Termina el gobierno encabezado por Felipe Calderón y es hora
de hacer un balance de su gestión. Se trata de un balance necesariamente
preliminar, porque todavía no contamos con la ventaja de la perspectiva que da
el tiempo y porque probablemente habrá mucho por conocer de los intríngulis de este sexenio.
En un balance que no puede ser en blanco y negro, pero que
tiende al gris oscuro, abordaré las tres áreas principales del trabajo de
gobierno: la economía, la seguridad y la política.
En lo económico, el saldo está bastante claro para todos.
Estabilidad macroeconómica, financiera y fiscal, con tasas muy bajas de
crecimiento y de creación de empleos formales y aumento en el número de pobres.
Calderón no deja la economía prendida con alfileres. Los
flujos de capital son estables –aún en tiempos de volatilidad-, las reservas
son muy amplias, las finanzas federales están sanas en lo fundamental y la inflación
no es un problema mayor (como tampoco lo fue en el sexenio de Fox).
En cambio, la dinámica productiva ha sido todo menos
dinámica. El crecimiento del PIB en este sexenio ha sido el más bajo desde el
de Miguel De la Madrid, y eso sin que haya habido una crisis del sector externo
de por medio. El crecimiento del ingreso ha sido sólo marginalmente superior al
de la población. En otras palabras: hemos vivido seis años de estancamiento
estabilizador.
Los panegiristas del gobierno que sale podrían alegar, a su
favor, que –a diferencia de otros sexenios- en medio de éste el mundo vivió una
severa recesión, de la que no sale completamente. Que las finanzas federales se
manejaron con prudencia y que, por eso, mientras otras naciones se ven
obligadas a realizar políticas de ajuste, en México hay márgenes de maniobra
para el nuevo gobierno.
Pero también se puede argumentar, en su contra, que –a
diferencia de otros gobiernos- el de Calderón gozó de un precio promedio del
petróleo que supera, con mucho, al de otras épocas, y que los ingresos extraordinarios
por esa causa no sirvieron ni para capitalizar a Pemex ni para detonar un
crecimiento económico más acelerado. A cambio, tenemos una acumulación de
reservas que, más que blindaje, parece un monumento a la aversión al riesgo… y
una pobreza creciente.
Calderón no fue, evidentemente, “el presidente del empleo”.
Al menos si nos referimos al sector formal. Se crearon alrededor de 250 mil
empleos formales por año; es decir, la cuarta parte de lo ofrecido y la quinta
parte de lo demandado por el aumento de la población económicamente activa. El
resultado neto fue un incremento del empleo informal, mal pagado, sin
prestaciones y con bajísima productividad.
Otra transformación negativa se dio en los salarios. Hay una
notable diferencia de calidad entre los empleos que se perdieron en 2009 y los
que se recuperaron en los años siguientes. La mayoría de los últimos paga menos
de tres salarios mínimos. Un proceso de pauperización.
Las políticas de combate a la pobreza ideadas durante el
zedillismo y adoptadas por los gobiernos panistas dieron muestras de sus
límites al topar con recesión. El saldo es que, a pesar de que aumentaron
recursos y esfuerzos para Oportunidades y anexas, creció el número de personas
en pobreza extrema, en pobreza alimentaria y en situación general de pobreza.
Abarca casi la mitad de la población.
En ese contexto, de poco consuelo sirve saber que, en
términos de ingreso disponible, los de los más pobres bajaron menos que los de
los más ricos. El caso es que todo mundo tiene menos.
No extraña que sea así, si toda la maraña de subsidios
apenas si alcanza a bajar dos centésimas el Índice de Gini, que mide la
desigualdad del país. Mal andamos cuando hasta a las asociaciones de
empresarios les preocupa la mala distribución del ingreso (que se refleja en un
mercado interno famélico).
Sin política industrial digna de ese nombre, el gobierno de
Calderón apostó a la competencia
epidérmica (a partir de bajos salarios),
confundió prudencia con pusilanimidad y mandó a las calendas griegas la
oportunidad de atraer capital productivo en las áreas destinadas a jalar la
economía en los próximos años, que son todas intensivas en conocimiento.
En el terreno educativo –tal vez por razones políticas-
privaron el inmovilismo y la simulación en lo referente a la educación básica.
Y en educación superior, hubo apoyos a la creación de institutos tecnológicos
destinados a apuntalar las necesidades de mano de obra técnica de parte de la
manufactura, pero muy pocos a las universidades públicas. Se continuó con la
política de favorecer, por razones estrictamente ideológicas, a las
instituciones privadas. Del área social se salva el Sector Salud, que continuó
la buena labor del gobierno anterior.
El balance en seguridad difícilmente podría ser peor. Posiblemente
lo que marque en la memoria colectiva la gestión de Felipe Calderón sea la
estrategia en la lucha contra el crimen organizado, que tuvo problemas tanto en
su operación como en su comunicación a la población.
Al apoyo inicial a la intervención masiva de las Fuerzas
Armadas en el combate a los criminales, ha seguido una creciente cauda de dudas
respecto a los resultados. No es por la labor de Ejército y Marina, que ha sido
institucional, sino por otras razones.
Una es el desprecio evidente a las vidas humanas perdidas,
así hayan sido la mayoría de éstas de miembros de bandas criminales. Demasiados
casos se despacharon como “pleito entre delincuentes” y no se investigaron (y,
en ocasiones, aparecía que los criminales y pandilleros no eran tales).
Otra, la negativa a discutir de parte del Presidente, que en
esos casos mostró un talante autoritario. “No hay más ruta que la nuestra”,
respondía igual a las críticas mal intencionadas que a aquellas que buscaban
matizar las prioridades y otorgar más recursos a acciones de inteligencia. Equiparar
a los críticos con aliados de los enemigos del Estado terminó por generar una
suerte de autismo respecto del tema, que –no casualmente- empieza a
desvanecerse lentamente en los últimos días del sexenio, cuando ya no hay nada
qué hacer.
El saldo, en términos de capos capturados y del
debilitamiento de las estructuras criminales, me parece que es positivo. Pero a
costo muy alto, en vidas, en la imagen del país y en la involución en el
respeto a los derechos humanos. En tanto, Colorado y Washington despenalizan el
uso recreativo de la mariguana y aquí la droga sí llega a tus hijos.
Termino con un par de párrafos sobre el tema político.
Calderón dejó de lado las supuestas veleidades de su antecesor y optó por un
gobierno monocolor, de tinte partidista. Hubo un vuelco respecto a Fox.
Calderón fue activo panista, tanto al interior de su
partido, como en su relación con las demás fuerzas políticas. Utilizó la
estrategia de apelar a la opinión pública en sus disputas con los otros
partidos y no vaciló, en ello, en torpedear el pacto federal lanzando
constantes dardos –justos e injustos- a los gobiernos estatales que no actuaban
como él quería.
En este caso, el saldo se pudo ver el 1º de julio pasado,
con el PAN en un lejano tercer lugar en las votaciones. No pudo haber sido
ninguna sorpresa porque, si nos fijamos, las áreas de gobierno que mejor
trabajaron fueron las menos partidizadas.