A
principios de diciembre de 1983 recibí una llamada de Luis Ángeles. Me dijo que
algo muy grave había sucedido en el unomásuno y me citó –junto con otros
colaboradores- al Sanborns de San Antonio.
En esa
reunión, nos explicaron que el periódico unomásuno,
aunque su concepto fundacional era el de una cooperativa, en realidad era una
sociedad anónima y el director del diario, Manuel Becerra Acosta, se hizo de la
mayoría de las acciones. Con ese argumento, se enfrentó directamente al sindicato,
que encabezaba el caricaturista Magú y generó condiciones para una ruptura
entre él y el resto de los directivos del periódico.
Nos
habían citado para ver si nos solidarizábamos y jalábamos con ellos.
Adelantaron que tenían la idea de montar un nuevo proyecto periodístico, ese sí
más democrático. Sería muy probablemente un diario.
La
decisión para mí fue muy sencilla. Luis Ángeles me había invitado a colaborar,
Luis Ángeles se iba; ergo, yo también debía hacerlo. Adicionalmente, me quedaba
claro que los movimientos de Becerra Acosta habían sido bien vistos –sino es
que telecomandados- por el gobierno de Miguel de la Madrid, todavía molesto por
las huelgas de junio y sin duda poco acostumbrado al nivel crítico del unomásuno. Hubo una tercera
consideración, más pragmática. En el uno yo
era un colaborador de segundo nivel, sin día fijo de publicación; en cualquier
otra publicación que hiciéramos, ya estaría al nivel de los demás. Todos los
que fuimos invitados nos fuimos con la disidencia, encabezada por Carlos Payán
y Humberto Mussacchio.
El 4 de
diciembre, al día siguiente de nuestra salida, apareció en la prestigiosa
página 3 del diario, un artículo con mi firma. Era uno que se había quedado sin
publicar, de esos en los que Granados Chapa se sentaba por días y días. Ese
solo hecho era muestra de que el unomásuno
había sido vaciado de sus plumas más reconocidas.
Pasaron
los días y muy rápidamente se notó la caída en la calidad del que fuera el
mejor diario del país por poco más de un lustro. El unomásuno pasó a ser un
diario regularsón, luego fue de plano malito. Años más tarde, con la salida de Becerra
Acosta y en una situación financiera crítica, el unomásuno devino en un pasquín ilegible, que nadie compraba.
A
quienes decidimos salir de ese diario, don Benjamín Wong, director de la revista
Punto, muy amablemente nos ofreció
sus páginas. Yo de inmediato acepté su oferta, y empecé a publicar todas las
semanas.
El
grupo, de medio centenar de personas al principio, empezó a reunirse
periódicamente en las oficinas de Nexos en Montes Urales. Se gestaba La Jornada.
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