viernes, marzo 31, 2023

Ton's ¿'ta chido nuestro español?

 


Se ha armado una discusión social acerca del contenido de los nuevos libros de texto de la SEP. Me detendré ahora en un asunto que ha causado polémica: que en el libro para maestros de primaria se dé carta de naturalización a expresiones como “hicistes” o “dijistes”, y a formas como “ton’s”, “ma” y “pa”.

Me parece mala idea, pero no por las razones que han esgrimido quienes afirman que se está promoviendo que los niños “hablen mal”. Tampoco concuerdo con quienes, con tal de defender al gobierno, dicen que esas expresiones “están bien”.

El problema es que ambos bandos están partiendo de una posición prescriptivista: es decir, que prescribe cómo debe ser la lengua: lo que está bien y lo que está mal. Lo correcto y lo incorrecto. El asunto es mucho más complejo, sobre todo en materia de educación.

En primer lugar, ninguno de nosotros, ni siquiera el más preclaro académico de la lengua, habla “bien” el español. Cada uno tenemos nuestro acento, nuestro léxico particular, nuestros usos particulares de los vocablos. Y todos manejamos distintos niveles de dialecto. Desde el idiolecto, que es personal (y cuando yo digo “muñecone se ne va al piedri” hay sólo cuatro personas, cuando mucho, familia cercana, que me pueden entender de inmediato), hasta el idioma formal -que usamos por lo general en situaciones igualmente formales o en la lengua escrita-, pasando por varios filtros sociodialectales que dependen del tipo de personas con las que estemos, principalmente por el nivel de cercanía que sintamos.

Lo que suele enseñarse en las escuelas es el idioma formal, el idioma estándar. Esta es una forma de prestigio que elimina todos los rasgos locales posibles y propone una serie de reglas para hacer que todos los miembros de la sociedad se puedan entender entre sí.

Las formas de prestigio, que existen en todas las lenguas, están basadas en cómo hablan las clases medio-altas escolarizadas, que tampoco las dominan completamente. No en cómo habla la mayoría de la población. Por lo tanto, sí hay un elemento de clase en la definición del estándar. Al mismo tiempo, el estándar es una base importante para el ascenso y la movilidad sociales. Usarlo ayuda, no sólo a darse a entender con más precisión, sino también para presentarse como una persona capaz y con educación.

Esto, claro está, se basa a su vez en la aceptación social del estándar como la lengua “correcta”. No importa si nadie en realidad la habla: en situaciones formales o escritas buscamos corresponder a ese concepto. Y ya relajados, mejor nos atenemos al lenguaje normal: la norma. Lo que la gente considera aceptable. Y que es lo que suele determinar el habla general.

La norma va cambiando con el tiempo. Pensemos en dos palabras muy mexicanas: “chido” y “wey”. Hace una generación, chido era considerada una palabra vulgar, y si alguien decía güey en horario infantil de televisión, llegaba Gobernación a poner una multa, porque era una grosería. Hoy las dice todo mundo. Todo México*, pues.

Los hablantes tienen mucho peso en la formación del estándar. Tan es así que obligan, a través del uso, a que las academias acepten -casi siempre con reticencias- los cambios en la lengua, que es un organismo vivo.  

Regresando al tema, lo que se escapa de la lengua estándar no “está mal”: simplemente no corresponde a lo que se considera lengua de prestigio por la sociedad. Y me parece conveniente evitar juicios y descalificaciones por la forma en que un alumno de primaria se expresa.

Supongo que la intención de las autoridades educativas es hacer que los niños no sientan que su modo de hablar es inferior al de otros. El problema es que, si no aprenden las reglas del idioma estándar, a la hora de la verdad van a estar en una situación de inferioridad en el mundo externo. No es que vayan a poder hacer una revolución y cambiar el estándar. Es un asunto objetivo: no van a cambiar ni las relaciones sociales de producción, ni la aceptación social mayoritaria del estándar como la lengua “correcta”.

