía a un ritmo inferior al 2 %, mientras que la de EU lo hacía al 4.5%, la inflación superaba con creces el 100%, los salarios y el mercado interno estaban deprimidos, y sin embargo la gente invertía alegremente sus ahorros en una Bolsa que cuyos índices crecían aceleradamente en lo que, con toda evidencia, era una burbuja especulativa. De cada 63 pesos que entraban a la BMV, uno era para financiar emisiones; los otros 62, para ver qué ganancia obtenían con los cambios de precios. El auge de la Bolsa era para muchos, la receta mágica para salir de su crisis económica, y la palabra que importa aquí es “mágica”.

Al respecto hice tres cosas. La primera, recomendar muy fehacientemente a familiares y conocidos que habían metido dinero a la Bolsa, que lo sacaran de inmediato, porque estaba destinado a desaparecer. Mi suegro don Manuel, quien a instancias de su hijo había colocado allí todos los ahorros de su vida, me hizo caso, y es algo que me agradeció siempre. Mi mamá, en cambio, prefirió prestar atención al vecino José Luis y acabó perdiendo bastante dinero, por necia (muchas ocasiones, en los años siguientes, le reclamé con palabras bromistas que hubiera tenido más fe en un pillo y no en su hijo, que sí sabía de lo que hablaba, hasta que me dí cuenta de que el tema realmente la mortificaba).  

La segunda cosa fue escribir al respecto en una columna en La Jornada. Utilicé un símil que no por evidente dejaba de ser eficaz, el de la canción infantil que dice: “Quince elefantes/ se columpiaban/ sobre la tela de una araña/ como veían que resistía/ fueron a llamar un camarada”. Era exactamente lo que estaba sucediendo.

La tercera fue convencer a la gente del periódico que debíamos dejar de tener una actitud neutra respecto a la burbuja especulativa, y advertir que iba a explotar, por honor a la información veraz y como servicio a nuestros lectores.
 Un día, me llama Carlos Payán a su oficina, para que le explique a un influyente amigo suyo, que estaba muy indignado por el cambio de línea editorial, por qué lo habíamos hecho. Ese amigo era el antropólogo Fernando Benítez.
 Quería yo empezar a explicar cuando don Fernando me interrumpió, diciendo algo así como: “Mire, joven, le voy a explicar cómo funciona la Bolsa. Cuando uno compra una acción, se vuelve dueño de una parte de la empresa…” y se largó con una explicación elementalita. Yo le dije que sí, pero que en este caso el 98 por ciento del dinero no era para financiar empresas, sino mera compraventa de títulos. Hizo un dejo despectivo: no le interesaban mis argumentos. Supongo que al final perdió un buen billete.

Un colega de la Facultad, Xavier Cabrera, había metido mucho dinero en la Bolsa, pero a sabiendas de que aquello iba a explotar. Su hipótesis era que la burbuja pincharía apenas se destapara al candidato del PRI. Acertó en pleno.
Cuando, dos días después del destape, se desplomó la Bolsa –llevándose consigo fortunas y ahorros-, le comenté a Cabrera:
-De seguro sacaste ayer tu dinero, y ganaste un montón.
-No. Me engolosiné –e hizo un mohín.
Definitivamente, aquello merece todo un análisis psico-sociológico.

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