jueves, diciembre 15, 2022

Qatar 2022: el futbol y nuestro reflejo

 


El futbol no es solamente un deporte, un espectáculo o un negocio; es -y muy notablemente durante el Mundial- también un espacio de identificación política y social, así como de guerra cultural entre distintas naciones (y, a veces, dentro de una nación). Resulta que casi todas las selecciones de futbol del mundo son símbolos nacionales.

Mucho se ha criticado que la fase final se lleve a cabo en Qatar, un país autocrático, en el que no se respetan los derechos humanos y que no tuvo empacho en contratar a miles de trabajadores extranjeros para la construcción de estadios e infraestructura, sin brindarles buenas condiciones laborales y, muchos menos, de seguridad.

Al mismo tiempo, la realización ahí de ese Mundial ha generado una suerte de orgullo no sólo en la nación sede, sino en todos los países islámicos, que se ven reflejados en esa luz indirecta. Es un sello de pertenencia al mundo de parte de esas naciones, que por décadas se han sentido excluidas por razones políticas, culturales y (tiempo atrás) económicas.

En ese entendido, parece que las autoridades cataríes no quieren presentarse al mundo como represivas y, salvo el peliagudo asunto de la cerveza, han sido menos intolerantes de lo que se esperaba en la mayor parte de los países de Occidente. El asunto es llevar la fiesta en paz.

También es ocasión para que cada quien exprese su idiosincrasia, tanto en el terreno de juego como en las gradas y en los alrededores de los estadios. Allí suelen verse tanto las virtudes como los defectos de las sociedades. Resultan espejos, a veces fieles y nunca demasiado distorsionados.

Un ejemplo lo vemos en varias de las selecciones europeas y en las reacciones ante sus resultados. Varias de las más potentes llevan consigo mucha de su historia: hay muchísimos jugadores que son hijos de inmigrantes y tienen raíces africanas. Cuando al equipo le va bien en el Mundial, es ejemplo de integración exitosa. Cuando le va mal, surgen en esos países las voces racistas que señalan que hay jugadores que no piensan en la Patria, sino en sí mismos. El futbolista Romelu Lukaku era el goleador belga, en el Mundial pasado, cuando su equipo quedó en tercer lugar; ahora que Bélgica quedó eliminada en fase de grupos es, de nuevo, “el descendiente de congoleños”. Así pasó con Francia en 2010 y con Alemania en 2018 (esta vez no; la escuadra teutona llegó con pocas expectativas en el ámbito local).

Al mismo tiempo, hay ahora selecciones africanas que se retroalimentan de los efectos de la colonización. Un caso notable es el de Marruecos, donde la mayoría de los jugadores se desarrollaron en países europeos (sobre todo en Francia) y tienen doble nacionalidad. Hay que admitir que se vieron beneficiados positivamente de un desarrollo deportivo en mejores condiciones.

Como en todo, en el futbol hay un canon, y ese ha sido dictado, primero por quienes inventaron este deporte y lo exportaron, en olas sucesivas, a todo el mundo, y luego por distintas revoluciones en la manera de entender y practicar el juego. A falta de una nueva revolución, en este Mundial, el canon que divide a la nobleza de los plebeyos en el futbol, está dictando las diferencias, sobre todo a partir de los juegos de eliminación directa. Los saltos en la historia, que es también de relación entre desiguales, suelen ser difíciles.

Así, hemos visto equipos de naciones subsaharianas que tienen futbolistas talentosos y juegan alegremente, pero que casi siempre acusan un gran desorden en momentos clave, a los magrebíes ordenados y cautos, a los del extremo oriente que crecen con base en disciplina, paciencia, técnica y persistencia; a las riñonudas escuadras menores de Europa, a dos equipos jóvenes -Estados Unidos y Canadá- que han desarrollado su futbol principalmente a través de la influencia cultural de nuevas oleadas de inmigrantes, y ya le han dado carta de naturalización, etcétera. Pero a la hora de la verdad, con la honrosa excepción de Marruecos, pasaron los de costumbre.

¿Y México? Por lo pronto se pueden decir tres cosas, que funcionan efectivamente como espejo.

Una es la incapacidad sistémica para dar el salto hacia adelante, de hacer la lucha pero no avanzar, con el agregado de que esa incapacidad suele estar envuelta en esperanzas infundadas, que son administradas principalmente por quienes hacen negocio de esa esperanza.

La segunda es que, cuando se ve que otra vez topamos con pared, y más feo que antes, se vuelven a dar vueltas a la noria, se hacen las mismas críticas y supuestas autocríticas -que no son escuchadas porque el negocio es el negocio- y se tiende a repetir el ciclo.

La tercera es la búsqueda del Masiosare, el extraño enemigo que siempre es ajeno a nosotros, para nunca tener que asumir responsabilidad alguna. Ahora le toca a un entrenador medroso que tiene el defecto de ser extranjero. Argentino, para más inri. No faltan ni la teoría conspiracionista, ni mucho menos la búsqueda del chivo expiatorio. Él es, precisamente, el que permitirá que el cambio sea cosmético y no de fondo: por lo tanto, que pueda darse la reproducción del ciclo infértil hasta el infinito (y la náusea).

Pensemos: tenemos un futbol que se mira el ombligo de su liga como si fuera buena; que sobrevalora a sus jugadores para dizque protegerlos, pero en realidad no los deja crecer (como lo harían jugando en Europa desde muy jóvenes); que vive de la promoción de rivalidades entre la afición; que goza con el simplismo de esa misma afición, que se maneja como oligopolio, que está muy cómoda así y, por lo mismo, se resiste al cambio. Es fiel reflejo del país.

 


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