En otras palabras, si la escuela busca normalizar el “dijistes” y el “ton’s”, los alumnos que asuman esta normalización terminarán en desventaja frente a quienes no lo hagan, y el asunto servirá para perpetuar las desigualdades. Las buenas intenciones empedrarán el camino del infierno.

Finalmente, me asaltaron varias dudas genuinas. El libro usa “hicistes”, “dijistes”, “ton’s”, “ma” y “pa”, que son formas muy usuales en el habla del centro y sur del país, particularmente en los centros urbanos. ¿Qué sucede con el mundo rural: el “dijites”, el “juimos”, el “jarto”? ¿Qué, con el pues’n? ¿Y el “amá” y “apá” usados en el norte del país? ¿Consideran aceptable el uso de “jale” en vez de “trabajo”? Porque, digo, si vamos a ver las variantes del español en México, hay muchas y diversas. Y, digo, si somos mal pensados, no sólo en Tabasco hay lengua coloquial.

En resumen, creo que tener una buena formación en la lengua estándar, sobre todo si está acompañada de un vocabulario amplio y preciso (nada de confundir “demasiado” con “mucho”) ayuda a hablar y escribir bonito (de acuerdo a los cánones estéticos vigentes). Y hablar y escribir bonito da satisfacción y seguridad. También abre puertas. A veces, también, abre corazones.


*Todo México, menos Raúl Trejo, que nunca en su vida ha dicho chido; y menos los sinaloenses, que dicen "chilo". 


martes, marzo 21, 2023

México en el Clásico Mundial de Beisbol 2023

 

El equipo mexicano de beisbol quedó en tercer lugar en el Clásico Mundial 2023, en lo que claramente es su mejor participación en este torneo. En la etapa de eliminación directa, llegó a concitar un interés social en el país que no conocía el Rey de los Deportes, desde los ya lejanos tiempos del Toro Valenzuela. Va, a continuación, un breve análisis general y partido por partido.

El róster

El retraso en el armado del equipo y el nombramiento de Benjamín Gil -con desastrosa participación en los Juegos Olímpicos de Tokio- causaron cierta preocupación entre los aficionados. A la hora de la verdad, las ausencias notables fueron pocas: el receptor Alejandro Kirk, porque el nacimiento de su hijo retrasó su reporte con los Azulejos; el infielder Ramón Urías y el relevista de fuego Andrés Muñoz, porque no tenían seguro, al terminar la temporada 2022 en la lista de lesionados. Igual caso, el del jardinero Luis González y los relevistas Víctor Arano y Víctor González. Roberto Osuna, con grandes números como cerrador en Japón, no fue convocado (supongo que por razones de ecología del grupo). Wilmer Ríos se bajó o fue bajado porque su boda estaba programada para el fin de semana de los juegos definitivos.

Algunas de esas ausencias fueron bien cubiertas: Austin Barnes pasó de segundo catcher a la titularidad; Alan Trejo cubrió el puesto vacante en el cuadro; se logró la participación de Alek Thomas y Jarren Duran en los jardines. Donde sí se resintieron las ausencias fue en el bullpen, como veremos.

Benjamín Gil armó una rotación muy lógica, con los cuatro mejores lanzadores con los que contaba en el orden de calidad, sin importar rival. Eso le permitía usar a los mejores dos en los juegos de cuartos y de semifinal. Los otros abridores ligamayoristas fungirían como relevo largo, en vista de la regla de linitación de pichadas. Hay que decir que la estrategia funcionó.

