jueves, septiembre 06, 2012

Biopics: La nacionalización de la banca



En su VI Informe de Gobierno, el presidente López Portillo nacionalizó la banca. Tras criticar una economía “dominada por la especulación y el rentismo”, anunció que había expedido dos decretos. Uno para nacionalizar los bancos privados; otro, para establecer el control generalizado de cambios. Culminó esa parte del discurso con una frase que perduró con los años: “Ya nos saquearon. México no se ha acabado. No nos volverán a saquear”.

Cuando escuché la noticia, en la recámara de la casa, dí un grito y un brinco de alegría. Han de haber sido muy fuertes porque Raymundo, que estaba en el cuarto, se puso a llorar, asustado. Así que no pude oir la parte en la que el Banco de México se convertía en organismo público descentralizado del gobierno federal.
La reacción fue dividida. Grandes aplausos de las bancadas del PRI y de izquierda, cara de palo de Miguel de la Madrid, Presidente Electo, indignación de parte de los banqueros expropiados. Afuera, percibí una aprobación claramente mayoritaria al gesto del Presidente. También descubrí, días después, que el Washington Post coincidía con mi posición: “la nacionalización del sistema bancario era necesaria para asegurarse que el control de cambios sería realmente puesto en vigor”. Asimismo, me gustaba la idea de que pudiera ser posible, con la banca pública, redirigir el crédito hacia los sectores prioritarios de la economía.

Quienes veían las cosas desde un punto de vista más polítizado estaban también contentos porque consideraban que los banqueros habían dejado de ser un molesto intermediario político entre el gobierno y los empresarios productivos.

El 3 de septiembre hubo un típico acto masivo de apoyo a la decisión del Señor Presidente, en el Zócalo capitalino. Los sindicatos en pleno y con todo. Quienes asistieron esa mañana hablan de apretujones indecibles y matracas felices. Yo decidí ir en la tarde, a un acto similar, pero organizado por la izquierda.
Patricia y yo dejamos al bebé Raymundo en casa de mis papás y, en la calle, me puse a platicar con cuates de la infancia. Uno de ellos, José Luis Gutiérrez, era empleado bancario y se burló de la decisión, a la que aderezó con un par de frases anticomunistas. La discusión se caldeó y pasamos a los golpes. Le estaba poniendo yo una madriza a José Luis cuando por fin el Flais y mi hermano lograron detenerme. Respiré hondo, les dije que me había calmado, me soltaron, y que vuelvo a la carga contra José Luis, con puñetazos y patadas voladoras. Al final, el otro nomás se sobaba los moretes y se limpiaba el mole que le chorreaba de la nariz.

Cuando de verdad me calmé, tuve que cavilar, preocupado: “si con una medida como la nacionalización me madreo con un cuate de la infancia, ¿qué pasaría en una revolución?

El evento de la izquierda no fue tan masivo como lo imaginaba. Calculo que éramos unos 5 mil, “un puñado”. Por supuesto que la prensa, que tardaría décadas en calcular correctamente el Zócalo, supuso el cuádruple.

La prensa, por cierto, tardaría muy poco en voltearse al presidente López Portillo y escuchar mejor al entorno del Presidente Electo. De ahí surgieron dos conceptos: uno, la supuesta existencia del “PRISUM”, que sería la alianza entre el PSUM y diputados priistas progresistas –entre quienes destacaba José Carreño Carlón, quien luego sería influencia importanteen mi vida-; otro, con más mala leche, la idea de que el verdadero cerebro detrás de la nacionalización de la banca no era nuestro amigo Carlos Tello, sino nuestro compañero Rolando Cordera, coordinador de la bancada pesumista en San Lázaro, coautor con Tello de México: La Disputa por la Nación. Llegué a ver un titular de vespertino: “Soy amigo de Tello, no su cerebro: Cordera”.

Dentro de nuestro grupo de amigos –que ya en realidad no funcionaba como corriente política- hubo sólo una voz disidente, que vale la pena rescatar. La de Carlos Pereyra, el Tuti, el lúcido filósofo. Pereyra insistía que la nacionalización había sido un acto autoritario, no democrático.

-La democracia está en el programa, Tuti –respondíamos.

-Son decretos de la presidencia autoritaria –rebatía-, y otro presidente autoritario los va a echar atrás con la misma facilidad.

Por supuesto, Pereyra tenía razón y nosotros éramos unos necios.



De la nacionalización de la banca, además de un montón de artículos y ensayitos, salieron una invitación para comer en el Banco de México, con Carlos Tello, director general de Banxico durante 90 días (Clemente Díaz Durán era su secretario particular; en la comida hablaron con deleite de que ese día le habían negado dólares preferentes –de a $70- al Episcopado, que quería mandar el diezmo al Vaticano: “el envío de utilidades a las empresas multinacionales no está entre las prioridades nacionales, señor arzobispo”, habría dicho Tello) y sendos viajes a Oaxaca y Sonora, invitado por el Sutin, para hablar sobre los alcances del decreto nacionalizador.

El viaje a Oaxaca lo hice solo, con pláticas en la capital y en Tlaxiaco, adonde acudió una multitud de más de mil personas a mi conferencia, que fue además radiada y traducida al por La Voz de la Mixteca. Tlaxiaco era una zona en la que los compañeros nucleares habían encontrado uranio y se habían integrado a la comunidad. En los portales de Oaxaca de Juárez me encontré con mis amigos de la Comisión de Análisis del partido, Carlos Márquez y María Amparo Casar, quienes habían decidido hacer un viaje por el sureste, tras haber tirado la toalla en su intención de tener hijos. Por supuesto, en ese viaje María Amparo se embarazó.

El viaje a Sonora fue con otro economista, Pancho Gómez, hicimos bastante radio (de hecho las preguntas fueron tantas que grabamos programas como para una semana), además de las pláticas. Pero lo que más recuerdo era el calor sofocante. Lo ideal era estar con medio cuerpo en la alberca y una chela bien heladita en la mano. De la alberca a la conferencia a la alberca al radio a la alberca a otra plática a la alberca y a cenar. 

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