martes, septiembre 09, 2014

Biopics: Retorno a Módena



Tras lo urgente, que era recuperar la bolsa perdida, venía lo necesario: ir al Ministero degli Steri para que me dieran mi beca. Para mi sorpresa, el ministerio trabajaba solamente lunes, miércoles y viernes, así que tuve que esperar otro día –que se demostraría fatal- para mi cita con el burócrata (se llamaba Leonardo y por suerte olvidé su apellido) que me dio los papeles. Entonces fue que emprendimos el viaje a Módena.

En la querida Módena nos esperaban Paolo y Anna, con quienes había comentado algunas cosas de logística. Mi idea era rentar un departamento por un año, con vistas a prolongar la estancia en Italia si era posible. Paolo sólo sabía de una oferta que, aunque buena en apariencia, exigía contrato de dos años y pago por anticipado. Anna tenía otra como lejana posibilidad. Se me había olvidado lo difícil que es el mercado inmobiliario en esa ciudad. Pero es inolvidable la amistad: Anna había hecho que su papá acondicionara como departamento la parte inferior de su casa –que utilizó varios años como oficina- y en realidad había quedado muy mona. Nos podíamos quedar ahí en lo que encontrábamos alojamiento definitivo.

El paso siguiente era encontrar acomodo a los niños. Raymundo, en particular, se sentía incómodo sin un puesto fijo en la sociedad, que es algo que requieren todos los cincoañeros. Las autoridades barriales fueron eficientísimas en su caso: revisaron y había tres lugares libres en los jardines de niños de la zona (asilo nido, les dicen) y recomendaron el más cercano, que tenía un solo lugar, porque en la clase estaba una niña, Verónica Velasco, de origen argentino, que podía ayudar al Rayo a aprender más rápidamente el italiano. Era hija de Julio Velasco, en aquel entonces entrenador del equipo de volibol Panini Modena, y posteriormente seleccionador nacional tanto de Italia como de Argentina. Con Camilo la cosa era más complicada: no había lugares, pero podrían conseguirle uno si obteníamos la residencia, porque significaba que nos quedaríamos a vivir en Italia y sería obligatorio darle un puesto en la guardería como mecanismo de integración social. Pensé, ingenuo, que sería cosa de pocos meses.

También compré un auto, con la mediación de un mecánico amigo de Paolo y con el dinero de la venta de mi Datsun. Era un Opel 1978, azul eléctrico, en buen estado. Le pusimos Blau, por el color y por ser alemán. Me lo vendió un bombero. Salió excelente. El problema es que, como yo no tenía la residencia, no me podían dar el seguro anual, que era obligatorio, sino un papel temporal, que indicaba que estaba en trámite. Conseguir ese seguro definitivo terminó por ser una tortura digna de Sísifo.

En la Facultad me recibieron con mucho gusto. Compartí un amplio cubículo con Andrea Ginzburg, quien había sido mi maestro de Política Económica. Alzaba los ojos y había un ventanal por el que se miraba cómo la prolongación de Via Giardini terminaba con confundirse con el campo que ascendía y se volvía paulatinamente escarpado. La perspectiva terminaba con los Apeninos, que empezaban a cubrirse de nieve.

También fui al banco designado por el Ministero para cobrar mi beca, y me encontré con una amarga sorpresa: como no había cobrado durante la primera quincena de noviembre, no me podían dar ese dinero. Tampoco el de diciembre, porque para entregar el de diciembre, tenían que haber suministrado el de noviembre. Eso significaba que tenía que volver a Roma, y entrevistarme con el tal funcionario Leonardo, para que me diera un documento-salvoconducto para recibir ambos pagos. Me lo hubiera dicho la primera vez que lo vi. 


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