Murió Néstor Ojeda. Le dio un infarto al día siguiente de cumplir 53 años. Néstor Lenin.
Yo lo conocí cuando él apenas tenía 19. Era parte del grupito de jóvenes que hacían el suplemento Post900, que se insertaba cada dos martes en El Nacional. El grupo estaba capitaneado por Julián Andrade, e incluía a Arturo Ramos, alias El Trosko, y a otros dos chavos que respondían a los motes de El Diablo y El Monstruo. Los que tenían célula para el periodismo eran Julián, Néstor y Arturo. Utilicé a varios de ellos en el suplemento UNAM-Congreso, que publicó el diario en 1990. Tenían la ventaja de provenir del CEU y conocían los intríngulis de la grilla estudiantil de aquel entonces.
Meses después, Néstor pidió la oportunidad de trabajar como reportero en El Nacional. La carrera no le interesaba tanto: lo que quería era ser periodista. Ahí rápidamente se destacó por su olfato periodístico y su redacción más que decente.
Pasaron años y cosas, y vino la fundación de Crónica. Yo había invitado a Julián (quien también prefirió dedicarse al periodismo) a hacerse cargo de la sección Academia, cuya intención no era meramente la de la divulgación científica, sino también dar cuenta de la política universitaria en varias instituciones. Julián se jaló a Néstor, quien luego pasaría a ser el más destacado de los reporteros de la sección Ciudad.
Entre las secciones de Ciudad, Academia y Medio Ambiente se formó un equipo de editores que eran muy amigos entre ellos, desde los tiempos de su activismo estudiantil. A los tres de Post900 se sumaron Héctor Gutiérrez, El Negro, y el doctor Rigoberto Aranda. Llegaron a ser muy influyentes en el periódico y se les conocíó como la Brigada Panzer, porque -salvo El Trosko, que siempre ha sido delgado- todos tenían un sobrepeso notable, en particular Néstor y Aranda.
Un día fui a comer con la Brigada a El Horreo, un restaurante español que estaba cerca de la Alameda, que servía un menú tan vasto que la segunda entrada de cinco era un plato abundante de paella. Con dos tiempos un cristiano normal se daba por bien servido, pero el grueso de la Brigada se zampó los cinco.
Había dos cosas que caracterizaban a Néstor, además de ser un buen reportero, responsable y con conocimiento de sus fuentes de información (sólo recuerdo una vez que haya "volado", y eso fue porque lo cruzó la fuente): el inteligente sentido del humor (la acidez era una característica de aquella Brigada) y su buena disposición para el trabajo en equipo. No era de esos reporteros celosos y mamones. Y de su humor, decía, por ejemplo, que su hermana era el doble de Marilyn Monroe, "porque Marilyn pesaba 60 kilos y mi hermana, 120". También era un tipo solidario con sus compañeros.
Néstor dejó Crónica con el siglo, según mis cálculos, y trabajó muchos años en Milenio. Cuando fue ancla del noticiero de televisión de Milenio bajó súbitamente de peso. Después estuvo en Canal 40 y terminó en un proyecto, La Verdad, de Quintana Roo, que conocí poco. La última vez que lo vi, cosa curiosa, fue en la sala de espera de un otorrinolaringólogo. que también trataba a mi hija, Cotorreamos a gusto y nos despedimos sin saber que pasarían años, y que ya no nos veríamos más.
A pesar de su juventud, la Brigada Panzer ha sido más que diezmada. Falleció Héctor Gutiérrez, el Negro, quien llegó a ser editor de Ciudad en Crónica. El Negro no era tan riguroso como los demás compañeros de la Brigada, pero tenía escrúpulos: a menudo llegaba a la junta de redacción con un notón de ocho columnas, pero dos horas después se daba cuenta de que era una volada. El problema era rehacer la portada y su sección, luego del traspié.
Falleció también Rigoberto Aranda, El Médico de la Salsa (o El Doctor Panzón, que así le puso mi hija cuando era pequeña y Rigoberto venía a revisarla y a recetarle por males menores). Rigoberto coordinó las secciones de Medio Ambiente y Academia en distintos momentos de la vida de Crónica. Su mayor momento de gloria fue cuando envió a análisis la famosa Leche Bety (la idea original del reportaje era criticar el uso clientelar de los alimentos) y se descubrió que no era leche, y además tenía restos de heces fecales. Fue liquidado a la llegada de Guillermo Ortega a la dirección. Pasó a trabajar a tareas de difusión del Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología de Presidencia. Luego, ya conmigo al frente de la edición de Crónica, regresó para coordinar un suplemento mensual de Salud. Era veracruzano y beisbolero (valga el pleonasmo), con el único defecto de irle a los Yanquis, Bateaba bien, pero era tan lento que casi nunca llegaba safe a primera. Murió el mismo día que su sobrino Luis Cessa abría un juego para los Mulos de Manhattan.
Y ahora se fue el buen Néstor.
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