miércoles, febrero 20, 2013

Maquiladoras e integración subordinada

En Noviembre de 1983 se publicó este artículo mío en Economía Informa. En mi opinión, es uno de los pocos de esa época que ha pasado la prueba del añejo, salvo -por supuesto- por su lenguaje envejecido y por su optimismo acerca de la respuesta de las clases subalternas. El lector decidirá si es cierto.




En México, al parecer, hay un consenso en lo referente a la incapacidad estructural de la economía nacional, tal y como está integrada hoy día, para hacer frente en el largo plazo a los complejos problemas que presenta la resolución de las necesidades (crecientes) de un número también creciente de mexicanos. Nuestra economía, y en particular su planta industrial, se ha mostrado incapaz de dar pie a un desarrollo equitativo y autosostenido.
Sobre lo que no hay consenso es respecto a qué tipo de insuficiencias estructurales padece la economía nacional, y por tanto, tampoco hay consenso sobre cómo resolverlas. Mientras que la izquierda y las fuerzas progresistas del país señalan como elementos centrales la excesiva dependencia de nuestra planta productiva respecto a insumos (materias primas, maquinaria, bienes intermedios) importados y las deformaciones en los patrones de producción, que perpetúan y retroalimentan la mala distribución del ingreso, la visión que prevalece en los grupos dominantes considera como esencial la falta de competitividad de los productos mexicanos frente al extranjero. Mientras que para los primeros se impone una racionalización de la economía que atienda a las prioridades nacionales, para los segundos la racionalización se logra atendiendo de manera más cabal a las fuerzas del mercado.
De esa manera, al darse en el presente régimen una notoria hegemonía de los grupos más conservadores, se instrumentan políticas económicas que tienden a privilegiar el mercado. Esto es particularmente grave en el caso de las relaciones económicas de México con el exterior, crítico punto débil de nuestra economía, ya que con ello se apunta, más allá de discutibles "buenas intenciones", a una nueva integración de México a la división internacional del trabajo, en función de las necesidades de recomposición económica del imperialismo.

De la crisis a la maquilización 
El capitalismo, según la teoría marxista, avanza de manera cíclica, con periodos de auge, de altas tasas de crecimiento e inversión, en los que se van desarrollando diversas contradicciones, expresadas principalmente en el conflicto entre seguir expandiendo la producción y las crecientes dificultades para obtener ganancias adecuadas de la misma. De ahí se generan las crisis que, según Marx, "son siempre soluciones violentas, puramente momentáneas, de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen pasajeramente el equilibrio roto" (subrayado mío).  Las crisis en el capitalisnmo son fundamentalmente restructuraciones, metamorfosis que sientan las bases para nuevos periodos de auge. Son cambios de fondo que atraviesan también las relaciones económicas entre los distintos países.
Vivimos una etapa de crisis económica internacional; tenemos entonces que entender, cuando analizamos las relaciones de nuestro país con el exterior, qué nuevo tipo de división internacional del trabajo es la que el capital trata de imponer. Para ello es útil analizar brevemente cuáles fueron las bases (hoy en crisis) del auge internacional que vivió el capitalismo de la segunda posguerra hasta finales de los años sesenta. Veamos:
En ese periodo se dieron cambios importantes respecto al pasado en la forma de producir: Estados Unidos logró exportar al resto del mundo sus condiciones de producción: fábricas más grandes, en promedio, que las que prevalecían, producción en serie de artículos para consumo masivo, introducción del neofordismo, cambios en la cualificación de los trabajadores. También hubo cambios importantes en el tipo de productos: la producción se centró en los sectores fabricantes de bienes de consumo duradero, capitaneados por la industria del automóvil. Hubo cambios en la reorganización global del sistema económico: las empresas transnacionales, prevalentemente norteamericanas, sirvieron como articuladores del sistema, como homogeneizadoras de la producción. Hubo fuertes inversiones de capital excedente, que se dirigieron a potenciar mercados internos de países con posibilidad de desarrollarlos (o rehacerlos) y crear un sistema cristalizado de relaciones económicas internacionales.
Este auge tuvo como premisa y consecuencia una importante derrota histórica del movimiento obrero, especialmente en Europa Occidental. Premisa, porque era indispensable quebrar antes la resistencia de los trabajadores, sobre todo respecto a la organización de la producción. Consecuencia, porque la burguesía fue capaz, a fin de cuentas, de dar una respuesta de producción y crecimiento, de consolidar -gracias a esa respuesta- bloques de orden conservador en la mayor parte de los países del mundo capitalista.
Parece evidente que el tipo de desarrollo de México respondió a las necesidades requeridas por la reorganización del capitalismo internacional. Otro tanto puede decirse, aunque con ello no queremos indicar una relación causa-efecto, respecto a la política interna, especialmente la laboral.
En la actualidad el esquema que dio vida al auge ya no está en funciones. La hegemonía incontestada de Estados Unidos ahora ya no lo es tanto. Los mecanismos financieros y las políticas "keynesianas" están en crisis. La amenaza de sobreproducción que pendía sobre la economía mundial ya se concretó. Y ahora se presentan nuevos cambios, se prevé un reacomodo de la escena internacional: la crisis como restructuración.
Los elementos centrales de esta nueva restructuración se pueden rastrear principalmente en el desarrollo desigual de las ramas productivas y en la tendencia a dividir internacionalmente las fases de la producción.
Así, mientras las industrias "viejas" (siderurgia, carbón, textiles tradicionales, automóviles, electrodomésticos) sufren un estancamiento en productividad y producción, industrias nuevas (química, fíbras sintéticas, electrónica, informática) registran tasas aceleradas de crecimiento y diversificación: son las industrias llamadas a ser las líderes en el auge que se prepara.
Paralelamente está cambiando la organización internacional de la producción: si en el periodo anterior el capital de los países desarrollados se enviaba al extranjero fundamentalmente para producir mercancías que servían a la demanda final de los países que recibían ese capital, actualmente la tendencia es a exportar fases de la producción (en muchos casos, fases intermedias intensivas en mano de obra) de mercancías destinadas prevalentemente al mercado de los países que exportan ese capital. Se desarrolla, pues, un proceso general de maquilización de la planta productiva de los países subdesarrollados.

