Cuando
tomó posesión Miguel de la Madrid, lo primero que hizo fue echarle un balde de
agua helada a la población. Para evitar que “la Patria se nos deshaga entre las
manos” y para contrarrestar “un clima propicio para los enemigos del sistema”, el
nuevo Presidente se propuso hacer una gestión de la crisis basada en políticas
ortodoxas de estabilización que, al no tomar en cuenta los orígenes de la
situación, se tradujeron en años de estancamiento y altísima inflación.
Varias
de las medidas que, de manera desesperada, había tomado José López Portillo en
sus últimos meses en el Ejecutivo, fueron rápidamente revertidas por De la
Madrid. El control de cambios pasó a mejor vida en el primer mes (y el dólar se
fue a 150 pesos); la principal prioridad en términos de las relaciones económicas
con el exterior fue el servicio de la deuda externa, que era asfixiante. A los banqueros se les reintegró el 34 por
ciento de la banca, como adelanto a las (re) privatizaciones que vendrían años
después. Pero sobre todo, se aplicó una política de contención salarial,
supuestamente para defender el empleo.
Había
un aspecto inevitable en la política de ajustes de De la Madrid. En los
gobiernos anteriores, las paraestatales y los burócratas habían crecido de
manera desmesurada, y era necesario hacer un ejercicio de racionalización. Sin
embargo, éste no se hizo de manera quirúrgica, privatizando o eliminando
empresas que nada tenían que hacer en el sector público y trabajos cuya
existencia sólo obedecía al más trasnochado de los keynesianismos. Se hizo a lo
grande –o, por decirlo de otra forma, a lo bruto-. Alguna vez escribí el símil
del matasanos que, para bajar de peso a su paciente obeso, le corta un brazo o
una pierna. (Y la verdad, más que obeso, estaba pasadito de peso: generaba 15
por ciento del PIB y 5 por ciento de los empleos directos).
Se
consideró que el mercado corregiría muchas de las distorsiones creadas en el
lopezportillismo pero, de nuevo, se pasaron de medicina. Con la teoría de que
cambios en los precios provocarían cambios en la demanda (típicamente, el caso
de la gasolina), pero sin tener en cuenta la anterior ruptura del pacto social
implícito, se generó varias veces lo que clasifiqué como “el ciclo G-T-D”: incrementos
en la gasolina, que preanunciaban aumentos en la tortilla (y otros productos
básicos), que a su vez alimentaban –por el diferencial de precios- corridas
contra el peso y devaluación del mismo. La demanda no se ajustaba, y tampoco
los precios relativos de los bienes: lo que había era un cambio en los precios
absolutos de los bienes y en los precios relativos de los servicios, en
particular, caían los ingresos reales de los asalariados, mientras los demás se
defendían como podían.
Pero
tal vez lo más grave de la conducción económica en ese sexenio fue el sector
externo: por un lado, se trató a los desequilibrios estructurales como si
fueran de corto plazo y, con base en las recetas del FMI –que en esa época
estaba bastante a la derecha del actual- se obtenían resultados macroeconómicos
muy limitados a un costo social muy elevado; por el otro, el énfasis dado al
servicio de la deuda externa –que, en esa época se renegoció en términos de
plazos, más que de quitas efectivas de interés- mantuvo al sector público en
una constante anemia financiera, y lo incapacitó para contribuir a detonar el
crecimiento.
Sólo
hacia el final de ese sexenio algunas de las concepciones cambiarían (o, mejor
dicho, tomarían fuerza quienes sostenía una visión menos ortodoxa) y se trabajó
en soluciones con sentido político-social, más allá de los libritos de texto.
Pero en general, esos seis años fueron de estancamiento severo e inflación más
que galopante. Cuando se habla de “la década perdida”, hay que recordar que su
núcleo duro está en los terribles años de Miguel de la Madrid.
¿Y por
qué pongo este breve análisis de política económica en mi biografía? Porque esa
crisis económica fue importante en mi vida. La sufrí, la combatí y la analicé,
pero sobre todo lo primero. Y se sabe que las condiciones materiales influyen
mucho en las decisiones vitales.
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