Un tropiezo inesperado, Colombia 5, México 4


El estelar Julio Urías lanzó cuatro entradas perfectas y México tomó ventaja con un sencillo productor de Isaac Paredes, pero en el quinto inning el culichi tendría un mal momento, al recibir tres carreras, por otros tantos extrabases consecutivos. Gil lo mantuvo en la loma y sacó el resto de outs. Arozarena empataría con cuadrangular de dos carreras. En el relevo, Luis Cessa lo hizo bastante bien, pero hubo un break, un momento de suerte a favor de Colombia: una rola que iba directo hacia el infielder bien colocado golpeó el pie del lanzador, se desvió y se convirtió en hit productor. Aún así, México empataría con oportuno sencillo de Alex Verdugo, cerraría la puerta con Giovanny Gallegos y mandaría el juego a extrainnings. En el décimo, Colombia anotó por un error de fildeo de Luis Urías (quien tuvo una noche para el olvido, con un ponche, dos roletazos para doble play y ese costoso error) y los bats mexicanos se encontraron con un relevista que tiraba fuego. Un buen partido, decentemente manejado, en el que la suerte (ese break de la cuarta carrera colombiana) cambió rumbo y resultado.

Ya son clientes, México 11, Estados Unidos 5 

El segundo partido de la primera ronda era, para México, de ganar o ganar. Gil repitió alineación. El abridor zurdo Patrick Sandoval tuvo una buena actuación, limitando a los gringos a una carrera en tres entradas. La clave fueron los jonrones de Joey Meneses, acompañados de buenas piezas de bateo de Randy Arozarena y el magnífico papel que jugó el relevista largo, el tijuanense Javier Assad, que colgó tres argollas al equipo de las barras y las estrellas. JoJo Romero, quien nunca estuvo fino, aceptó un cuadrangular de Will Smith, pero luego México con un rally de cuatro carreras que estuvo a punto de provocar un espectacular nocaut. Para el cierre de la octava, Gil mandó a la lomita a sus cuatitos César Vargas y Samuel Zazueta que, al tiempo que demostraron que hay una gran diferencia entre las Ligas Mayores y la LMB, permitieron a EU perder con cierta dignidad. Gerardo Reyes colgó el cero en la novena.

Una victoria tensa, Gran Bretaña 1, México 2

Se suponía que Gran Bretaña sería el pichón del grupo, pero -salvo en un partido- demostró ser un hueso difícil de roer. Benji Gil hizo tres cambios respecto al line-up original, Jonathan Aranda en la segunda, en vez de Urías; Jarren Durán en el central, en vez de Thomas y Alexis Wilson en la receptoría, en vez de Barnes. Taijuan Walker lanzó de manera extraordinaria cuatro entradas, pero la escuadra mexicana sólo pudo anotar una carrera: un sencillo de Wilson empujando a Paredes. A diferencia de otros partidos, Gil pensó en varios relevos cortos tras el abridor, en el supuesto de que ya habría ventaja amplia, no de una carrera. Armenta cumplió, luego vino el inefable Manny Barreda y se metió en líos. JoJo Romero fue incapaz de impedir que uno de los corredores que heredó de Barreda anotara la del empate, pero luego colgó una argolla. Fue hasta el cierre de la séptima que los abajeños pusieron arriba a México: otra vez Wilson impulsó la carrera de la diferencia. Cruz tuvo el hold y Giovanny Gallegos el juego salvado. 

El show de Randy, México 10, Canadá 3

México ya sabía, antes del partido con Canadá, que sólo tenía de una sopa: ganar. Si lo hacía, era líder del grupo. Si perdía, era eliminado. Gil regresó a la alineación titular, que ya nunca dejaría. El abridor Urquidy no estuvo fino pero, como hemos visto en otras ocasiones, saca los riñones para superarlo. Tuvo la fortuna de comenzar con el juego ganado (ya habían tronado los bates de Arozarena, Meneses y Téllez). Arozarena empujó otra cuando el partido iba 2-1, pero Urquidy aceptó un cuadrangular y ambas escuadras caminaron en el alambre hasta que Randy se despachó con un doble que vació las bases y desniveló el juego a favor de México. La cereza del pastel fue un jonrón de Téllez. Por el lado del relevo, Adrián Martínez estuvo muy bien, así como Sánchez y Reyes. El único que desentonó fue Zazueta, pero la ventaja mexicana era muy grande.

