El atleta que ostenta el récord olímpico y mundial
más añejo tenía sólo 7 años cuando el doctor diagnosticó a su afligida madre
que el niño no podría volver jamás a caminar. Corría el año de 1880, Ray Ewry
tenía poliomielitis y estaba destinado a una vida atado a la silla de ruedas.
Otro doctor sugirió que el niño ejercitara sus piernitas,
que intentara hacer movimientos rápidos con ellas, pequeños jalones musculares.
Y Ray quería volver un día a levantarse y caminar. Se lanzaba de la silla y
trataba de remover la tierra con sus dedos, de flexionar las piernas. Así todos
los días.
Hoy esa técnica se llama pliometría, y se utiliza
fundamentalmente para ayudar –a través de un ciclo de estiramiento y
encogimiento de los músculos- al desarrollo de los atletas. Al resuelto Ray
Ewry le sirvió para levantarse, para caminar y para brincar más alto que nadie.
El pequeño poliomielítico se convirtió en un joven
musculoso, que estudiaba ingeniería en la Universidad de Purdue, cercana a su
pueblo natal y pronto se convirtió en la estrella del equipo colegial de
atletismo. Su especialidad eran los saltos sin impulso, desde una posición de
parados.
Así, Ewry asistió a los Juegos Olímpicos de París
1900, y se llevó 3 medallas de oro: 1.65 en salto de altura, 3.30 en salto de
longitud y 10.58 en salto triple. Repitió la hazaña en San Luis 1904: 1.60 en
altura, 3.37 en longitud y 10.54 en triple. Para Londres 1908 esta última
prueba se había cancelado, pero Ewry ganó oro en altura (1.57) y longitud
(3.33). También obtuvo oros en los llamados “olímpicos intermedios” que se
celebraron en Atenas en 1906. Sus récords olímpicos de París y San Luis siguen
vigentes más de un siglo después, así como las marcas mundiales de 1.67 y 10.86
en altura y triple sin impulso, respectivamente.
Ewry era tan dominante y estaba tan confiado en su
superioridad que, en las pruebas de longitud y triple saltaba solamente una
vez, seguro de que nadie le ganaría. En el salto de altura, esperaba a que sus rivales
terminaran, para iniciar su esfuerzo allí donde los demás habían fracasado.
El ingeniero Ewry se dedicó a su carrera –buena parte
del sistema de aguas de Nueva York se debe a su ingenio-, pero siempre fue, por
encima de cualquier otra cosa, un olímpico. En 1920, cuando fue invitado para
inaugurar el estadio de su Alma Mater, llevó consigo un saco con arena del
estadio de Atenas y con ella roció el que hoy los estudiantes de Purdue
consideran suelo sagrado.
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