Los datos que dio el secretario de Seguridad Interior de Estados Unidos son para ponerse a pensar: en 2015 las muertes por
sobredosis de droga en EU fueron 52 mil. Comparativamente, las muertes de soldados
estadunidenses en sus quince largos años de intervención en Vietnam fueron 58
mil. La crisis del consumo de drogas genera una sangría equivalente casi a una
Guerra de Vietnam cada año.
Recordemos que la Guerra de Vietnam generó en
Estados Unidos una crisis de muchas aristas. Una crisis social, moral, cultural
y política. Uno tendría que preguntarse qué tipo de crisis está generando el
creciente abuso de drogas en Estados Unidos.
Tal vez la respuesta la dio, sin entender bien a
bien todas sus implicaciones, el comentarista y comediante Bill Maher, quien,
en uno de sus sketches, llegó a la
conclusión de que los votantes de Donald Trump eran drogadictos.
Votaron por Trump 80% de los estados con más
problemas de heroína. Los condados que antes eran demócratas en Ohio y
Pennsylvania son los que más abuso de opiáceos presentan. En Wisconsin, que se
pasó a los republicanos, se cuadruplicaron las muertes por heroína.
De ahí, Maher pasó a golpear a los conservadores
blancos drogados, que describen a los liberales como adictos a las drogas
cuando ellos, fariseos, las consumen mucho más.
Una parte de este consumo es legal. Fármacos contra
el dolor, que se han vuelto una forma de vida en algunas regiones de EU (en
Virginia del Oeste el consumo anual per cápita es de 433 pastillas). Estos
productos son causantes de aproximadamente 18 mil muertes anuales.
Pero otra parte de las muertes es por drogas
ilegales. Heroína, cocaína, opiáceos varios, sintéticos y naturales. Viene de
los cárteles. Y fue un argumento usado por Trump en su campaña xenófoba contra
los mexicanos, y en particular los migrantes.
La fórmula es sencilla: acusar a la globalización de
la depauperación de la zona y acusar a los migrantes de la droga que consumen
esos depauperados y que causa muertes entre ellos. El soñado e imposible
retorno a los años cincuenta es también el regreso a los tiempos en que las
drogas eran raras (y no mataban).
La generalización sobre los migrantes funcionó entre
algunos votantes, los suficientes como para darle el margen al republicano en
estados estratégicos. Las muertes por sobredosis pueden explicar por qué, sobre
todo en distritos con poca migración, son más fuertes los sentimientos
antiinmigrante: sus habitantes no conocen a las buenas personas que han
emigrado sin papeles a EU, pero conocen el producto de los cárteles (que son
binacionales, no nos hagamos, pero son presentados políticamente como
mexicanos).
Eso significa que en México nos hemos equivocado con
la frase de “ellos ponen las armas y el dinero, nosotros ponemos los muertos”. La
verdad es que los dos lados ponemos muertos: la diferencia es que del otro lado
el muerto es un tipo deshecho por los pinchazos, y aquí es un asesinado que
aparece, en pedacitos, en una bolsa al lado de la carretera.
Los datos de este lado también son estremecedores.
La CNDH ha certificado que en el país hay más de 32 mil personas desaparecidas;
la mayoría de ellas, por asuntos ligados a las actividades del crimen
organizado. Los datos más recientes hablan de un repunte en los homicidios
dolosos: hubo más de dos mil sólo en el mes de marzo.
Hace tiempo que lo sabemos, pero no está de más
repetirlo: las cifras de muertes violentas y desapariciones en México son más
propias de un país en guerra que de una nación en paz. También aquí, a nuestra
manera, tenemos un Vietnam cada año.
Ni la respuesta demagógica en Estados Unidos, ni las
estrategias contra el crimen organizado en México están dando los resultados
requeridos. La primera no aborda el problema: sólo busca, con mala leche,
encontrar chivos expiatorios. La segunda da vueltas y vueltas a la noria, sin
hallar la ruta de solución. ¿De qué sirve que se haya abatido un “objetivo
estratégico”, si los cárteles, como la hidra, renuevan sus cabezas?
En México –como en Estados Unidos, sólo que no lo
admiten-, el crimen organizado ha avanzado, tomando bajo su control zonas que
corresponden al Estado. También se ha comprobado, en varias partes del país,
que hay connivencia entre políticos locales y las bandas delincuenciales. Ya es
un asunto que requiere ser abordado desde el punto de vista político, no sólo
desde el de seguridad.
En materia de relaciones bilaterales, México debe
ser muy claro al subrayar que el famoso muro de Trump no servirá de nada para
evitar el trasiego de drogas; también debe seguir insistiendo en el papel que
juega el tráfico ilegal de armas provenientes de EU, en beneficio de los
cárteles. Pero debe entender que el problema del consumo no es sólo un asunto
de demanda insaciable de “gringos pachecos”; es también un drama y un tema de
salud pública en el país vecino.
Y hablando de pachecos, hay un dato interesante en
las muertes por sobredosis en Estados Unidos: ninguna es por consumo de
mariguana. Lo que logra la ilegalización de la cannabis es dotar a la
delincuencia organizada de fondos suficientes para financiar otras actividades.
Es por eso que varios estados de la unión americana han dado pasos firmes para
poner a esa droga (que de todos modos será muy consumida) del lado legal, donde
puede ser regulada y controlada.
De este lado de la frontera no hemos tenido la
presencia de ánimo para cerrar esa fuente de financiamiento a los grupos
criminales, a través de la legalización de la mariguana. No sé si tendrán qué
pasar uno, dos, tres, o muchos Vietnam para que la tengamos.
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