Tremenda remontada, Puerto Rico 4, México 5

Un partido muy emocionante. Julio Urías inició mal, otra vez admitiendo toletazos largos y antes de entrar a batear por primera vez, México perdía 4-0. Gil se ajustó a su plan y Urías lanzó sus cuatro entradas presupuestadas, colgado los restantes tres ceros. Paredes recortó con un cuadrangular y Verdugo acabó empujando otra en algo que pudo ser un rally, pero no lo fue. En tanto, Assad volvía a estar intransitable, luego relevó Romero y lo haría bien esta vez. En la fatídica séptima entrada se armó la ofensiva definitiva: los hits clave fueron sencillos de Paredes y de Luis Urías, que ese día despertó del slump. Luego vendrían una atrapada extraordinaria de Arozarena para evitar el empate puertorriqueño, un cierre -con sus problemitas- de Gallegos y el merecido festejo: México estaba en la semifinal

Dejados en el terreno, México 5, Japón 6

México se fajó ante el favorito. Un tremendo duelo de pitcheo entre Patrick Sandoval y Ruki Sasaki se resolvió a favor del primero tras un cuadrangular de Wicho Urías que produjo tres carreras (y un atrapadón de Arozarena). A partir de que entró José Urquidy al relevo, las amenazas de Japón fueron constantes. Salió ileso, a la Urquidy, en la quinta -con ayuda de Randy- y sexta entradas; en la séprima, con dos outs y hombre en segunda, Gil comete lo que a mi juicio es su primer error importante: saca a Urquidy para meter a Romero en la lógica del "zurdo contra zurdo" (que en Japón no suele funcionar mucho). JoJo da una base y luego admite el jonrón que empata el juego. En la octava, la ofensiva mexicana vuelve a dar de sí: Verdugo impulsa a Arozarena y Paredes a Durán, quien había entrado de emergente por Verdugo, pero en la misma jugada, Meneses es puesto out en home. Aquí entran un par de dudas: ¿cuál es la diferencia de velocidad entre Durán y Verdugo? ¿Y entre Durán y Meneses? A toro pasado, hubiera convenido que Durán entrara de corredor emergente por Cabajoey y no por el Dugie.  O cuando menos, que el coach de tercera hubiera detenido a Joey para mantener vivo el rally. El caso es que Japón se acercó a una contra Jesús Cruz y terminó por darle la vuelta al partido cuando al cerrador Giovanny Gallegos le pasó lo mismo que a sus antecesores Sergio Romo y Roberto Osuna en otros Clásicos: hacer implosión. Hay que decir, sin embargo, que Gallegos había hecho un excelente papel en sus tres apariciones anteiores en el montículo. Gran juego y tocó que nos dejaran en el terreno.

En resumen, el equipo se portó muy bien y no todos pueden estar todo el tiempo al máximo nivel. El timonel hizo lo correcto al mantener al Wicho y a Verdugo en el line-up a pesar de sus slumps. Arozarena brilló como nunca y se convirtió en ídolo popular en México, Cabajoey tuvo momentos excelentes y el serio Paredes mostró consistencia y eficacia con el guante y el bat. Austin Barnes logró algo muy difícil: que no extrañáramos al Capitán Kirk. Por el lado del pitcheo, son destacables las labores abridoras de Sandoval y Walker, pero sobre todo los muy efectivos relevos largos de Assad.

Pero lo más importante es la personalidad que mostró el equipo mexicano. Siempre alegres, siempre luchando, nunca sintiéndose menos que un rival. Un buen ambiente de equipo es fundamental: no es casual que, en distintos juegos, hayan sido diferentes peloteros los que respondieron.

