AMLO, Edomex y el voto útil
De panzazo, pero
el PRI retuvo la perla de la corona en las elecciones del domingo: el Estado de
México. Este hecho duro, que muy probablemente será confirmado con los conteos
finales, obliga a hacer un análisis sobre las razones detrás del resultado. Desde
mi punto de vista, confirma que el concepto de “voto útil” está más extendido
en el electorado mexicano de lo que pudiera pensarse a simple vista.
En las
elecciones mexiquenses funcionó, a toda marcha, la simbiosis PRI-gobierno de
otros tiempos, y es un elemento necesario para explicar la victoria de Del
Mazo. Pero no es suficiente para hacerlo, dados el perfil del candidato, la
baja popularidad del presidente Peña Nieto y el tamaño de los problemas que se
han acumulado en el Estado de México.
Las
condiciones parecían dadas para una victoria opositora, y en las encuestas
pre-electorales se advertía la fortaleza de la candidatura de Delfina Gómez, la
representante de Morena, apadrinada de manera visible por Andrés Manuel López
Obrador. Pero esta victoria no se dio.
En la
tradición pluripartidista de México, normalmente empiezan tres o cuatro
candidatos en liza y, conforme avanzan las campañas, los que tienen menos
fuerza se van diluyendo y, al final, resulta esencialmente en un enfrentamiento
entre dos. Suelen ser campañas muy largas, y es como si la primera vuelta se
diera a la mitad de ellas y la segunda vuelta a la hora de votar. Es la lógica
del “voto útil”.
La del
Estado de México no fue la excepción. Primero aparecían tres candidatos, luego
cuatro –con la irrupción de Juan Zepeda-, pero hacia el final quedó claro que
la contienda sería de dos: Alfredo Del Mazo contra Delfina Gómez. Algunos de
los votantes probables del PAN y del PRD cambiarían de decisión y se
decantarían utilitariamente por los finalistas.
En ese
sentido, una de las claves analíticas de la elección mexiquense era ver qué tan
abajo quedaban Josefina Vázquez Mota y Juan Zepeda de la proyección que tenían
en las encuestas. La panista se desinfló totalmente. El perredista no lo hizo.
Esto
significa que una parte del voto potencial por Acción Nacional se trasladó al
PRI, mientras que el PRD lo mantuvo casi todo. La falta de traspaso de voto
útil a la candidata de Morena tiene enojadísimos a muchos de los seguidores de
AMLO, que de traidores no bajan a los perredistas.
Tanto el PRI
como Morena buscaron ese traspaso de votos. Sólo que el tricolor lo hizo de
manera indirecta e ideológica, mientras que Morena, a través de Andrés Manuel,
intentó hacerlo por la vía del ultimátum y la descalificación previa.
Es como
aquella fábula del viento alisio y el contralisio, que compiten por quitarle el
abrigo a un fulano. El primero sopla con fuerza para arrancárselo y lo único
que consigue es que se abroche más; el segundo sopla con cierta suavidad, y el
hombre decide quitarse el abrigo para disfrutarlo.
El PRI no
pidió directamente a los conservadores panistas que cambiaran su voto, sino que
utilizó, como espantajo –pero un espantajo creíble para muchos mexiquenses– la
tragedia que se está viviendo en Venezuela. Es lo que pasa cuando eliges a un
populista, insistieron machaconamente el candidato y el líder nacional del
partido (sin que ello obstara para que la campaña priista ofreciera el oro y el
moro, al más puro estilo populista). A ellos se les sumó el ex presidente panista,
Vicente Fox, él sí pidiendo el voto para detener a Morena.
La idea del
Estado de México como catapulta de AMLO para el 2018 debió de haber pesado en
las mentes de algunos votantes de zonas tradicionalmente blanquiazules, porque
ya no lo fueron tanto. Se taparon la nariz y votaron por el PRI.
