El vendaval electoral italiano ha dado un resultado
muy negativo para las democracias del mundo: la victoria de una coalición de
ultraderecha y, en particular, la del partido Fratelli d’Italia (Hermanos de
Italia), de claro origen neofascista, encabezado por Giorgia Meloni, quien será
la primera mujer presidenta del Consejo de Ministros de Italia.
Es un proceso electoral que da para muchas reflexiones
y lecciones, tanto por los paralelismos que se pueden encontrar en otros
países, como por los factores económicos y sociales que incidieron en ese
aparente cambio radical de rumbo.
Empecemos señalando que Italia es una república
parlamentaria: gobierna quien tiene mayoría en el congreso. Normalmente, para
lograrla son necesarias alianzas entre partidos. Cuando las alianzas se rompen
y no se pueden recomponer, se llama a elecciones anticipadas, como fue en esta
ocasión.
El segundo punto a señalar es que Italia tiene un
sistema electoral parecido al mexicano: es mixto; curules en la cámara baja y
escaños en el senado son tanto uninominales (mayoritarios en una sola vuelta)
como plurinominales. Una diferencia es que en Italia el 61% de los puestos de
elección popular son por lista plurinominal, mientras que en México es sólo el
40%. Pero la principal diferencia es que en México hay un límite constitucional
de 8% de sobrerrepresentación, respecto al porcentaje de votos válidos
obtenidos, y esa barrera, que garantiza una representación más proporcional, en
Italia no existe.
Un sistema así tiende a premiar las coaliciones, por
el efecto en los distritos (o colegios) uninominales. De igual modo, da un
premio relativo a los partidos locales (en Italia, el Südtiroler Volkspartei,
de la zona germanoparlante) Por lo mismo, a menos de que un partido sea muy
fuerte, tiende a castigar a quienes compiten solos.
Fratelli d’Italia obtuvo sólo el 2% de la votación en
2013 y apenas el 4% en 2018. En ambas ocasiones compitió como fuerza menor
dentro de la misma coalición derechista de la que ahora es la fuerza principal
(los otros dos son la Liga, que originalmente era separatista del norte, y
Forza Italia, de Berlusconi). La clave de su éxito es que decidió separarse de
los antiguos aliados durante la legislatura, dejándoles a ellos el problema de
entrar en las negociaciones de gobierno con el entonces partido principal, el
Movimiento 5 Estrellas, una formación populista “transversal” (es decir, ni de
izquierda, ni de derecha, sino todo lo contrario). Fratelli d´Italia fue
oposición tanto de la alianza M5E con la derecha, como de la posterior alianza
M5E con el centro-izquierda. Meloni se manejó contraria “a los políticos de
siempre”.
La alianza entre Movimiento 5 Estrellas y el
centro-izquierda se rompió por el lado más inesperado: las posiciones ante la
invasión rusa a Ucrania. Mientras que el Partido Democrático y el
centro-izquierda están por apoyo total a Ucrania, envío de armas incluido, los
populistas del M5E apuestan a la intermediación. El problema fue que el PD
decidió que esa diferencia equivalía a una ruptura total, y fueron separados a
las elecciones. La situación sirvió para que también se fueran a las elecciones
por su lado los liberales pro-mercado.
En cambio, aun cuando en la coalición de derechas
también hay diferencias en el tema ruso-ucraniano (Berlusconi es compinche y
justificador de Putin; Salvini, de la Liga, dice apoyar a Ucrania pero se hace
retratar con una camiseta con el rostro de Putin y Meloni es decididamente
atlantista y anti-rusa), no obstaron para que mantuvieran su alianza electoral.
Así las cosas, la ultraderecha coaligada obtuvo cerca
del 44% de los votos; los partidos antifascistas importantes lograron 51%, pero
separados en tres bloques, y el resto fue para formaciones locales o menores.
Sin embargo, el ir juntos premió a los derechistas, que obtendrán más del 60%
de los puestos de representación popular y, con ello, la posibilidad de formar
gobierno.
Se pueden concluir tres cosas: una, que es posible
para un partido, en condiciones de crisis política nacional, pasar en pocos
años de ser una fuerza muy menor a una de relevancia: dos, que la clave es
distinguirse de “los políticos de siempre”; tres, que en sistemas electorales
mixtos deshacer una coalición con posibilidades de victoria por cuestiones no
esenciales resulta suicida.
Pero aún hay más: es importante preguntarse qué pasó
para que una coalición encabezada por los neofascistas ganara en un país al que
el fascismo terminó trayendo grandes desgracias. Sugiero nada más algunos
puntos.
Italia durante décadas ha estado dividida
políticamente en mitades: una, tendencialmente socialista y la otra
tendencialmente conservadora, ya sea por influencia clerical o -antes
minoritariamente- fascista. Ambas se han movido recientemente hacia su derecha.
Este movimiento no es casual. Por una parte, las viejas
líneas de clase se han difuminado. La fuerza de trabajo ya no es tanto de
obreros industriales; como resultado de la robotización y las inversiones
intensivas en capital, el mercado laboral es crecientemente de trabajadores del
sector servicios y de pequeños comerciantes, que tienen salarios menores,
escasas prestaciones y poca estabilidad en el empleo. Estas personas suelen ver
a la vieja clase obrera como una aristocracia, sobre todo a los que -gracias a
la fuerza sindical- viven con buenas pensiones a salario completo… que es
pagado por los impuestos de los precarios.
Por otra parte, más que gobiernos de un color político
o de otro, en la Italia del siglo XXI han predominado los gobiernos “técnicos”,
con malos resultados económicos y sociales. El PIB per cápita ha caído en los
últimos 20 años con respecto a la media de la eurozona. Y lo ha hecho mientras
los italianos exportan más bienes y servicios de los que importan (viven por
debajo de sus medios), la deuda del sector privado es baja (no así la pública),
Italia ha tenido superávit primario en todos los años de pre-pandemia, contribuye
a la Unión Europea con más de lo que recibe y un largo etcétera. Todo eso
genera un enorme escepticismo hacia el gobierno y la política tradicional (lo
que explico, en su momento, la victoria del M5E, la alta abstención actual y,
en parte, la victoria de los neofascistas).
Junto con eso está el tema de globalización, con el
asunto de la migración incluido. No es casual que ahora la coalición de
centro-izquierda gane en zonas metropolitanas de clase media, escolarizada y
moderna, mientras que el M5E lo hace en zonas urbanas precarizadas, sobre todo
en el sur del país, y la derecha gana en las zonas populares del norte próspero
y arrasa en las pequeñas localidades y en el campo… la misma fórmula de Trump y
del Brexit: los que sienten que el camión de la globalización los dejó atrás,
con el temor adicional de que los migrantes les quiten los pocos y malos
empleos que tienen.
Finalmente, está el nihilismo cultural de macho de
pueblo, legado de Berlusconi que Meloni ha cosechado con un discurso a favor de
la familia tradicional, el rechazo a la comunidad LGBT+, la negativa a la
legalización de ciertas drogas, etcétera.
Súmense una política proteccionista de preferencia por
los productos nacionales sobre los extranjeros y de los trabajadores nacionales
sobre los de otros países, el control férreo de la migración, el llamado a la
preservación de la cultura nacional contra la contaminación del extranjero, el
recurso a las Fuerzas Armadas para el mantenimiento del orden público y, claro
está, nada de contraer más deuda o aumentar impuestos. Obtendremos así el caldo
perfecto que incubará otra crisis económica y social, pero para entonces tal
vez Meloni habrá avanzado, quién sabe, para proponer una república
presidencialista y aferrarse al poder.