El Clásico en sí, y su futuro, merecen, creo, otra entrada.

lunes, marzo 20, 2023

Nana, centenaria


 

María Adelaida Rodríguez Saura nació en Cárdenas, Cuba, el 20 de marzo de 1923. Eso significa que, a la fecha de esta publicación, habría cumplido cien años. Era hija de un ferrocarrilero y sindicalista, Francisco Rodríguez Gómez, y de una ama de casa muy joven (tenía 19 años cuando tuvo a Nana, la tercera de sus hijos), Adelaida Saura Nodal, Lala. Desde chiquita todo mundo le dijo Nana, salvo su hermano mayor Frank, que le decía Cocoliso.

Cuando Nana era niña, la familia se mudó a La Habana, a un apartamento en la calle de Infanta, en el centro de la ciudad. Contaba Nana que, de niña, desde el balcón de ese apartamento, que estaba en un cuarto o quinto piso, vio una masacre en contra de huelguistas: figuritas que corrían y que caían por las balas de soldados a caballo.

Años después, Nana ingresó a la Universidad de La Habana, para estudiar derecho. Se graduó con honores en 1945. Era salidora, divertida y tuvo muchos novios. Eran tiempos de guerra y se píntaba la rayita en las piernas, para aparentar que llevaba medias. Una vez iba con amigas y su prima Mirta vio un turista guapo al que le gritó: "Americano, tírame un beso". Nana, en cambio, le gritó: "Americano, ¡tírate un pedo!".

A Nana le gustaba la política, y fue muy activa en la política estudiantil de la época. Llegó a ser la única mujer en la dirección de la Federación de Estudiantes Universitarios, en los años en los que el líder de la FEU era un estudiante más joven, llamado Fidel Castro, quien era miembro -como ella- del Partido Revolucionario Ortodoxo, una organización de izquierda populista. En ocasiones, los activistas se reunían en casa de Nana y su mamá les quitaba las pistolas antes de entrar.   

Luego de recibirse -y de rechazar la oferta de matrimonio de un novio que quería que ambos vivieran con la mamá de él-, Nana trabajó como defensora de oficio para casos penales en Camagüey, en el este de Cuba. Vivía en una casa de huéspedes. Un día de 1947, sus compañeras de la casa le dijeron que había llegado un nuevo huésped, un caballero muy guapo, un vendedor, un tal Abelardo Báez. Esa noche, a la hora de la cena, al ver al hombre, exclamó en voz alta: "¿Este es el hombre que me decían? ¡Yo no lo veo tan guapo!". El nuevo huésped de la casa se puso detrás del asiento de Nana, la tomó de los hombros y le dijo: "Te vas a casar conmigo". Ella respondió: "Jamás". 

Tres semanas y una gran cantidad de ramos de flores después, Nana y Abelardo se casaron, aunque la ceremonia religiosa tuvo que ser suspendida, porque una de las exesposas de Abelardo se presentó en la iglesia a hacer escándalo. Se comprobó posteriormente que los dos matrimonios anteriores de Abelardo fueron civiles, y que estaba divorciado. Pero para entonces, la pareja ya no estaba interesada en una boda religiosa.

Abelardo también era del Partido Revolucionario Ortodoxo y se dedicaba a la organización del Sindicato de Perfumistas. Para entonces, la situación política de Cuba se había puesto color de hormiga, así que Abelardo y Nana decidieron mudarse a México, donde vivían casi todos los hermanos del marido, que allí había vivido de adolescente. 

En México, el esposo de Nana tuvo éxito como vendedor de perfumes, primero, y luego como gerente de ventas. Vivieron primero en la capital, luego un tiempo en Monterrey y al final pasaron a la Ciudad de México -con Nana embarazada de su primer hijo-. En México, Nana entró al negocio de los departamentos amueblados (los rentaba vacíos, los amueblaba y decoraba, y los rentaba a un precio más alto), que es algo que le ocuparía toda la vida.  

En los años cincuenta, Nana todavía estaba activa políticamente. Como miembro del Directorio 26 de Julio, tenía escondida propaganda y dinamita en su casa, que viajarían en el Granma para ser usadas por Castro y los rebeldes en su guerra contra la dictadura de Batista.  