Mientras eso
sucedía, los morenistas capitalinos, muy quitados de la pena, invitaban a la
embajada de Venezuela a una plática con su escuela de cuadros. Sólo después de
que se dieron cuenta del enorme resbalón, la embajada tuvo a bien retirar de
las redes sociales los parabienes de Maduro para con el partido de AMLO.
La
estrategia de López Obrador fue diferente: convencido de que las bases
perredistas lo aman tanto como las de Morena, insistió una y otra vez en que el
candidato del sol azteca declinara a favor de la maestra Gómez. Antes, ya había
colocado a la dirigencia perredista dentro de la “mafia del poder” y había dicho
que con el PRD “ni a la esquina”. Pedía una rendición sin dignidad, no una
negociación. Resultó que las bases perredistas no lo amaban tanto.
Debe
añadirse que, a los errores de Andrés Manuel –que no aceptará, porque no es muy
bueno en eso de la autocrítica- debe sumarse otro elemento: la candidata del
PAN fue pésima, con un discurso impostado y todavía más demagógico que el de
los otros contendientes (lo que ya es un decir) y una visión clientelar,
alejada de los ideales de Acción Nacional. Era fácil alejarse de ella. En
cambio, el perredista Juan Zepeda hizo una campaña que todos reconocen como
buena. Y no resultó tan fácil dejar de votar por él en pos del voto útil.
En otras
palabras, pesó más el voto contra la posibilidad populista que el voto contra
la permanencia del PRI. Más que ganar Del Mazo, perdió López Obrador.
Si la
elecciones del domingo eran un laboratorio para el 2018, dejan varias cosas
claras: el PRI se las verá muy difíciles (su coalición perdió 32 puntos
porcentuales en el Estado de México, 23 puntos porcentuales en Coahuila y
Nayarit, y 54 municipios en Veracruz, respecto a las elecciones anteriores); el
PAN y el PRD por sí solos tienen problemas (Acción Nacional probó su debilidad
en el Estado de México y el PRD es casi inexistente en Coahuila) y juntos
obtienen victorias; Morena crece en todos lados, pero tiene dos enemigos: el
potencial voto útil contra el populismo y, sobre todo, la soberbia e
incapacidad de autocrítica de su dirigente máximo.
PAN-PRD,
el difícil matrimonio anti-AMLO
El anuncio, de parte de los dirigentes nacionales
del PAN y del PRD, de la formación de un frente opositor rumbo a las elecciones
de 2018, ya está generando polémica en todo el espectro político. Era algo que
se percibía como probable, pero no se veía venir tan pronto ni de manera tan
apresurada.
Posiblemente los tiempos y las expectativas de las
elecciones en el Estado de México han tenido qué ver con esta suerte de albazo.
Si las encuestas no andan muy desencaminadas, es posible que los candidatos de
Acción Nacional y del Partido de la Revolución Democrática terminen peleando el
tercer lugar en esa elección. Si el anuncio del frente común se hubiera hecho
después de los comicios, quedaría la imagen de una “alianza de perdedores”, y
eso se ha querido evitar, con resultados mixtos.
El problema de los tiempos es que, en el caso del
PRD, la decisión no se cocinó a suficiencia entre las tribus y corrientes que
lo conforman, y resulta un buen pretexto para el canibalismo interno, que es la
segunda piel de ese partido. Pero el problema más de fondo es que el acuerdo se
presentó como estrictamente electoral, cuando debió de haber tenido más
contenido social y programático.
De que se trata de un acto de estricto pragmatismo,
no nos debe caber la menor duda. La lógica es simple: si PAN y PRD van cada por
su lado en las elecciones presidenciales de 2018, lo más probable es que
pierdan, y que le dejen la mesa puesta a Andrés Manuel López Obrador. Si van
juntos, lo probable entonces sería que se desarrollara una carrera parejera
entre el candidato del frente opositor y el político tabasqueño.
