A
finales de 1982 recibí la invitación de Luis Ángeles, economista metido al
periodismo entre otras mil actividades, para colaborar en el unomásuno, en aquel entonces el
periódico más progresista y prestigiado del país. Luis se encargaba de la
sección económica y consideró que mis artículos encajarían bien en ella. Sobra
decir que me encantó la idea.
Luis
Ángeles me pidió que entregara rigurosamente mi columna los miércoles en la
tarde, pero también me advirtió que él no decidía la publicación, sino los
subdirectores Carlos Payán y Miguel Ángel Granados Chapa, así que no podía
garantizar si saldría publicada el jueves, el viernes o dos semanas después.
Por lo tanto –y esto era evidente- mis escritos no podían ser estrictamente
coyunturales, sino bordar sobre temas de espectro un poco más amplio, y no
podía utilizar palabras como “ayer” o “la semana pasada” –algo que terminaría
por ser muy útil en mi estilo periodístico.
Así, yo
pergeñaba cada semana mi artículo, caminaba de la colonia Nápoles al edificio
en la colonia Nochebuena donde se imprimía el
uno, le entregaba el original a
Ángeles y cotorreaba un rato en la redacción, sobre todo con Rafael Barajas, “El
Fisgón”, quien en ese entonces era el caricaturista de la sección económica.
Las raras veces en que no estaba Luis, entregaba la colaboración a la
subdirección.
Algunas
veces mi artículo se publicaba el jueves; algunas otras, el viernes; a veces
tenía que esperar más de una semana y en ocasiones, tras acumularse, salían
tres o cuatro artículos míos en ráfaga. En esos días los cuates decían que el uno era “Báez informa”. Con el tiempo
me fui dando cuenta de que cuando estaba Payán, mis colaboraciones se
publicaban con rapidez y, cuando estaba Granados, tardaban bastante. Durante
casi todo 1983 así fue. Cuestión de gustos y afinidades de los editores.
Aparecer
como articulista en las páginas del unomásuno
era, también, símbolo de estatus intelectual y político. Daba prestigio. También
daba un poco de dinero, que se fue haciendo cada vez más importante, en la
medida en que la situación económica nacional se hacía cada vez más apretada.
Capeando el temporal económico
Además
de las colaboraciones en el diario, la urgencia por tener algo más de dinero me
llevó a buscar en 1983 otras fuentes de ingreso, lo que implicó aceptar todo
tipo de invitaciones a ciclos de conferencias, cursos en provincia y exámenes
profesionales en universidades incorporadas a la UNAM (la Anáhuac no pagaba
nada mal a sus jurados).
Patricia,
por su parte, había rentado desde 1982 un consultorio dental por las tardes.
Durante varios meses los pacientes llegaron a cuentagotas –a menudo llevados
por mí- y ella ganaba menos que la renta, pero para el año siguiente las cosas
se fueron estabilizando. El consultorio vespertino significó que Rayo entró a
un jardín de niños cercana al mismo -“Fairy Spring”, se llamaba- en un horario
rarísimo, que normalizamos al año siguiente (y era muy divertido llevarlo en
las mañanas a la colonia Roma, mientras tarareaba “De-du-du-du-de-da-da-da”, de
Police).
Eso no bastaba para que sucedieran, cada vez más a menudo, cosas desagradables. Típicamente, llevabas cierta cantidad de dinero para el súper, y la cuenta era superior. Entonces, a regresar productos. "¿Dejo el jamón o el jugo de uva?" Y para atrás iba la botellota de vidrio con el néctar. Y la cajeta. Y las galletas rellenas de pasta de higo.
Eso no bastaba para que sucedieran, cada vez más a menudo, cosas desagradables. Típicamente, llevabas cierta cantidad de dinero para el súper, y la cuenta era superior. Entonces, a regresar productos. "¿Dejo el jamón o el jugo de uva?" Y para atrás iba la botellota de vidrio con el néctar. Y la cajeta. Y las galletas rellenas de pasta de higo.
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