Nana tuvo dos hijos: un economista convertido en periodista y un piloto de aviación, que le dieron seis nietos: tuvo la suerte de conocerlos a todos. Cuando triunfó la Revolución Cubana, viajó a Cuba con su hijo mayor, quien entonces tenía cinco años, y le ofrecieron "un puesto muy alto". No lo aceptó, porque Abelardo -en un afortunado arranque de machismo- le dijo que en Cuba "hace demasiado calor". 

Pasaron los años y, mientras su vida en México mejoraba, las cosas en Cuba empeoraban. Varios de sus compañeros de generación fueron ejecutados, otros huyeron del país, otros más obtuvieron temporalmente puestos importantes, sólo para ser purgados más tarde. Enterándose de una y otra historia de terror, Nana perdió su fe en la revolución cubana, dejó de admirar a Castro y pasó a odiarlo y despreciarlo. 

Sin embargo, la Revolución tenía un momento dulce reservado para Nana. Un día de 1968 recibió una llamada de una pareja cubana que quería rentar un departamento. Al llegar a la cita, la señora Báez sintió que conocía al hombre de algún lado. El tipo le rogó por un descuento: como refugiado político había llegado a México con muy poco dinero. Entonces la esposa del hombre dijo algo y lo llamó por su nombre y ahí fue que le cayó el veinte a Nana, quien replicó: "Le he dado descuentos a muchos refugiados cubanos, pero a tí no te lo voy a dar, Pablo N. Cuando fuimos novios, me cortaste porque yo no era de tu clase social. Dijiste que te querías casar con una de tu propia clase. Veo que lo hiciste. ¡Ahora lárgate!" 

"¡Nana Rodríguez Saura!" fue lo que pudo decir Pablo, antes de agachar la cabeza e irse. 

La venganza es un plato que se come frío. Nana platicaba que sentía que flotaba en las nubes en su camino de regreso a casa.

Nana era el alma del vecindario, hacía migas con todo mundo y era activa en cosas de la colonia (todavía hoy algunas señoras mayores dicen: "esto funcionaba bien cuando la jefa del barrio era la cubana"). Ayudó a muchos con su solidaridad, con sus consejos personales liberales y con algunas acciones rápidas que bordan con lo heroico. Tenía azúcar en la cintura y hacía con Abelardo una grandísima pareja de baile. Hablaba todo el tiempo, muchísimo: se le dificultaba quedarse callada. A menudo jugaba con el lenguaje. Fue una madre amorosa. Mucho. Y divertida. Mucho. Tenía buen cuerpo y estaba abiertamente orgullosa de sus piernas y su trasero. Era vanidosa y gastalona (tenía una extraña pasión por las antigüedades). Nunca fue ahorrativa, e impidió que Abelardo lo fuera. Le gustaba decir groserías. Fumaba mucho, bebía muchísimo café y disfrutaba de un trago de tequila de vez en cuando. Le gustaban los restaurantes y no le gustaba cocinar. Le gustaba el azúcar y odiaba la remolacha. Odiaba y temía los trámites burocráticos. Le caían bien los revolucionarios de antes, pero aborrecía a su antiguo conocido Fidel. Leía el periódico todos los días, como plegaria matutina. Leía pocos libros. Era manipuladora, pero fácil de manipular a su vez.  Le encantaba salir de casa ("tengo pata de perro"). Nunca aprendió a nadar. Su dicho favorito era: "Que te diviertas mucho y gastes poco".

La religión de Nana era la de las masas cubanas: una mezcla de catolicismo y santería. Aprendió los ritos santeros de adolescente, con una negra de su barrio habanero. Era devota de Changó-Santa Bárbara, el dios/diosa del sexo, la guerra, el baile, el trueno y el color rojo. Cada 4 de diciembre hacía limpias a su familia, vecinos y amigos, bailando por horas con la música de Celina y Reutilio. Dedicó sus dos hijos a Changó.   