Esta misma lógica elemental está detrás de las
reacciones tanto del líder de Morena y sus huestes, como del dirigente nacional
del PRI. El primero entiende claramente que el propósito del frente es crearle
un competidor con posibilidades, y por lo tanto, acusa el hecho como una
maquinación de la Mafia del Poder y no baja de “paleros y lambiscones” a Anaya
y Barrales. Ochoa Reza también responde, aunque hilando menos la lógica: dice
que no pueden “por sí solos” acabar con el populismo lopezobradorista. Detrás
de ello, su justificada preocupación porque el candidato del PRI quede
totalmente descartado de ser el que compita con AMLO en el tramo final.
Tanto AMLO como el PRI pugnarán por deshacer este
matrimonio de conveniencia. Quien tiene mejores armas para hacerlo es Andrés
Manuel, porque sabe que una parte del perredismo todavía lo considera de
izquierda y que siguen existiendo fuerzas centrífugas en el partido del sol
azteca.
Pero hay, o puede haber, algo más allá del
oportunismo en la propuesta de un frente opositor hacia 2018. Existe la
posibilidad de que las elecciones del año próximo se disputen bajo los ejes de
discusión del siglo XXI, en vez de los del siglo pasado. Que ya no sean entre
izquierda y derecha, sino entre populismo nacionalista y un liberalismo social
de nuevo cuño. En esa lógica, el PRI y sus aliados quedarían en el rincón de la
“vieja clase política”, que es la que ha perdido las elecciones recientes en el
mundo.
¿Pero liberalismo social de nuevo cuño con el PAN y
el PRD, si se trata de partidos que forman parte de la clase política? Es algo
que la gente no va a creer si no hay una rápida traducción del acuerdo en una
clara apertura hacia la sociedad civil y hacia un proyecto incluyente, que lime
los aspectos más claramente partidarios de los convocantes. Es decir, avanzar
hacia un gobierno de coalición, pero no sólo entre partidos.
En otras palabras, si quieren credibilidad, el PAN y
el PRD van a tener que ser más generosos de lo que se imaginan, porque la
población –incluso quienes desconfían profundamente de Andrés Manuel- está más
harta de la clase política de lo que se imaginan.
Sí es posible crear un frente opositor a la política
tradicional que también se enfrente al proyecto unipersonal de AMLO. Es
posible, incluso, crearlo desde partidos que han hecho política dentro del
sistema (y esto incluye a Movimiento Ciudadano, organización que posiblemente
estaría interesada en vender caro su amor en esta alianza). Pero todos esos
partidos tendrían que despojarse de varias cosas que les son connaturales,
empezando por la administración privilegiada del poder para un grupo pequeño, y
proponerse como vehículos de una alianza social más amplia.
Eso implica definiciones sobre el candidato, que
tendría que ser un personaje independiente; definiciones sobre las candidaturas
al Congreso de la Unión, que no podrían ser acaparadas por políticos de carrera;
y definiciones sobre las gubernaturas en juego, en las que también tendría que
darse ese equilibrio.
Pero sobre todo implica definiciones de programa.
Una parte importante del bagaje ideológico de los partidos tendría que ser puesta
en pausa. Otra parte debería ser desechada totalmente.
No se puede pensar, por ejemplo, en un frente
opositor cuyo programa económico obedezca a los lineamientos del panismo
norteño, que son de un liberalismo de mercado extremo, cuando existe una amplia
demanda social para mitigar las desigualdades. Tampoco puede pensarse en la
lógica de subsidios a clientelas corporativas ni en prometer el cielo en la
tierra para mañana (entre otras cosas, porque para eso Andrés Manuel les lleva
una gran ventaja). Sólo una visión realista, pero con verdadero contenido
social, puede ser útil.
Esa podría ser la ruta. Pero también podríamos ver otra: la del desgaste a fondo del perredismo, seguida por una rebatinga en la repartición de cotos de poder entre las fuerzas participantes, mientras la sociedad civil se queda como el chinito del cuento. Sería señal de que, aunque puede dar muchos brincos, la clase política mexicana no aprende ni en las circunstancias más complicadas.
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