A mediados de 1989, Patricia me dijo que tenía
síntomas de artritis. Yo no sabía si estaba somatizando los problemas, ya
severos, que teníamos como pareja, o si se trataba de un problema real. Pero la
verdad es que ella estaba muy preocupada, y de peor humor que de costumbre.
Platicando su problema con una prima, la Ñeca,
ella le dijo que se había curado de un problema severo de codo de tenista con
un curandero que atendía en un pueblo de Yucatán, llamado Yobaín. Según la
descripción de la prima, el hombre hacía verdaderos milagros.
Cuando me propuso que todos fuéramos a Yobaín,
acepté sin dudarlo. Tanto ella como yo nos íbamos a quitar un chango de encima,
sobre todo si el problema no era estrictamente de artritis.
Así que, terminado el ciclo escolar, organizamos
un viaje de casi una semana a Yucatán. Allí nos enteramos que el curandero,
conocido como “el Sobador de Yobaín”, trabajaba sólo de noche y que agendaba
sus citas a partir de las 3 o 4 de la mañana. Rentamos un vocho y, a la
medianoche, salimos de Mérida con nada más que esperanzas. Cuando llegamos a Yobaín,
fue fácil ver dónde atendía el sobador, porque había ya una cola larguísima enfrente
de una de las casitas del lugar. Estacioné en una esquina, Patricia se bajó a
hacer cola y yo me quedé cuidando a los niños, que habían viajado con nosotros
y estaban en el séptimo sueño.
Desde el auto, veía que la cola avanzaba muy
lentamente. Ya nos habían advertido que al amanecer el hombre dejaba de recibir
pacientes potenciales. A eso de las 6 de la mañana por fin entró Patricia. Fue
la penúltima y tuvo que rogar. Obtuvo una cita para la medianoche de dos días
después.
La noche de la cita, Patricia prefirió tomar
un taxi que la llevara hasta el pueblo. Ha de haber estado con el curandero,
según me dijo, menos de media hora. Pero el hombre, le movió las manos, le
acomodó los huesos y le sobó las articulaciones con una maestría tal, que al
final de la sesión quedó relajada y sintió que le desaparecían el dolor y la
sensación de rigidez. Se sentía verdaderamente aliviada. Y, por lo que sé,
nunca tuvo ese problema en décadas.
Por mi parte, sentí que se me había quitado un
gran peso de encima.
El huesero de Yobaín -por internet me enteré
que se llamaba Enrique Sierra Erosa- fue una leyenda viviente. De él se cuentan
curaciones asombrosas. Tal vez entre ellas no esté la de Patricia, pero de que
tenía manos mágicas y capacidad de convencimiento, no me cabe duda.
1 comentario:
A mi me llevaron en una ocasión cuando yo era un niño por un dolor de espalda, lamento decir que después de sus llamados ajustes, me ocasiono una escoliosis, con la cual he vivido por mas de 25 años, no todo lo que brilla es oro, ni tampoco todo lo bueno viene en empaques pequeños, yo recomiendo primero investigar y no dejarnos llevar por comentarios.
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