Su negocio de departamentos amueblados tuvo sus años de oro en las décadas del setenta y ochenta. En esos años, Nana también estuvo activa enseñando artesanías y ayudando a mujeres de colonias populares a desarrollar sus propios negocios. Esos también fueron los años en los que pudo viajar: a Europa, a Egipto, a Sudamérica. A partir de los años noventa, su negocio se vino abajo poco a poco. Aún así, se impuso, a finales de esa década, la costosa tarea de sacar a su hermana y a su familia de Cuba. A principios de siglo obtuvo, por fin, la nacionalidad mexicana.

En mayo de 2003, a los 80 años, Nana sufrió un derrame cerebral, que la mantuvo entre la vida y la muerte por más de un mes. Una compañera suya de universidad, que era juez en México, la vio postrada y dijo, melancólica: "Y yo que la recuerdo parada sobre una banca arengando a los compañeros". En ese mes, Nana vio una luz y vio a Lala, su mamá, que le hacía señas de regresar de dónde venía. Por eso, cuando se recuperó, decía "cuando estaba muerta". Su recuperación fue casi total, y los doctores estaban impresionados por su capacidad para volver a hablar normalmente, aunque quienes la conocíamos notamos que tenía un poco de dislalia. Pidió nunca volver a un hospital.

A principios de marzo de 2005, otro infarto cerebral la tiró de nuevo,. Su segunda agonía fue rápida. Murió el 14 de ese mes. En su velorio, además de su familia y amigos de sus hijos, asistió toda la colonia, antiguos inquilinos y anónimas señoras humildes a las que había ayudado décadas atrás y la consideraban su madrina. Sus cenizas acompañan las de Abelardo, custodiadas por la estatua de Changó.  

Quién sabe que hay después de la muerte. La razón dice que no hay nada: al menos hay paz. Pero si hay algo más, entonces -como dijo mi esposa Taide- mi mamá está en el Cielo de los Platicadores, echando desmadre. 

miércoles, marzo 15, 2023

Izquierda y Democracia

 

Cuando José Woldenberg, en Izquierda y Democracia, habla de que existen “por lo menos” dos izquierdas, porque es evidente que hay muchas, hace hincapié en un asunto clave: la aceptación o no de la democracia, que no es otra cosa que la aceptación o no de vivir en un mundo plural.

Hay una frase clave en el libro. La que dice que “el encanto por el autoritarismo proviene de la rancia idea de que existe un sujeto (pueblo, clase obrera, partido…) que porta todas las virtudes y que quienes se le enfrentan no pueden sino perseguir objetivos innobles”.

Esa frase me recordó otra del viejo dirigente eurocomunista italiano, Enrico Berlinguer, que decía que para distinguir quiénes son iliberales, quiénes son autoritarios, simplemente había que señalar que lo son quienes ven intenciones malévolas en toda posición contraria. Por eso, él hablaba de “una democracia de la competencia, y no de la segregación”.

Berlinguer lo hacía, subrayo, en una situación en la que su partido, el Partido Comunista Italiano, era el objeto de esa segregación política: eran excluidos que se resistían a serlo, pero también se resistían a excluir a las otras organizaciones políticas y sociales.

Un problema con esa idea del sujeto único que porta las virtudes es que, a menudo, se convierte en el individuo único: el famoso paso que va de los explotados a la clase obrera; y de ahí al partido, al Comité Central, al Politburó, al líder indiscutido y temido. Círculos concéntricos que terminan depositando todo el poder en una persona.

Woldenberg aborda el asunto por varios ángulos. Uno es el desprecio por la ley, en donde, “al derecho lo convierten en papel mojado. Es para ellos no la base de nuestra convivencia, sino un estorbo para el despliegue de sus deseos”. Se entiende que los deseos son “buenos”, porque detrás de ellos está la voluntad del pueblo, que es uno, sólido, con una escala propia de valores, y casualmente ese pueblo encarnado por el líder, la persona que está en el núcleo de aquellos círculos concéntricos.

