El primer dato a tomar en cuenta es la clamorosa derrota de los grupos políticos que apoyaban al ex jefe de gobierno Mario Monti, el tecnócrata al que se tuvo que recurrir para evitar que Italia cayera en el default. Monti era el candidato de Merkel y del stablishment europeo, que esperaban que –al menos- fuera un aliado necesario a la coalición de centro-izquierda destinada a ganar las elecciones. No logró convertirse en político.
Monti había restaurado un principio de credibilidad internacional que Italia había perdido, tras la frívola acumulación de errores del gobierno derechista de Silvio Berlusconi. Pero lo había hecho a costa del bienestar de muchos italianos, con recortes impopulares y aumentos en los impuestos, igualmente impopulares. Ajustes sin protección social. La coalición de Monti apenas sumó 10.5 por ciento de los votos y alcanzó el cuarto lugar. Italia le dijo que no a Merkel y a la estabilización de Berlín.
El segundo es el impresionante triunfo de un partido que no es un partido. La lista más votada resultó ser el Movimiento 5 Estrellas, encabezado por el cómico Beppe Grillo (sí, se llama Pepe Grillo), fuertemente contrario a los partidos y a los políticos. Un movimiento realizado a caballo entre las plazas y las redes sociales del internet. Una expresión de hartazgo hacia una clase política alejada de la sociedad y llena de lujos y prebendas.
El problema es que este movimiento, al presentarse como voz de quienes quieren mandar al carajo la política, crea un enorme vacío de poder con su propia victoria. Nadie puede esperar un acuerdo de coalición. Grillo lo llamaría un inciucio, una transa en lo oscurito. Su movimiento no está de acuerdo en participar en ningún gobierno, pero por el tamaño de su grupo parlamentario impide la formación del mismo. Eso algunos lo llamaríamos “evadir la responsabilidad”; otros lo llaman “congruencia”.
A toro pasado, el éxito del Movimiento 5 Estrellas estaba a la vista, para quien quisiera abrir los ojos. El índice de aceptación de los partidos políticos en Italia anda por el 5 por ciento; el del parlamento, apenas supera el 8 por ciento. La democracia italiana es percibida como cara, improductiva, corrupta e ineficiente. Algo similar a lo que sucede en México, pero aún más agudizado.
Adicionalmente, Grillo es claramente un euroescéptico, algo a lo que muy pocos se atreven, a pesar de que la mayor parte de los asalariados italianos culpan al euro de su empobrecimiento reciente (Italia es el 5º país del mundo en peor desempeño económico en el siglo XXI). Y eso da votos.
Hay preguntas a hacerse respecto a este fenómeno: ¿Qué distancia hay del hastalamadrismo al valemadrismo? ¿Qué no el valemadrismo sirve para consolidar el status quo? ¿Por qué sería más democrática una relación directa con el líder, sin el tamiz y la intermediación del partido? ¿Qué no es esa es una característica de los regímenes del populismo autoritario? Porque encima de esto, hay una suerte de adoración de sus fans al cómico de la TV convertido en figura política de los nuevos medios de comunicación.
La coalición de centro-izquierda es la ganadora apenas formal de la elección. Superó apenas a la de centro-derecha, y quedó debajo de las expectativas. Pretendió nadar de muertito entre el desprestigio de Berlusconi y la gris promesa de más recortes de parte de Monti. En el pecado lleva la penitencia, y las primeras reacciones han sido las de proponer un cambio en la ley electoral y llamar a nuevas elecciones de inmediato. Es probable que reciba el mandato de formar nuevo gobierno, y que no pueda hacerlo.
Berlusconi volvió a demostrar que, a pesar de ser un pésimo gobernante, es un gran candidato (¿de quién más se ha dicho esto?). Con promesas populistas imposibles de cumplir sin quebrar al Estado y jugando con la carta del nacionalismo antieuropeo y con el eterno miedo de una parte del electorado a “los comunistas”, este personaje impresentable en el mundo sigue teniendo fieles seguidores en su país. Obtuvo un segundo lugar no lejano para su coalición, y fuerza suficiente en el Senado como para bloquear cualquier iniciativa de las otras fuerzas políticas.
¿Qué se puede sacar en conclusión de este extrañísimo resultado? Primero, que la indisciplina fiscal de Europa del sur está en el ánimo de la gente. No hay voluntad para los ajustes tradicionales, que son a costa exclusiva de las clases más desprotegidas. Tampoco hay entusiasmo para ajustes que sí cuiden de no hacer crecer la desigualdad (la propuesta de centro-izquierda). Y que la aversión a la clase política tradicional puede generar movimientos sociales masivos e impredecibles, pero difícilmente absorbibles por la democracia representativa.
Segundo, que hoy menos que nunca hay interés por la unidad europea entre la población de los países europeos en crisis. Importa poco la respuesta de los mercados (al cabo “son malos”) y menos aún si hay estabilidad política o no. Importa mucho decir “basta”, aunque ello acabe por tener costos insospechados. Hay una lógica de indignación, y no de largo plazo. Ni siquiera de mediano plazo. Pronto veremos los efectos: caída en los mercados y una crisis ulterior de la eurozona, en la que Italia se convierte en el principal problema.
Tercero, que las instituciones en Italia -y en otros muchos lados, porque no se trata de un fenómeno de un solo país o una sola región- requieren urgentemente de modificaciones. Hay que buscar elementos de representatividad novedosos. Ni los partidos políticos pueden tener la exclusividad para siempre, ni puede pensarse en una relación directa colectividad-líder o en el plebiscito para todo. Pero los nuevos problemas exigen soluciones diferentes.
En fin, que los electores italianos parecen haberse puesto de acuerdo en generar la “tormenta perfecta”, en lo político y lo económico, que muchos estaban temiendo, y algunos pronosticando.