En estos días, si uno se asoma a las redes sociales,
encuentra un nivel de polarización que no existía ni siquiera durante la
campaña electoral. Se ha desatado una guerra verbal incontinente entre los
incondicionales de AMLO y sus detractores, igualmente tajantes. De chairos
contra fifís, para usar los términos en boga.
En esta guerra lo que menos importa son los
argumentos. A veces los hay, pero la mayor parte de las veces se trata de
sofismas. Los matices no existen. Corren informaciones con falta de fuentes,
afirmaciones con falta de pruebas y acusaciones por doquier. También abundan
los insultos, que las más de las veces funcionan como prueba de que no se está
usando la razón.
Lo que llama la atención de esta disputa por
territorios virtuales (supuestamente, una disputa por la opinión pública) es la
voluntad de los contrincantes por poner barreras. Por extender, cada quien a su
manera, certificados de pureza.
Van tres ejemplos al vuelo. Si un crítico de López
Obrador pide que no insulten al Presidente, sino que señalen los efectos
nocivos de sus políticas, entonces los insultos le llueven a él y dicen que lo
que quiere es un “hueso”. Si El Mijis,
ubicado del lado de AMLO pero con ideas propias, critica la idea de la Guardia
Nacional o la posición oficial sobre Venezuela, le caen de los dos lados: no
falta el fifí que se burle y le diga naco, ni el chairo que lo acuse de
chaquetear a favor de la mafia del poder. Si un morenista pide comprender la
posición del EZLN respecto al Tren Maya, algunos de sus compañeros le espetan
que los zapatistas pactaron con Salinas (¡!), que son una guerrilla de derecha
y que él ya está en posición dudosa.
De un lado tenemos una serie de reacciones, más bien
caóticas, que critican todas y cada una de las acciones de gobierno; del otro,
una estrategia, aparentemente mejor orquestada, para hacer pasar cualquier
crítica como conspiración de un bloque que quiere mantener la corrupción y la
pobreza. Todo lo que intente ponerse en un lugar intermedio –que puede ser más
crítico o más gobiernista– corre el riesgo de ser aplastado.
En ese ambiente enrarecido, las antiguas brújulas ya
no sirven. ¿Pueden hacerlo cuando alguien habla de “guerrilla neoliberal” o
cuando alguien define el presupuesto 2019 como “comunista”?
¿Qué puede nacer de ese ambiente de encono? Por lo
pronto, un corrimiento del frente anti-AMLO hacia la derecha y un corrimiento
del frente pro-AMLO hacia el sectarismo más extremo.
Así, las voces, antes aisladas, del capitalismo
salvaje, han logrado una mayor penetración en las redes. Y las voces de la
propaganda más burda navegan viento en popa hacia la hegemonía dentro del
morenismo. No quieren moderados de ningún color.
En la vida cotidiana, las divisiones son mucho menos
amplias que como se presentan en las redes sociales. Sin embargo, éstas son
capaces de permear en el resto de la sociedad. En la medida en que lo hagan, se
generará una polarización que dificultará la convivencia. Hay ejemplos
políticos en todo el mundo.
La polarización, hemos señalado anteriormente, no es
en torno a ideas, sino en torno a prejuicios. Funciona con mentadas y mentiras.
Cancela, por lo tanto, el diálogo, el parlamento. Conviene a los extremos, y no
a la democracia.
No ha habido un fortalecimiento institucional para
poner freno a esa vorágine. Eso se puede hacer con información fidedigna, con
transparencia y con argumentos de fondo. De hecho, hay indicios de que está
sucediendo lo contrario. El uso de adjetivos calificativos por parte del
Presidente de la República no hace sino atizar la hoguera, al dar la impresión
de que el gobierno es parte del pleito, y no gobierna para todos por igual. De
que, a pesar de las frases en contrario, es refractario a la crítica.
Cuando redes sociales así de polarizadas se
convierten en fuente de noticias, crece la incapacidad para ver lo evidente.
Con ella, puede crecer la sensación de inutilidad por mostrar los hechos de la
manera más objetiva posible. Eso sería trágico. La realidad es mucho más rica y
mucho más compleja que la guerra verbal incontinente de chairos contra fifís.
De ahí que sea estratégico el papel de los medios
tradicionales. Del periodismo profesional. Que sea relevante publicar noticias
confirmadas, basadas en hechos, narrarlas de manera interesante y, al mismo
tiempo, rigurosa. Que importe distinguir entre notas y opinión; también entre las
notas relevantes y las que son menos. Que no se banalice la información.
No es tarea sencilla. Menos, en una época en la que
los medios plurales son acusados por los maniqueos de servir a una facción o a
otra. Pero es una tarea sustantiva para la salud pública de cualquier país.
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