Una insistencia -otro ángulo- del libro es que el pueblo no es único, sino diverso, y que esa diversidad estriba su riqueza. Y este es un concepto antitético frente a quienes consideran que hay un solo pueblo, y que su voluntad puede ser interpretada por quien lo representa.

No se trata aquí de normar conductas y decisiones a partir de los diferentes intereses, pulsiones y necesidades que existen en la sociedad, sino de negar, de segregar, de excluir a una parte, que puede ser muy grande. Esa parte es el antipueblo, la antipatria; “sujetos espurios”, les dice Woldenberg.

Y esto, a su vez, nos lleva a la idea del “pensamiento único”, que se opone al pensamiento crítico. El concepto de que hay un solo punto de vista válido y que cualquier disenso es muestra de enfermedad social, de traición o -cuando menos- de contaminación respecto a lo que es “el verdadero sentir del pueblo”. Más problemático todavía es que “el verdadero sentir del pueblo” es el sentir de quien dice encarnarlo: un individuo muy poderoso.

Finalmente tomaré una frase que condensa esta segunda parte del libro: “La pluralidad política es un hecho social; la democracia es una construcción”.

Gran frase. La pluralidad política viene como resultado de las distintas historias individuales. Cada quien tiene un tipo de formación: un origen social y étnico, un sexo, un tipo de escolaridad, una familia que siempre será distinta de las otras, un humus cultural propio, un entorno de amigos y vecinos, una escala de valores. Por lo mismo, cada quien tiene puntos de vista diferentes sobre distintas cosas de la vida social y de la vida cotidiana. Y por supuesto, de la política.

La cuestión es saber si eso nos enriquece como personas o está mal. Si valoramos la diversidad o aspiramos a la homogeneidad. Las democracias suelen apreciar la diversidad; los gobiernos autoritarios apuestan a la homogeneidad. Los demócratas creen que la pluralidad nos fortalece a todos; los autoritarios apuestan por una ideología oficial.

Woldenberg liga esto con la fortaleza o la salud de las organizaciones de la sociedad civil (sindicatos, grupos de padres de familia, organizaciones ecologistas, vecinales o comunales, grupos feministas o LGBTI). La sociedad civil es fuente de pluralidad (y, se ha visto en diversos estudios sociológicos, fuente de bienestar material), pero es vista como un problema o peor, como una amenaza, de parte de quienes buscan la homogeneidad social.

Así, desde distintas aristas, el autor de Izquierda y Democracia nos va dibujando una realidad complicada: tenemos un gobierno que se dice de izquierda, pero que no lo es, y además su componente de izquierda es autoritario: incapaz de aceptar la riqueza plural de la sociedad, tendiente a descalificar sin argumentos a quienes no coinciden con el líder, desdeñoso del derecho, aspirante al pensamiento único y homogéneo, y despreciativo de la sociedad civil y de sus organizaciones.

Se trata de un libro que se lee rápidamente, no sólo por su tamaño, sino porque es entretenido, y Woldenberg tiene la virtud de la claridad. Es didáctico sin ser presuntuoso.

Termino con una opinión de mi cosecha: debería quedar claro que la idea de cavar más hondo las trincheras divisorias en el país sólo conviene a quienes, a cambio de fallar en la conducción del país, apuestan a la política de identidad y a la erosión de las instituciones democráticas como tablas de salvación para seguir en el poder.

El nuevo-viejo nacionalismo excluyente no se irá de manera mágica, como no se ha acabado de ir la democracia liberal. Y cuando se vaya, no dejará las cosas en un estado que permita la vuelta atrás (al otro pasado mítico, el de los liberales). Tendrán que desarrollarse nuevas formas de convivencia política. Ojalá logremos entenderlo.

 

(Texto leído en la presentación de Izquierda y Democracia, de José Woldenberg, Ediciones Cal y Arena)