Muchos
creían que, tras la previsible victoria de Miguel de la Madrid, los mercados
financieros –y en particular el cambiario- se iban a estabilizar. Estaban
equivocados.
Hubo
una nueva devaluación del peso en agosto y se veía un comportamiento muy
descompuesto de los mercados financieros: a cada aumento del dólar o de la tasa
de interés en pesos, reaccionaban demandando más divisas extranjeras. Aquello
era una espiral sin fin.
Eso
significaba que una libre flotación del peso simplemente lo hundiría, y que era
necesario establecer un control de cambios, que era algo que nuestra generación
no conocía y que seguramente generaría problemas con los banqueros, con los
otros intermediarios financieros y con los diferentes grupos empresariales que
estaban especulando para salvarse del desastre, aunque se llevaran a la nación
entre las patas.
El país
había sufrido un proceso de desintermediación financiera desde la época de
Echeverría (algo que yo constaté en mi tesis de Módena) y la recuperación en la
captación fue sólo a través de la dolarización de los depósitos (esos famosos
dólares que, Jonathan Davis dixit, “primero
los inventamos y luego los desinventamos”). Esa situación generó que el crédito
fuera caro, escaso y sobre todo dirigido al sector terciario de la economía. Un
círculo vicioso.
Al
mismo tiempo, una parte del endeudamiento público externo sirvió sólo para cubrir
las necesidades de divisas del sector privado, una parte de las cuales se
tradujo en fuga especulativa de capitales. La situación era absurda y
desesperada: ¿debía el Estado contratar créditos cada vez más raros y caros
para sostener un tipo de cambio atacado desde adentro por los empresarios
nacionales? ¿Debía dejar que el peso se hundiera, con sus efectos
inflacionarios, recesivos y de disminución de los salarios reales? ¿O debía
buscar un mecanismo para controlar los usos de las divisas a partir de sus
fuentes? Varios economistas nos pronunciamos expresamente por esa tercera vía:
una política de control cambiario, con limitaciones a la exportación de divisas
y precios diferenciados de las mismas, según sus usos. Pero era una política de
difícil instrumentación.
La devaluación
de agosto de 1982 incluía un “tipo de cambio preferencial”, que se usaba
únicamente para el pago de intereses de la deuda externa. Esta pequeña medida
causó irritación en medios empresariales, y arreció la especulación. La
Asociación de Banqueros, entonces, se negó a convertir en pesos los depósitos
originalmente en pesos, pero denominados en dólares (es decir, exigió al gobierno
convertir en divisas los ahorros en pesos): el resultado fue, claro está, otra
devaluación. En un mes, el precio dólar “libre” pasó de $54 a $120. En fin, un
caos.
En esos
momentos, se empezó a manejar con mayor fuerza la idea de nacionalizar la
banca. Habíamos quienes considerábamos que lo principal, en términos de
coyuntura, era establecer el control de cambios y que la resistencia de los
banqueros a ajustarse a la normativa era lo que iba arrinconando al gobierno a
una decisión más tajante: la expropiación (sobre eso publiqué, junto con
Clemente Ruiz Durán, un artículo en unomásuno
días antes de la nacionalización). Había quienes iban más lejos –y tal vez
tenían razón porque eso se hizo evidente el sexenio siguiente-, al señalar que
lo que se había roto era el pacto tácito entre las clases sociales del país:
para ellos, se trataba de una confrontación eminentemente política: la
iniciativa privada, encabezada por los banqueros, se enfrentaba a la
institución fundamental del sistema político mexicano, la Presidencia de la
República, para romper con intermediario institucional del pacto social e
imponer el capitalismo salvaje. Y había otros, en el PRI y fuera de él, que
consideraban que en México la palabra “nación” viene del verbo “nacionalizar”.
En lo
personal, creo que esto último –que estaba en la entraña ideológica de la generación
de López Portillo- fue lo que a final de cuentas influyó más en la decisión del
Presidente, lo que lo convenció como salida a la complicada situación en la que
estaba. “Señor Presidente, usted pasará a la historia como el mandatario que
hizo la reforma política y nacionalizó la banca”. Y JLP miraba al infinito y
más allá…
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