Economía disgregada, trabajadores desarticulados
Así las cosas, la maquila debe entenderse como una fase de un proceso productivo internacional, realizado principalmente (y controlado) en el extranjero. Y en la medida en que se privilegia, como una supuesta forma de industrialización, se privilegiará una creciente integración subordinada a la economía (y a las decisiones de política económica) del extranjero.
La disgregación de distintas fases productivas en diferentes países implica un ataque patronal contra los trabajadores: los desarticula, los desorganiza. Y esto se vuelve más importante en la medida en que el problema del control obrero adquiere un carácter central en la lucha de clases. La desarticulación del proceso productivo desarticula también al obrero colectivo, único capaz de presentarse como alternativa de dirección a la patronal.
Hay otros elementos políticos, de clase, en las transformaciones de la estructura económica mundial. Por una parte, se da un recambio en la propia clase obrera realmente existente. Estos cambios tienden a ser de signo diverso: mientras que nuevas generaciones de técnicos especializados y trabajadores intelectuales ingresan al mercado de trabajo en los países desarrollados, en los que se integran de manera subordinada se da un proceso de descalificación de la fuerza de trabajo, con su consiguiente abaratamiento relativo. En el caso de la relación México-Estados Unidos, junto con la exportación de las fases de producción, se exportan también las relaciones laborales "norteamericanas" para la parte más desprotegida del proletariado estadunidense.
La actual política del gobierno mexicano, sobrestimando tal vez el problema de la escasez de divisas y el papel aportador de divisas de la industria maquiladora, lleva a profundizar en intensidad y en extensión la penetración internacional en este rubro. Al apostar por la maquila, está apostando a que una parte de creciente importancia dentro de la industria del país depende de los vaivenes de la economía norteamericana; está apostando a una aportación de divisas que se revierte negativamente en los referente al uso de las mismas (fuera de los magros salarios, bien poco de lo invertido se queda en el país); está apostando a una mayor inseguridad en la inversión (en tanto las plantas maquiladoras son fácilmente desmantelables), que quedaría sujeta a chantajes políticos; está apostando contra los niveles de vida y contra la organización de la clase obrera mexicana; está apostando a favor de una nueva cristalización, claramente desfavorable a México, de las relaciones con Estados Unidos. Está apostando, en fin, en contra de la nación.
Queda además una duda: si se finca -así sea parcialmente- el desarrollo industrial en las maquiladoras, ¿cómo se podrá, en el futuro, hacer frente a los procesos productivos que se desarrollarán luego de la previsible recuperación en los países desarrollados? ¿Qué sucede si la maquila se revela como una organización del capital del periodo de transición? Con la lógica que hasta la fecha se ha seguido en política económica, la única respuesta para evitar un colapso sería una ulterior reducción de los salarios, a través de medidas cambiarias y del deterioro del nivel de vida de los trabajadores. Si así fuera, se demostraría que, a diferencia de lo ocurrido en la posguerra, la burguesía no puede dar respuestas reales de producción a esta crisis particular, en nuestro país.
Podemos señalar algunas conclusiones: la primera, evidente, es que si bien la maquila no se puede eliminar de la estructura económica de México, de ninguna manera se debe alentar la constitución de México como país maquilador, si se desea que prevalezcan la soberanía nacional y la independencia económica. Ante esto es necesaria una alternativa general y estructurada.
La segunda se refiere al imperativo, para un mejor éxito, de una mayor coordinación de las luchas entre los trabajadores de uno y otro lado de la frontera. La creciente internacionalización del capital llama a una coordinación internacional de varios aspectos de la lucha de clases. Para ello es necesario que los trabajadores de las maquilas puedan darse las organizaciones sociales necesarias para enfrentar al patrón transnacional y que se realice una labor de educación sobre todo lo que significa vivir en un mundo internacionalizado. Creo que más temprano que tarde los trabajadores mexicanos tomarán el ejemplo internacionalista del SUTIN y sus relaciones con sindicatos hermanos de Estados Unidos.






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